¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


martes, 11 de marzo de 2008

Pregón

Ciertamente, el pregón que para presentar la Semana Santa salmantina acabo de escuchar, ha versado sobre Semana Santa. Cuatro miradas para los cuatro días centrales de la Pasión: Jueves, Viernes, Sábado y Domingo.
He intentado seguirlo con atención, aunque cada vez que giraba la cabeza para ver cómo don Pedro tomaba notas, me perdía y me costaba retomar el argumento o, al menos, la línea argumental. Vamos, que perdía el hilo.

Seguramente la canosidad de mi alma, el cansancio anímico, hayan sido causantes de la dificultad encontrada para fijar mi atención. Y de verdad que lo he intentado.

El pregonero ya lo advirtió. Iba a ser un discurso litúrgico. Lo que no dijo fue que sería una lección magistral para "profesionales". Ha sido una densa homilía en la que se ha dado un profundo repaso a la liturgia de los días centrales de la Pasión. Ha sido una lección que, lejos de catequizar, se ha perdido en hondas citas de sesudos pensadores. Textos difíciles que, a los que como yo carecemos de la formación adecuada, se nos perdían entre los huecos que iban dejando los dificultosamente disimulados bostezos.

Porque no ha sido, y me duele decirlo, un pregón cercano. No ha sido, y me duele decirlo, un pregón para esa Semana Santa popular a la que pertenecemos. No ha sido un pregón para los cofrades, para aquellos que en estos días viven pendientes de pasos, imágenes y procesiones.

Ha sido una reivindicación de la liturgia para un pueblo, dejando de lado al propio pueblo. Ha sido un discurso absolutista pensado para las gentes pero sin ellas, sobrevolándolas. Y las palabras han sido perfectas por su elaborada redacción y búsqueda de elementos, pero creo que no han sido pronunciadas en el lugar adecuado. Es más, incluso en la entonada lectura de los textos se me desfiguraba el pregonero.

Me duele porque esperaba algo diferente. Porque el pregonero, firme defensor de la piedad popular, de nuestra tradición, persona cercana a cofrades y cofradías, ha dado la impresión de desentenderse de esta porción de la Semana Santa para impresionar sólo a algunos asistentes de las primeras filas. Y no a todos ellos. Porque los cofrades, incluso los que hemos asistido a los cursos de formación, esperábamos otra cosa. Algo más cercano, más nuestro. Esperábamos que, al menos, en el discurso hubieran salido palabras tan usadas por nosotros como cofradía, procesión, paso, imagen, devoción o... Semana Santa. Y salvo estas últimas, pronunciadas en no más de media docena de ocasiones, las demás han quedado ocultas en las interlíneas de las dobladas cuartillas.

Y, para colmo de males, una deficiente organización, con una presentación del pregonero en la que, como siempre, el presidente de la Junta de Cofradías, salpicó sus orines fuera de la bacinilla. Porque, al igual que el pregonero (o quizá dándole pie), sus palabras han sido pronunciadas en lugar o momento poco adecuados. Seguramente en otros foros hubieran calado con mayor profundidad, pero en un pregón de Semana Santa, hablar de máquinas trituradoras de carne... ¡churras y merinas!
Si hasta el coro me ha parecido que cantaba habaneras.

Seguro que no era mi día y por eso se me ha escapado el pregón junto a la irritada voz del pregonero. Lo leeré y releeré. Y seguro que en el ambiente adecuado seré capaz de extraer de él lo que en el duro banco de la Clerecía he sido incapaz.

viernes, 7 de marzo de 2008

Martes Santo


Parece mentira, pero en estos días, cuando apenas quedan horas para celebrar la única semana del año esperada por todos quienes nos sentimos cofrades, cuando la mente debería bullir saturada de pasiones, no me veo capaz de decir ni una sola palabra. Se ma anega el alma y se quiebra con una pesadumbre que, por desconocida, no soy capaz de controlar y se me escapa.

Es cierto. Estaba advertido y no lo creí, pero el paso de la Cuaresma avanzando hacia las noches racheadas por silenciosas zapatillas, rotas por el tronar de tambores, me acerca poco a poco, pero de forma inexorable, hacia la realidad de una decisión.


Pero, aun así, podré disfrutar. Tendré la suerte, la inmensa fortuna, de aliviar el deseo de pisar calles cofrades, acompañando a negros penitentes de romo capillo, revestido de azul muceta y, con la cara descubierta por el respeto debido, rezar en alta voz la oración para el silencio universitario que, como cada año, con la callada anuencia de fray Luis, reúne en ese patio de saberes de la universal Salamanca el más alto de los conocimientos con una tradición del pueblo, universidad popular, que aun con sólo unas décadas parece asentada en siglos. ¿Alma Mater? ¿Mater mea? Fusión de lengua para un caminar sereno sobre las losas que contemplan el paso de imágenes portadas por joven ilusión soporte de pasado. De nuestro pasado.


Volveré a recordar algo que jamás olvidé. Porque esto, así que hubieran pasado mil años, nunca se olvida. Porque se aprendió con la infancia, se fijó en los primeros pliegues del alma y se repasa, como la mejor de las lecciones, como si cada día fuese víspera de examen. Y así, la experiencia me será suficiente para acompañarles sólo en sus primeros pasos. Hasta alcanzar las puertas del saber. Y de allí dejar que siga su vuelo en soledad, en un silencio acompañado por fúnebres notas, para, al final, como siempre, retornar. Cerrar el ciclo. ¡Tantos años y como si fuera el primero!

Y, cuando estemos entre escuelas mayores y menores, en el silencio de mi intimidad, tras prometer y hacer prometer silencio inquebrantable, la primera "levantá" del paso estudiantil "irá" por la que siempre será mi Hermandad. Y como nos gusta, por carácter, por estilo, repetiré callado palabras que vienen de abajo.


-"¿Estamos? ¡Estamos!"

-"¡Vámonos al cielo con Nuestra Señora Madre de la Sabiduría!, ¡A esta es!"

-"¡Al Cielo con ella!"

Es mi deseo.

Y escucharé caer el peso de la pasión sobre hombros de estudiantes.

"¡Ahí queó!"