No sé si en aquellos tiempos, en los que los privilegios ostentados por algunos pesaban como plomo en buche de paloma, recorrería alguna procesión de penitencia esta antigua calle.
No sé si al paso de aquella procesión, que ahora mi cana tiene presente como si alguna vez hubiera sido tan real como lo es ahora, se debió apartar alguna vez el altanero prior del convento de San Vicente o fué la penitencia la que debió dejar sitio al paso de la cabalgadura prioral. De lo que estoy seguro, y más mi cana que yo, es de que si alguna vez se dió dicha circunstancia, la situación debió ser, como poco, embarazosa. Pues, que todo un prior, regidor perpetuo del municipio, con el privilegio de asistir a los Concejos armado y a lomos de brioso corcel barrocamente enjaezado, fuese detenido en su camino por flagelantes y penitentes, gentes llanas entresacadas de lo más popular, seguro que no sería de su agrado, que no digo cólera por hablar de hombre de iglesia.
Pero, como no hay mal que dure cien años, el único recuerdo que nos queda de aquellos encuentros, mantenidos únicamente en mi escasamente desbordada imaginación, es el nombre de la calle por la que aquel siervo de Dios llegaba hasta el Concejo desde su incompleto monasterio. Que ya nos lo recuerda el dicho popular de sus tiempos: "Media plaza, medio puente,... medio claustro de San Vicente".
Ahora, el trasiego de gentes, en ociosidad turística o en atareados menesteres, es lo que puede llegar a encontrarse cualquier desfile procesional que transite por esta calle. Pero el respeto y el silencio se adueñarán de ella y de cuantos la pasean en el mismo momento en que una cruz de guía asome por sus inicios. El bullicio será callado y el andar de pasos y cofrades será el único movimiento que recoja la calle entre sus paredes. Y comentarios en susurro, en mil y un idiomas, alcanzarán los oídos de los nazarenos para perderse etéreamente tan rápido como llegaron. Y toda la calle se iluminará con infinidad de deslumbrantes destellos, potentes luciérnagas en manos de quienes intentan capturar, sólo por un instante, a ese Cristo flagelado, nazareno, crucificado, muerto y resucitado o rescatado de tierra sarracena, que recorre la calle, la calle del Prior, para mostrarse majestuoso sin necesidad de cabalgadura. ¡Que el mismo Dios no necesita de prioratos!
2 comentarios:
Félix estoy entusiasmado con tus calles nazarenas.
Me abrumas, Jose. Eso sí, si todo va como espero,... te vas a hartar!!!!
Cordialmente,
Félix
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