¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


jueves, 28 de enero de 2010

Ratas y cucarachas

Pues resulta que Salamanca, esta ciudad en la que la cultura se muestra impregnando casas y cosas, está infestada de ratas y de cucarachas.
Leo el titular de la noticia en un periódico local y lo primero que sale de esta cana que cada día me sorprende con algo nuevo es: -¡Ya lo sabía!
¿¡Qué me van a contar a mí de esto!? Son muchos los años pasados en esta ciudad para saberlo sobradamente.
Con más frecuencia de la deseada he encontrado personas despreciables, rastreras y carentes de escrúpulos, que invaden la intimidad de los demás, amedrentándolos mientras alcanzan sus objetivos. Gentes que salen de su alcantarilla cuando uno menos lo espera y, sigilosamente, arrasan con todo, material o inmaterial. Inundan con su estiércol allá por donde pasan y contaminan lo que tocan. Transmisores de las peores enfermedades, intentan destruir todo lo que les rodea sin distinguir amigos de enemigos. ¡Menudos ratas!

Otros se conforman con arrastrarse amparados en la cálida oscuridad que da la noche, actuando en grupos y ocultándose a la carrera en cuanto la luz se dirige hacia ellos. Negros individuos capaces de sacar jugo de los demás aunque para ello tengan que dejarse pisotear cuando son descubiertos. ¡Asquerosas cucarachas!
Después de patear las calles de Salamanca durante años, ahora que las canas de mis sienes son claro reflejo de la que amaneció en mi alma, creo que he aprendido suficiente como para distinguir a esos malos bichos sin necesidad de que me lo diga la prensa. Y mi cana se interroga... ¿Y eso es noticia?
Sigo leyendo el cuerpo del artículo. Resulta que a lo que se refería es a que estos animales constituyen las principales plagas sanitarias en las casas y calles de mi ciudad y yo, dejándome volar, había comenzado a ver cómo ratas y cucarachas de dos patas comenzaban a ser desenmascaradas. ¡Imaginaciones!
Pero, al final, creo que tampoco necesitaba leer la noticia para confirmar algo que es evidente. O es que... ¿sólo yo tengo cucarachas?

lunes, 25 de enero de 2010

El prinicipio del fin: ¡Llega el Plan Bolonia!

Tras más de veinte años impartiendo mis clases a futuros licenciados, este es el último año que lo haré. Comienzo el último curso de lo que tradicionalmente se ha denominado Licenciado, pues a partir del próximo curso mis clases serán recibidas por futuros graduados.
Es ésta la más visible, quizá, de las novedades que nos trae el nuevo sistema de estudios universitarios, cuya implantación definitiva comenzó con el incio de este curso, y que los medios y el pueblo llano han dado en llamar "Plan Bolonia".

No es que me importe que lo que siempre fueron licenciados sean ahora graduados, aunque esta última terminología, no sé si influido por algún agente externo más o menos cercano (¿Por qué me habrá venido a la cabeza ahora la señora esposa del primer ministro irlandés?), a mis oídos llega como con una inferior categoría.
La verdad es que el Espacio Europeo de Educación Superior, el dichoso "Plan Bolonia", nace de una supuesta necesidad de homogeneizar los estudios superiores en numerosos países de la Europa tradicional, para así permitir la libre circulación de estudiantes y titulados sin que un diploma constituya una frontera que, muchas veces, se constituía en barrera casi infranqueable. Pero, aprovechando que siempre hay un río pasando bajo los puentes de cualquier ciudad, (pongamos que el río Reno pasa por Bolonia), algunos expertos quisieron modificar algo más, empleando nuevos conocimientos pedagógicos que han dado lugar al uso de nuevas metodologías. Así, a partir de ahora, deberemos olvidar la enseñanza clásica, ésa que ha demostrado su valía durante siglos, durante ocho siglos, y tendremos que adaptarnos a los nuevos métodos. Deberemos pasar de "enseñar en conocimientos" a "enseñar en habilidades y competencias". Tendremos que capacitar a los alumnos, a esos futuros graduados, para que sean capaces de "saber hacer" aunque antes no hayan sido capaces de "saber saber". Nos obligan a olvidar parte de la esencia del magisterio universitario, por la que un estudiante aparte de almacenar conocimientos debía saber usarlos mediante el empleo crítico de su inteligencia, mediante la razón y la capacidad de extrapolar racionalmente, para pasar a formar a futuros especialistas en las más variadas técnicas, aunque para ello no necesiten conocer el fundamento de las mismas. Creo que nos obligan a formar a nuevos técnicos cualificados. Con una cualificación superior a la de una Formación Profesional, pero técnicos al fin y al cabo.
¡Pues yo me niego a ello!

