Eres un nombre sin calle. Calle que no eres calle. Calle ausente para que las cofradías dejen a sus espaldas la recortada silueta de la torre en anocheceres ventosos y Nazarenos de Pasión acudan a su encuentro con la Madre. Dualidad de hijos en la calle que no existe.
Sólo un paredón, traseros ventanales universitarios, para darte un nombre mientras te abres a la inmensidad de esa plaza que debería ser tuya, ser tú. Pero compartís todo salvo el nombre. Urbanismo caprichoso por el que nunca pasarás de ser media calle aunque te sientas toda tú unidad para el paso de nazarenos.
Porque, aun no siendo, te haces una para escoltar los primeros pasos de quien, en Soledad, recorrerá el resto de calles, todas con nombre, dejándonos ver a quienes nos acercamos, el dolor de una madre en sereno discurrir amparándose en la fría oscuridad de la noche. Y te transformarás en calle principal para esperar su regreso. Paciente y en compañía, te unirás a Ella y la acompañarás en sus últimos pasos, haciendo que se ilumine la negritud de sombras y capirotes, para sentirla como un ondulado manto protegido por recias cadenas.
El pueblo, fiel y expectante, en un trasnoche sin alba, se amparará en tus muros, impregnándose inconsciente del hechizo apacible que rebosa la Salamanca secular. Y todos gustarán de volver a ti para convertirse contigo en Via Sacra; en calle con nombre para cada Viernes Santo.
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