¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


jueves, 30 de diciembre de 2010

Adiós 2010

Se me acaba el año y con él se va parte de la vitalidad de esta cana que me intitula. Cierto es que no creo que lo eche de menos, aunque seguro que volverá en forma de recuerdos en el momento más inesperado. Se incorporará a la mole que van formado los años ya pasados y buscará su hueco, que los anteriores ya le tendrán preparado, y se dejará ver de vez en cuando.
Será seguramente por la inmediatez, pero no veo a este dos mil diez como un año para la hornacina de los honores, aunque también es cierto que los que le precedieron dejaron semejante nata en el vaso de los recuerdos tempranos. Seguro también que cuando el tiempo marque las distancias sabré ser capaz de sacar lo brillante de él o, más bien, se irá dejando ver mientras el velo que lo tapa se vaya rayendo poco a poco. Y sí, algo bueno habrá quedado aunque ahora no se deje ver.
Ahora, mientras espero al acontecimiento que siempre espero en el último día del año, confío en que venga un nuevo año mejor, aunque sé que el próximo sólo será uno más, que comenzará al día siguiente, y que acabará buscando su hueco en la pila de los pasados. Ahora, sólo veo una cana arrugada, mustia, a la que la desgana de los últimos días ha impedido celebrar los acontecimientos más próximos pasados como hubiera sido de esperar. Una cana lacia y amarillenta a la que me veo poco capaz de mantener por momentos, aunque confío en que sea pasajero.
A ver si la vida nueva que acompaña siempre a los nuevos años se manifiesta desde el mismo primer minuto de su existencia. Si no, haremos de tripas corazón, nos ataremos los machos y tiraremos del carro aunque haya que sacar fuerzas de nuestra más íntima flaqueza.
No es un deseo. Es una necesidad. ¡Feliz Año Nuevo!

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Juramentos y gurrumbadas

Todos tenemos fechas marcadas en rojo en nuestros calendarios. Días señalados que periódicamente se nos echan encima para traernos recuerdos. Buenos y malos recuerdos que nos vemos obligados a mantener, por no se sabe bien qué muchas de las veces, aunque ello nos cueste más de lo que quisiéramos. Aniversarios de los que estas páginas virtuales en las que dejo parte de lo mío están más que cargadas. Fiestas religiosas y paganas, onomásticas y cumpleaños, íntimas y compartidas, cuando alguna me toca el alma, intento dejar constancia con mis palabras o en ellas, que no sé bien.

Peco de reiterativo, lo sé, y quizá sea muestra de escasez de imaginación, o puede que sea que el resto de motivos que pudieran impulsarme a manifestar mi parecer en este blog no alcancen ahora suficiente importancia en mi natural escepticismo. Porque últimamente puede que haya llegado a confundir este filtro con la apatía y, a pesar de la inconsciencia, sólo los días feriados de mi almanaque son los que me mueven a sentarme frente a la pantalla y mover mis dedos entre las teclas intentando sacar algo congruente a su través.

Bien. Pues, sea como sea, hoy es uno de esos días; uno de esos momentos en los que me autoimpulso a dejar plasmado mi recuerdo. Hoy es día de juramento ante los evangelios, frente al magnífico óleo de Caccianiga, para mantener una secular tradición que sólo vive en el alma de unos pocos. Y lo he hecho. En silencio, sin muceta ni birrete y frente a la impresionante Inmaculada de Fernández que nos mira desde la altura de su hornacina mientras preside los actos festivos de la Capilla Dorada. Lo he hecho aunque sepa que será difícil que mi propia sangre aflore para defensa del dogma, pero la fidelidad a la tradición deja a esta cana que me rige con una calma serena que durará hasta la próxima renovación del juramento.

Pero hoy, aun habiendo seguido mi propia tradición, he echado de menos lo que no llegué a conocer. Esa "gurrumbada" a la que los villalpandinos dedican toda una noche para recordar, seguramente de forma heterodoxa, su privilegiado punto de partida en esta tradición tan nuestra aunque cada vez menos recordada. He tenido en mi memoria a los pocos villalpandinos a los que tengo el honor de conocer: toreros, taurinos y sus hermanos, escritores de ley y peso que se sienten capturadores de momentos, anónimos pobladores de noble espíritu... Y para ellos, desde esta intimidad tan al descubierto, vaya mi felicitación cariñosa y cargada de un poco de envidia, aunque hoy no sea día de pecar.

Vaya también mi felicitación para quienes se sienten concelebrantes de este día, nobles y villanos, en todos y cada uno de los rincones de esta España mariana. Valencianos y sevillanos, madrileños y salmantinos, pero, con especial dedicación, el mejor de mis recuerdos sea para todos aquellos que aún se sienten doctores de la Salamanca del diecisiete; para todos aquellos, no sé si pocos o muchos, que mantenemos fidelidad a un juramento renovado cada ocho de diciembre a pesar del olvido de siglos en este mundo profano. Hoy me felicito por ello. Hoy me siento feliz por ello.

* Las fotos las he tomado prestadas de las Esclavas del Santísimo, la primera y de Miguel Sáenz de Santa María, la segunda. Espero que no se molesten por ello.