No sé si estoy en lo cierto o no, pero no pienso cambiar mi criterio docente. Porque creo que lo que el alumno necesita, aparte de gran cantidad de conocimientos que hilvanará en su cerebro de forma laxa y que perderá en gran parte antes de firmar su primer contrato laboral, es que alguien sea capaz de intentar, al menos, remover esos conocimientos recién adquiridos. Alguien que estimule la discusión y fomente la curiosidad. Alguien que inicie una sesión en la que el estudiante no sólo recite lo que aprendió, sino que le haga ser capaz de demostrar que esos conocimientos, que ha obtenido empleando distintas fuentes, le permiten formular hipótesis, elaborar abstracciones, razonar los porqués y elaborar juicios críticos en los que las conclusiones sean la muestra de lo aprendido. Alguien que intente que el alumno no sea una máquina de copiar unas notas a toda velocidad sin darse cuenta siquiera de si lo copiado es correcto o erróneo, sino que le enseñe a darse cuenta de que lo que él apunta está en cualquier libro de texto (y mejor de como la mayoría de los docentes puedan decirlo) pero que lo que él piensa y su capacidad de selección en función de ese juicio no aparece en los manuales. Que la discusión constructiva forma a los futuros profesionales mucho más y mejor que los apuntes al dictado más completos y elaborados. Porque no sólo serán capaces de asentar los conocimientos con más solidez, sino que, además, sabrán para qué sirven esos conocimientos.
Por esto, no creo que lo que llevo años practicando con unos resultados más que aceptables deba ser cambiado ahora por imposición ministerial.
No es que me importe que lo que siempre fueron licenciados sean ahora graduados. Lo que me importa es que sean personas. Personas formadas. Profesionales formados.
-¡Pero si eso es el nuevo Espacio Europeo!
-¡Ah! Pues entonces... ¡Me gusta el "Plan Bolonia"!

sábado, 23 de enero de 2010

La infusión

Los excesos a estas edades se pagan. Y yo hoy estoy pagando los de ayer intentando animar al cuerpo con el aroma de una infusión que, al tiempo, asiente el alma sobre la que crece mi cana.

Y, por asociación de ideas, cosas de la mnemotécnica, he comenzado a pensar en algo a lo que, a pesar de llevar ya un tiempo que parece excesivo, no había concedido importancia hasta este momento: "¡La fusión de las Cajas!"
Se habla, seguro que no habrá quien no lo sepa, de la unión (unos dicen que fusión, otros que absorción y la mayoría que confusión) de las dos cajas de ahorro más fuertes de la zona oeste de la región. Hablo de las últimamente llamadas "Caja España" y "Caja Duero", resultado ambas de otras fusiones o absorciones anteriores.
No es que yo tenga ningún interés en parte concreta de este proceso, pues lo único que me ata a una de ellas es una esquilmada cuenta de ahorro por la que me sangran cada seis meses un mantenimiento que no hacen, pues ya me encargo yo a diario de mantenérmela a través de mi linea ADSL. Y con la otra de ellas, ni eso.
No me considero "propietario" por el hecho de ser impositor, ni creo verme representado por quienes, gracias a este colectivo, se encargan de decidir sus propios intereses en la Asamblea General de cada una de ellas.
Creo que ese espíritu romántico de las cajas de ahorros, ese que se contraponía a la voracidad de la banca, hace años, muchos años, que desapareció sin apenas dejar huella. Bueno, algo sí queda en lo que se continúa denominando "Obra Social" que, de lo que fue, ha pasado a ser simplemente una promotora de actividades más o menos variopintas, desde la construcción hasta las artes más diversas, pero cumpliendo estrictamente la imposición legal. Ni un duro más.

