¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


miércoles, 27 de agosto de 2008

Hogar

¡Nada como en casa!

He buscado la pesada losa que provoca traumatismos postvacionales y no he sido capaz de encontrarla. ¿Será como un agujero negro? Lo digo por lo de la densidad y el tamaño, pues, por muy pesada que sea, en mi caso debe ser insignificantemente pequeña y no soy capaz de hallarla. Además, tampoco siento ningún tipo de sensación opresora que me provoque desasosiego, estrés, malestar o enojo. ¡No! He vuelto de mis días junto a la mar y, aun echándola de menos, no encuentro el agobio del regreso. ¿Será así? ¡Será así!

Ahora, en casa, disfruto del reencuentro con calles y gentes, con amigos y enemigos, con encinas y carrascos, con catedrales viejas y nuevas. Y eso sí que pesa. Eso sí que se nota, con una íntima sensación de felicidad por la vuelta a lo habitual. Porque estoy en la manada, protegido por mi entorno. Y yo, que soy de costumbres, eso lo aprecio más que cualquier otra cosa.

Días atrás he disfrutado, saciando la necesidad de ver azules infinitos. He malgastado deleitosamente mis momentos entre salados aromas. He alimentado cuerpo y espíritu con blancas ambrosías regadas con néctares olímpicos. Y, sin embargo, es aquí, entre polvorientos campos agostadamente resecos, donde verdaderamente me encuentro a mí mismo. Y vuelvo, cargado de medallas y recuerdos, al adusto paisaje mesetario, de duro carácter pero con nobleza incomparable, para sentirme en casa. Y es que, ¡en casa como en ningún sitio!

lunes, 11 de agosto de 2008

Día de Arte


Antes de que se enfríen los recuerdos. Antes de que se seque el sudor que ha impregnado mi camisa. Antes de que los ecos se apaguen por entre bodegas con solera. Antes de que mi cana se vea rodeada por la fina arena depositada junto a pinares durante años y más años, quiero dejar aquí mi recuerdo de una tarde de agosto, de domingo, de toros, de amigos, de viajes, de sur,...

Unos con otros, estábamos más de lo que se puede pensar. Unos irían dentro. Otros quedaríamos fuera. Pero las sensaciones han sido las mismas para unos que para otros. Porque se trataba de compartir. Porque era una cita que, aun planteada de forma casual, esperábamos y deseábamos desde hace días. Y no estoy hablando de la disculpa. No hablo de arte ni de riesgo. No hablo de suertes ni de alberos. No hablo de populares ni de anónimos. No hablo de sol ni de sombra.

Hoy, con el sudor aún recorriendo mi espalda, quiero hablar de arena playera. Quiero hablar de cerveza esperando. Quiero hablar de chopitos compartidos y de rape con pan frito. Quiero hablar de revueltos comparados a cientos de kilómetros. Quiero hablar de un refresco cualquiera a la puerta del club del Arte, donde quisimos participar de esa sensación cómplice que tenían todos antes del momento decisivo.

Hoy, sólo quiero que permanezca en esta memoria escrita el recuerdo que, de otra forma, se podría perder en un olvido indeseado. Hoy quiero que se sepa que El Puerto olvidó su acento y se volvió más castellano. Porque, para nosotros, seguro que fue el día en que esta ciudad ceceó menos que nunca.

Con una disculpa, exquisita disculpa de toro y arte, hemos compartido arena, sudores, mesa y mantel. Sí. Desde ahora se puede decir que hemos comido juntos. Y, eso, para los que nos hemos educado en esa meseta de rigores, es algo que marca, con una impronta que va mucho más allá que el mero hecho de ensuciar un mantel con la ceniza de un cigarro. Va más allá que el hecho de sabernos fuera de casa con la piel más sensible y enrojecida. Compartir mesa y mantel es afianzar amistad, hacer intimidad de algo cotidiano. Y nosotros, y vosotros, hemos comido en la misma mesa. Con la alegría de compartir y la sensación de algo más. Porque ahora recuerdo cómo un día tú, Beatriz, me dijiste no sé que cosas de conversaciones inconclusas, de frases sobreentendidas y de miradas de perdón. Porque ahora recuerdo cómo yo dije que a este lado de la barrera se te veía a gusto en conversación y eso era tertulia. Pues ayer, antes de pisar el cemento de la Real del Puerto, hemos estado todos a este lado de la barrera. Y hemos tenido que venirnos a El Puerto a hacer tertulia alrededor de un café. A cumplir con uno de mis deseos. Charla y amigos. ¿Se puede pedir algo más? ¡No! ¡Se debe dar!

¡Gracias! ¡Magnífico día!

Lo de después no importa. Porque habrá más días de Arte, pero esta, y sólo esta, será la primera vez que comimos e hicimos tertulia junto a la arena y al albero.

¡Ah! Lo de la crónica, lo dejo para Jose, para sus Sentimientos y sus Locuras.

jueves, 7 de agosto de 2008

Vacaciones


¡Pues sí! ¡Ahora, sí!

Hoy es mi último día en el despacho.

Mañana intentaré comenzar esa nueva vida, corta pero nueva cada año, en la que desconecto el despertador para poder madrugar sin su estridencia. Me despertaré a la misma hora, seguramente, pero sin los sobresaltos radiofónicos a que me acostumbro el resto de los días. De todos esos días con nombre en los que, desgraciadamente, siempre hay algo desagradable que, a través de las ondas, agría el parco desayuno. De esos días en los que, por unas cosas u otras, lo único placentero de la mañana es el frescor en el rostro (frío helador entre Purísima y Pentecostés) del paseo entre carrascos y encinas. Esos momentos en los que ver nacer el día me hacen sentir superior, como sin defectos, viendo las luces renovadas por entre la recortada silueta del Soto de Torres; de esta Salamanca que siento cada vez más mía y que, eso quiero creer, me siente a mí cada vez más suyo.