Aun no siendo de esta tierra, me siento (creo que alguna vez lo he dicho) charro lígrimo, como los de por aquí, y no creo que haya quien pueda desmentir mi amor por esta tierra, por esta ciudad, por sus piedras y sus leyendas, por su historia y su presente. Y viéndome salmantino, no entiendo los argumentos, pueriles por no decir analfabetos, de muchos de los que salen con su protesta a la calle para decir que Caja Duero, la caja de Salamanca, no se puede ir de aquí. Porque, por lo que aprecio, lo único que pretenden quienes esto protestan es que... ¿¿?? La verdad es que no sé siquiera qué es lo que quieren. ¿Quieren que Caja Duero siga ocupando su sede de la plaza de los Bandos? ¿Quieren que no se lleven sus ahorros? ¿Quieren que siga manteniendo su denominación? ¿¡Qué quieren!? ¡Sólo que Caja Duero se quede!
¡Ah! Pues eso es lo mismo que pido yo sin salir a la calle. Porque creo que no hace falta salir para esto. Porque la Caja de Salamanca no se marcha. Seguirá aquí, dando el mismo servicio que ha venido dando hasta ahora a todos sus clientes. Lo único que ocurrirá con esta fusión será el reparto de los grandes despachos, de las salas de poder, de los servicios centrales. Pero, en estos días que vivimos, en los que soy capaz de estar al tanto, minuto a minuto, de lo que hace mi hija en su periplo danés, lo menos importante es dónde viva el presidente o dónde se reúna la asamblea general. Lo que sí me importa es que, con la fusión, mejore el servicio a los clientes; que la entidad resultante sea competitiva y pueda ofrecer lo que ahora no puede; que su obra social (si es que esto existe aún) se preocupe de atender las necesidades de los salmantinos que así lo requieran, sin tener en cuenta si las ayudas vienen desde el Palacio de Botines o del de Garci-Grande, que lo importante es que la ayuda llegue a su destino.

Por eso, mientras saboreo esta infusión con sabor a ruibarbo, que aún sigue humeando entre mis manos, doy vueltas a estas ideas que, a la vista está, son tan pobres como las de aquellos impositores locales a los que critiqué en las primeras líneas de esto que ahora estoy a punto de rematar.
Porque, al final, yo, como ellos, lo que añoro es aquella "Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Salamanca" en la que los clientes eran verdaderos impositores, fueran con bombín, cuello duro y bastón o con gorrilla, pantalón de pana y alpargatas. Aquella en la que te atendía solícito un empleado con bigote, gafas caídas, manguitos y visera, haciéndote sentir importante. Pero eso, hoy día, sería poco competitivo. ¿No?

jueves, 21 de enero de 2010

Frederikshavn



Dos días. Sólo hace dos días que se fue y se nos hace toda una eternidad.
Sé, sabemos, que será sólo un tiempo. Que serán unos días que le servirán para crecer, madurar y ver que, aunque en aquellos países aten a los perros con longanizas, lo que deja aquí vale también lo suyo. Que la rutina del día a día hace que se nos nuble la vista y sólo veamos lo que acostumbramos, sin darnos cuenta de que también hay mucho de lo que nos rodea que tiene un valor inmenso. Y que esto sólo lo apreciamos desde la distancia. Y ella lo apreciará desde casi los confines de este mundo redondo y global que nos acerca y, al tiempo, nos separa.
No es la primera vez que se nos vacía la casa por su marcha, pero siempre es como si fuera la primera. Y, así, andamos pendientes por dentro (que no soy de andar enseñando y por eso lo encierro junto a mi cana) y por fuera. Andamos por la casa deseando escuchar cualquier sonido que nos acerque en la distancia y por la red buscando cualquier señal que nos permita identificarnos con ella aunque sólo sea en la pantalla del ordenador. Una foto, un mapa, una página turística... cualquier cosa es buena para saber que Frederikshavn existe y que allá, donde hay días en que las noches se hacen eternas y la tierra se cincha por su más alto meridiano, ella también está al tanto por si nos oye. Aunque..., bendita juventud, habrá infinidad de cosas que distraigan ese ánimo haciéndole vivir experiencias que se le asentarán en sus adentros para traérselas cosidas a su memoria con un hilván indeleble. Experiencias que, a su vuelta, compartirá con nosotros y disfrutaremos como si hubiesen sido nuestras. Nos hablará de esa otra familia, de la nueva casa y del "insti", todo mucho mejor que lo de por aquí, ¡por supuesto! Nos traerá excursiones, salidas festivas, amistades y novedades para que disfrutemos el regusto. Y nosotros felices, que para eso ha ido.
Pero ahora, aquí, cuando las paredes de la casa se le caen encima hasta a Chocolate, estamos echándola de menos desde un poco antes de que subiera al autobús. Nos miramos y vemos que añoramos su presencia y deseamos su regreso, seguros de que a ella no le importaría alargar un poco más este viaje que, durase lo que durase, siempre le sabrá a poco. Pero, también ella nos echará de menos y deseará regresar para llenar su hueco. Aunque luego, a su vuelta, ya en casa, protestará como siempre y, desde ahora, tendrá un argumento nuevo en su rebeldía... ¡Podía haberme quedado allí!
Pero sabe que su sitio es éste y estoy seguro de que no renunciaría nunca a él. Que aquí estamos quienes más la queremos y que siempre habrá otro momento para volver a cualquier otro Frederikshavn.

jueves, 14 de enero de 2010

Ocasiones perdidas

¡Que no!
¡Que no he perdido las buenas intenciones que vinieron con el nuevo año!
Lo que pasa es que entre que me he pasado varios días jugando con las novedades de los Magos, que me abstraje en la blancura de la nieve cubriendo el Campo Charro y que tuve que volver a la dureza del sillón en un despacho gélido y triste, se me han ido los días sin apenas caer en la cuenta y, con ellos, se me han ido las pocas ideas que podría haber plasmado en este diario.
Ahora, cuando el duro aterrizaje va desapareciendo de mis posaderas y la novedad de los juegos vacacionales no es sino una sombra que se va escondiendo bajo mi cana, caigo en la cuenta de que podía haber escrito sobre la Fiesta Nacional (así, con todas sus letras y en mayúsculas), haciendo una defensa documentada que sirviera, al menos, para convencer a los más cercanos, aunque sé que ellos ya vienen convencidos.
Podía haber escrito mi homenaje a fray Pedro, el más cercano, humilde y cofrade sentido de los frailes que jamás conocí. Falleció sin ruido y será en la Madrugada cuando algunos veamos el socavón que ha dejado en la procesión dominicana.

Podía haber salido a fotografiar la nieve y haberlo contado después. Salamanca cubierta por el más bello de los meteoros. Pero, aparte de la escasa originalidad que hubiera tenido el tema, pues esto siempre atrae a multitud de capturadores de imágenes (¡con lo difícil que es fotografiar la nieve!) que nos muestran su arte en numerosas opciones virtuales, me tocó agarrar el escobón y, encarando la parte menos bucólica de una nevada, limpiar los accesos a casa. ¡Cómo se acumula el ácido láctico en quienes no sabemos lo que es el ejercicio!
Podía haber plasmado mi cada día mayor dificultad por retomar el quehacer diario tras los periodos de descanso. Haber narrado las escasas peripecias que pueden acontecer alrededor de una mesa de despacho cargada de papeles atrasados y con una corriente polar colándose por cualquiera de las múltiples rendijas de los muros de esta estancia que forma parte de un todo que, no sé cómo ni por qué, en su día fue Premio Nacional de Arquitectura.
Podía haber... y sin embargo me entretuve jugando a romper todo lo que me habían dejado los Magos en su noche, perdí la noción del tiempo y se me fueron las ideas. Espero que sea pasajero.