Vida de vacación en la que los propósitos son muchos y, en estos momentos de euforia, todos alcanzables. Recuperar esas pequeñas cosas que he ido dejando para mejor ocasión. Renovar esa cana que me ata y broncearla para resaltar su blancura. Retomar conversaciones pendientes que sirvan, de una vez por todas, para arreglar este intramundo en el que me muevo. Arreglar esas cosillas que el día a día me escondió para no preocuparme. Recordar que ahora, con el cuerpo relajado y el alma tranquila, es el momento de caminar en busca del tesoro al pie del arco iris. Sobresaltarme con el vuelo de una mosca y volver a cerrar los ojos con la sensación de tener la batalla ganada. Evaluar proyectos etéreos que sólo se verán cumplidos en estos momentos de silencio interrumpido por la chicharra. Programar futuros. Revisar pasados...

Voy a meter en la maleta todo. Y con todo, me marcharé. Nos marcharemos. A vivir el azul con azul, sólo separados por la línea de la bruma. A esconder la realidad y reinar en un palacio rodeado de lacayos. A abandonarme entre pinos y albero para, desde la distancia, olvidar lo aburridamente cotidiano. Descansar.

Sé que muchos de los propósitos se quedarán en el fondo de la parte trasera de mi alforja. Que no serán sino sueños incumplidos ahogados en la turbulencia del olvido. Que pasarán a ser una línea sin tachar en el cuaderno de lo eternamente pendiente. Pero otros verán la luz y sentiré el bienestar de lo ya hecho, del "deber cumplido". Ese es mi sueño y mi deseo.

Ahora, con mi recuerdo para los que no podéis uniros a estos momentos de abandono vital, para los que dejáis la vida "abierta por vacaciones", sólo siento la necesidad del cambio, de alcanzar el horizonte y ver nuevos amaneceres, entre dunas y olas, para sentir el frescor en mi cara mientras otras siluetas se recortan allá donde mi vista alcance. Y sentirme superior.

lunes, 4 de agosto de 2008

De verano


…¡Estás un poco vago, ¿eh?! ¡A ver si escribimos un poco más…! Me decían anteayer a la vista de la dejadez que últimamente se está dejando notar en este diario.

¡Que no! ¡Que no es eso! Lo que pasa es que, mientras mi cana anda por los Mares del Sur raptada por embriagadores cantos de bellas sirenas y aprendiendo de negros corsarios las artes de la navegación para poder pasear con la cabeza alta por el pantalán del puerto mallorquín sin desmerecer a sus habitantes habituales, yo ando por aquí, aún por aquí, poniendo el cogote a favor de sol y recorriendo los secarrales del septentrión ibérico para recordarme que, aunque vago por principio, de cuando en vez tengo que justificar el salario que el estado dedica a mi manutención.

Esta disociación cana-cuerpo es la que está condicionando la falta de ideas para rellenar los huecos que cada jornada van siendo mayores en esta página de irregular trazado. O no encuentro argumentos para elaborar algo mínimamente digerible o, cuando el argumento existe, me provoca tal estado de irascibilidad que prefiero dejarlo para mí solo y no descargar mi furia ante quienes entran aquí a pasear plácidamente sin necesidad de tener que sortear cardos e improperios. Porque en estos últimos días lo único que me hubiera movido a lanzarme a esta arena habrían sido noticias como la de la liberación del diablo, la de las avestruces que hemos enviado a visitar el mayor país del planeta o, por aquello de la afectación local, el desprecio, secular diría yo, al que estamos sometidos por tierra, mar y aire. Porque nadie negará que el tal De Juana sea el diablo, o que estamos escondiendo la cabeza bajo el ala al no querer ver cómo en China llevan tiempo incontable riéndose de la Carta Olímpica y lo seguirán haciendo, o cómo en esta ciudad, a la que quiero irremediablemente, estamos perdiendo trenes, autovías y aviones con la pasividad de todo y de todos. ¡Ah! Y no me olvido de mi pasión, aunque ahora esté sesteando entre los muros calatraveños. ¿No es como para estar desganado?

Y entre las coles mesetarias una lechuga plácida en cada cambio de semana. Sábado de toros y domingo de Semana Santa. Lo de la Fiesta se entiende, pues es ahora su momento. Pero, lo de la Semana Santa… ¡En agosto! ¡Dios mío! ¡Qué locura! Pues sí, toros y nazarenos. Aunque sea en tardes agosteñas cargadas de grados acumulados por las losas de granito de esta Salamanca o al frescor de artilugios acondicionadores que desnaturalizan el aire. Taurinismo en estado esencial que paseará por El Puerto dándonos envidia a los que no podamos presenciarlo y tertulia de velador con la intimidad de un Nazareno puesta sobre el mármol, ¿no es envidiable?

¡Y lo que me queda! Porque este año, entre unas cosas y otras, he comenzado la Semana Santa a mediados de julio. Y, aun así, siento en mis huesos el frío que recorre la calle de la Compañía cuando la primavera cofrade. Y recorro la calle de la Compañía como en primavera para que el frescor conventual de sus muros me resucite la neurona (que ésta sí se ha quedado conmigo) y me inspire en los nuevos compromisos. Sólo eso, inspiración. Pero esta dislocación a la que me somete mi cana me frena y me deja huérfano de ideas. Espero que a su vuelta, tras las regatas, podamos retornar a la vida de diario, la normal, la de siempre. Y volveremos a pasearnos por aquí como si nada hubiera pasado.