martes, 5 de enero de 2010

Noche Mágica



¡Hoy es la noche! Esa noche mágica que todos los años consigue que mi republicana Cana se transforme en admiradora de la monarquía más mágica. Noche en la que se juntan todos los deseos y se envían, por medios cada vez más sofisticados, a un lejano lugar que imagino cálido, estrellado y rodeado de palmeras, un vergel en medio de un desierto más allá del más lejano Oriente. Noche en la que vuelvo a mi infancia y sólo veo niños por las calles, mientras esperamos su paso para gritarles nuestra cariñosa admiración y recoger todos sus presentes envueltos en crujiente celofán y forma de caramelo. Noche en la que siempre acumulo lágrimas en el fondo de mi alma para poder liberarlas mañana, junto a una emoción que siempre me costó controlar. Porque no hay nada como disfrutar de los más queridos mientras rasgamos los envoltorios de esos regalos que han llegado al pie de la chimenea merced al mucho amor y al poco dinero. Que hay reyes que andan con las alforjas tan llenas de cariño que se olvidaron de meter en ellas las monedas. Pero, como siempre, serán esas, las pequeñas cosas que han sido adquiridas con más ilusión que billetes, las que harán que las lágrimas guardadas esta noche pugnen por salir arrebatadas para ser las primeras en caer sobre el protector papel de colores. Y yo, manteniendo el tipo, intentaré retenerlas para que no me estropeen el momento. Que no son ellas las protagonistas.
¡Hoy es la noche! E intentaré aguzar el oído para interpretar cualquier pequeño ruido y así confirmar que son ellos y no otros los que han entrado a dejarnos lo mejor para todo el año que ahora estrenamos. Pero, como siempre, sólo alcanzaré a vislumbrar alguna sombra por la ventana que mis ojos somnolientos y enlegañados verán como varios camellos alejándose hacia otros destinos, aunque no sea más que algún vecino tempranero paseando a su mascota. Porque nunca llegué a verlos y no creo que lo consiga jamás, pero mi Cana me dice que ella sí los ha visto, que habló con ellos y que le dijeron que alguna vez, sólo alguna vez, fui bueno.
¡Me voy corriendo a sacar brillo a los zapatos!

lunes, 4 de enero de 2010

El segundo

 Gracias, Maitena.


Ya lo dije hace un año pero, además, ayer no andaba pendiente de aniversarios y dediqué el día virtual a otros asuntos. No estaba de celebraciones la cosa.
Sigo pensando que sólo celebraré los aniversarios redondos y, aunque este termine en cero por el año recién estrenado, sólo son dos los que esta Cana lleva anclada a mi alma. Así que, fiel a mi compromiso, esperaré otros ocho para celebrar el primero... Si es que llego.
Sírvame éste como simple recordatorio.
Memento homo. Pulvis eris...

domingo, 3 de enero de 2010

Concierto de Navidad

Desde ese exilio autoimpuesto que me ha tenido fuera de sitio los últimos meses, fui incapaz de verter aquí mi opinión sobre una de las escasas noticias que ha generado la sin par Junta de Cofradías, Hermandades y Congregaciones de Semana Santa de Salamanca. No fue por falta de ganas, bien lo sé, pero me obcequé en un compromiso tan tonto como estéril y yo mismo anudé mi cana para que no sobresaliese en cuestiones censurables. Por eso, no ha habido palabras salidas de mi cana con las que interpretar, evaluar o criticar, en el mejor de los sentidos, la nominación de uno de los consejeros de nuestra Junta autonómica para ser aquel que dicte la lección magistral de inicio del curso cofrade desde el púlpito de la Iglesia del Espíritu Santo. En todo caso, y como llego tarde a esta cita, únicamente desear lo mejor para quién desempeñará este cometido, importante cometido aunque haya quienes lo consideren baladí por no estar pronunciado en una capital de las que cayeron al sur de Despeñaperros. Ya habrá tiempo de sacar punta a sus palabras si son merecedoras de que la navaja se afile para ello.


No. No es esto lo que me trae hoy, el día después del segundo día, a este diario en el que mi Cana anda ultimando la carta con sus peticiones a los Magos de Oriente y yo, tembloroso por la infantil emoción, espero simplemente a ver su paso por las calles de mi ciudad en la cada vez más cercana noche mágica y recoger alguno de esos caramelos que, impregnados del maravilloso misterio traído desde los confines del mundo, paladearé como si fuese la primera vez que disfruto de una de esas golosinas.
¡Corcho! Que me voy por otras ramas para las que ya habrá tiempo...


Decía, que en la tranquilidad de los últimos días, mientras ojeaba uno cualquiera de los periódicos locales, mi lectura se detenía en un titular, que no recuerdo en su literalidad pero que venía a decir: "El próximo día 2 tendrá lugar el Concierto de Navidad organizado por la Junta de Cofradías de Semana Santa". -¡Hombre!- me dije. -¡Por fin una buena noticia salida desde las altas esferas cofrades!
Inmediatamente pasé a leer el contenido de la noticia, que en extracto venía a decir: "La Junta de Semana Santa, en colaboración con el Gobierno autonómico, ha organizado el 2 de enero, a las 19 horas, un Concierto de Navidad que tendrá lugar en el auditorio de Calatrava, y en el que actuarán la Orquesta Sinfónica de la Universidad Rey Juan Carlos y el coro Therspsichore, así como la Agrupación Coral Juan de Mena". ¡Buf! ¡Menudo despliegue! Una orquesta sinfónica y... ¡dos coros!
Sí. Lo nunca visto. La casa por la ventana. Pero, ¿no es la misma orquesta que vino a deleitarnos en Cuaresma? Esa es. La misma Orquesta Sinfónica. Algo me escama.
Llamo a mi Hermandad para solicitar más información, imaginando que los cofrades, a través de cada una de nuestras cofradías, tendremos algún tipo de preferencia para acceder a dicha manifestación cultural.
-¿Concierto? ¿Orquesta? ¿Invitación?... ¿De qué me hablas?- fueron las gallegas respuestas, todas arropadas por interrogantes signos, que recibí de quien se encontraba al otro lado del teléfono. -No tenemos idea de que haya llegado ninguna invitación, ni comunicación siquiera de un concierto de la Junta- me dijeron, ahora de forma más tajantemente castellana.
Bueno. Pues... mi gozo en un pozo. -Lo intentaré por otro lado- pensé, y me dirigí a consultar la página web de la propia Junta de Cofradías.
Allí estaba la noticia. Pero... ¡ésta sólo habla de una orquesta! ¡Nada de coros! ¡Más gozo que echar al pozo! ¡Si ya decía yo!... Y sigo leyendo el programa elaborado para la ocasión, deteniéndome en el currículo de la orquesta. Paso por alto su escaso bagaje concertístico (Valladolid, Toro y Santo Domingo de la Calzada) y me sorprendo con el último párrafo de la descripción: "La orquesta está formada por 14 músicos de cuerda y viento..."

¿¡Catorce músicos!? ¿14? ¡Coño!, no pude por menos que excederme en mi interjección. ¡Pero si casi no llega ni a grupo de cámara! No dudo de su virtuosidad, pero para rellenar entre catorce el hueco de una sinfónica... Y, como sé de mis escasos conocimientos musicales, me fui inmediatamente a consultar otras fuentes. Son varias las páginas que miro y en todas leo lo mismo: La orquesta sinfónica u orquesta filarmónica es una agrupación o conjunto musical de gran tamaño que cuenta con la familia de instrumentos (como el viento madera, viento metal, percusión y cuerda). Una orquesta sinfónica o filarmónica tiene generalmente más de ochenta músicos en su lista, sólo en algunos casos llega a tener más de cien, pero el número de músicos empleados en una interpretación particular puede variar según la obra que va a ser tocada, y el tamaño del lugar en donde ocurrirá la presentación.


Gran tamaño... Familias de instrumentos... 
¡Hombre! Quizá cien maestros no cupiesen en el escenario calatraveño, pero... ¿catorce?
Entre la falta de concreción sobre la posibilidad de acceder al concierto (aún desconozco si se requería invitación o si la entrada era libre y gratuita) y las noticias que iba descubriendo... perdí cualquier interés que hubiera tenido por asistir.
¡Más de lo mismo!
¡Si es que...!


Inmediatamente recordé que en Salamanca, en esta ciudad culta y noble, existe la denominada Joven Orquesta Sinfónica Ciudad de Salamanca, con noventa músicos; ¡noventa! Y se me encendieron los ánimos. A pesar de desconocer si existieron siquiera contactos con la gerencia de esta orquesta para evaluar la posibilidad de su contratación. Pero... ¡Si hasta cualquiera de nuestras bandas cofrades dando un concierto de villancicos tiene más cuajo sobre el escenario! ¿Qué nos han traído?
Y se me cayó el alma a los pies.



Hoy, leo en la prensa local la noticia acompañada de amplio reportaje gráfico. Me detengo en una de las fotografías y cuento... uno, dos, tres, cuatro,..., doce, trece, catorce... ¡Al menos vinieron todos!

viernes, 1 de enero de 2010

Abrimos de nuevo

Cierto que la fotografía de hace un par de días se mostraba si no críptica, al menos confusa o confundidora. Incluso para mí ha supuesto un enigma que, anudado a esta cana a punto de cumplir su segunda anualidad, me obligaba a optar por uno de los varios caminos que partían desde la encrucijada en la que me encontraba. No ha sido mucho tiempo por lo que podría decir que ha sido un lapso anímico que pasará desapercibido para quienes apenas prestan atención.
Cierto que en la última noche de cada año que se acaba, la tradición se encarga de que hagamos un recorrido por lo acontecido en los doce meses anteriores, como si no hubiese más ni hacia delante ni hacia atrás; como si no hubiera futuro y el pasado se redujese a esos trescientos sesenta y cinco días cuyo ciclo se cierra precisamente en esa "última" noche.
Cierto también que en esta primera mañana del comienzo del año, justo cuando los cuerpos desperezan la resaca de los acontecimientos, si no del alcohol, entre las alegres notas de polkas francesas y valses austriacos, los mejores propósitos se adueñan de nuestras canas, de las canas presentes o futuras de nuestras almas, arrinconando a todo aquello que ayer mismo era nuestro obsesivo presente. Excelentes compromisos que algunas veces se verán cumplidos para nuestra sorpresa.
Bien. Pues en esos momentos en que la vieja noche comenzaba a inundar con sus horas los relojes, confirmé que el año que acababa había sido más duro de lo esperado para este inmaduro diario al que acompaño cuando me deja acercarme a sus inmaculadas y virtuales páginas. Fui consciente de que había dudado en su hilo argumental y de que, en pleno dominio de mis facultades, había renunciado a parte de su libertad para tranquilidad de conciencias agradecidas arrimadas a un poder cada día más en entredicho. Corroboré la debilidad anímica en la que me sumergí en este año que terminaba y fue en ese momento, en ese mismo instante, cuando no supe si rebelarme y traspasar el continente de mi cana, dejarla en cierre por deliberado derribo o, como alternativa, dar el traspaso y cierre no de mi cana sino de este mal año, dejándolo escaparse rápidamente hasta el más absoluto de los olvidos y hacer de él solamente una anotación en el calendario de fechas largas.
Bien. Pues ha sido esta misma mañana, en el silencio de los propósitos buenos, cuando he recuperado lo que nunca debí perder. Cuando he decidido dejar que sea esta cana cada día más madura la que se autogobierne sin tener que doblegarse a anónimas presiones, injustas amenazas o serviciales peones decrépitos en su propia decrepitud. He decidido (o quizá ha sido ella misma la que lo ha hecho por mí) que si ayer mismo me miraba en su espejo para decidir vivir, hoy elijo su divisa, admirado don Miguel, para que orle todas y cada una de las canas que vayan brotando en mi alma: "Antes la verdad que la paz". He concluido que continuaré manteniendo la anarquía de esta bitácora, sin renuncias ni corsés, atendiendo a su propio discurrir sin siquiera intentar cambiar su rumbo. Seguirá siendo lo que siempre debió ser desde su concepción y que yo mismo forcé para su descuido.
En definitiva, que sólo fue un instante que se marcha junto a esas cuatro cifras, dos, cero, cero y nueve, sin dejar huella en lo que desde hoy mismo, sólo al día siguiente, ya es para nosotros un Año Nuevo.
Por eso, quito los carteles de derribo y me congratulo en anunciar, tras las reformas, la gran reapertura de lo que nunca cerró.