¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


jueves, 23 de abril de 2009

Un mano a mano

No puedo decir que la decepción haya vencido a la pasión, pero las expectativas puestas en esta tarde de toros no se han cumplido como esperaba.
Todo estaba preparado. El polo de los morantistas limpio y planchado; las sillas dispuestas formando palco; la afición por las nubes; la mejor de las compañías y una merienda digna de auténticos reyes medievales.
Llevábamos días preparando este encuentro para disfrutar del mano a mano entre José Antonio y Manuel Jesús, entre Morante y El Cid, entre el arte antiguo y el otro toreo, el prosaico (-ver acepción 5 del DRAE-). No puedo negar que siempre me decanto por la primera de las partes, pues es una forma de entender y practicar el toreo que hacía tiempo no había vuelto a ver y que me traslada hasta tiempos en los que pisaban el albero quienes ahora están, como poco, en un dorado retiro.
No voy a hacer la crónica, pues eso deben hacerlo quienes saben de toros y, en mi caso, toda la confianza la pongo en el mejor de los morantistas, en quien lo ve antes de que ocurra y sabe plasmarlo en sus frases como yo no podría jamás, pues aún me queda mucho por aprender. Así que, si para aprender hay que ir a Salamanca, para hacerlo de toros hay que pasar por Casa Valencia o, al menos, por sus Sentimientos y Locuras. Lo que sí voy a hacer es dejar constancia de que he visto unas verónicas como sólo sabe hacerlas el mejor Morante; que aunque su nombre de familia sea "Victorino", los toros han sido todo lo contrario de lo que esperaba: peligrosos -pero no por bravos-, rebañones, buscamuslos y malos para el toreo; que aunque El Cid haya estado peleón, ha sido más fachada y paso atrás que buenos lances; que Sevilla no era Sevilla y que el colorín de los tendidos ha hecho de menos a quien más ha arriesgado, aunque el revolcón se lo llevase el otro.
Sé que seguramente sea parcial, pero no me ha gustado la tarde pues han pitado a un gran torero sin merecérselo. Además, aunque venía advertido, he ido a los toros con la panza llena y eso no es bueno, lo sabe cualquier taurino. Y no porque me pudiera coger el morlaco, que de eso bien me cuido, sino porque he tenido que dejar la merienda (de reyes como dije) en el plato... y eso duele como una mala corná. Que ya lo decía El Espartero: "Más cornás da el hambre", aunque para mí, en esta tarde, haya sido todo lo contrario. ¡Cómo lo lamento!
Pero, como no todo va a ser gris, me quedaré con el buen sabor de boca de un oloroso entre los mejores amigos, un jamón que se deshacía en la boca y unas verónicas que por sí solas me han salvado la tarde taurina.
Ahora... a leer las crónicas.

martes, 21 de abril de 2009

Hornazos para el alma

Cierto que algunos días uno no está para nada porque, sin saber muy bien el porqué, se le revuelven las entrañas y se le anuda el pecho haciendo que un no sé qué se adueñe de él por dentro y por fuera.
Algunos de estos días vienen casi sin motivo, pero vienen y es difícil ponerles coto. Al menos yo no he llegado a aprender cómo hacer para que pasen resbalando y así evitar que me toquen la cana. Algún día podré descifrarlo, o eso espero, pues confío en el progreso y éste puede ser el que dé con la solución.
Ahora bien, lo que sí sé por experiencia propia (que para eso uno es empírico), es que los más cercanos forman parte importante del resultado final en estos procesos. Pues bien, ayer comprobé, una vez más, cómo los duelos con pan -y amigos- son menos.
Precisamente ayer, celebración de la tradición del Lunes de Aguas en esta Salamanca que me acoge, con el que se remata la Octava de Pascua, hicimos lo que es propio en este día: pasar la tarde en amistad con la disculpa de merendar lo que por aquí se da en llamar "hornazo".
No sé si el motivo que da origen a esta celebración es cierto o leyenda que se ha afirmado en nuestra realidad con el paso de los años. Poco me importa saber si la Casa de Mancebía estaba ya del otro lado del río y lo de las barcas no es sino una disculpa. No es de mi incumbencia tener en cuenta si la desaparición de la Casa así como de su Padre de Putas fue tan temprana como para no haber podido hacer de esta tarde de merienda su rescoldo. Me da igual que en otros muchos lugares esta celebración vaya asociada, cosa más consistente, más a las celebraciones pascuales que al puterío. Lo que verdaderamente importa es que una vez al año, al menos una vez al año, los nacidos salmantinos y los que como tales nos sentimos, aprovechamos la disculpa de una merienda campestre para concelebrar en amistad jornadas que, en muchos casos, alcanzan la categoría de inolvidables, para permanecer imborrables en nuestros recuerdos.
Cierto que ayer, Lunes de Aguas, yo estaba para pocos farolillos, pero que celebré el duelo con pan y con amigos. Celebré la tarde con los míos y mi cana olvidó no sólo el motivo del malestar (desconocido para ella como dije), sino el malestar en su misma esencia. Así, aunque jamás se me ocurriese coger una barca para acompañar a las putas, ni en su ida ni a su vuelta, el recuerdo de aquello, permanente en ese pan relleno de chacina que por aquí dicen "hornazo", quedará en mi memoria como motivo de alegre reunión sanadora para nudos estomacales. Aunque para después quede la indigestión, pues al final el "hornazo" viene a consistir en viandas varias tales que tortilla, empanada, queso, embutido, dulces diversos y, finalmente, ese bollo relleno que es el que da nombre a todos los demás. Así que el malestar, en este caso digestivo, está asegurado.
Pero me vino bien. Muy bien.

miércoles, 15 de abril de 2009

Inquietud

No tenía pensado escribir. Y menos de Semana Santa.
Bueno, mejor dicho: ¡Tenía pensado no escribir!
Desde que el pasado martes disfruté la espiritualidad de las calles salmantinas acompañando a las sobrias imágenes y sobrios penitentes de la Hermandad Universitaria, algo  que me inquietaba me ha rondado por dentro. Y aún no sé qué es. Pues no ha sido el clima, lluvioso clima. Tampoco ha sido la falta de horas de descanso, aceptadas voluntariamente. No ha sido, tampoco, ver cómo algunas procesiones de la Semana Santa que más quiero no llegaban a alcanzar mínimos de calidad, pues todo se disculpa. No fue la falta de respeto que he visto en capillas e iglesias; allá cada cofrade con su conciencia. No ha sido la descoordinación, muchas veces creo que premeditada, de algunos de los dirigentes de esta Pasión; ya habrá tiempos mejores. No han sido los comentarios, más o menos intencionados; siempre quedará alguien bueno. No ha sido la decepción por la escasa participación en la salidas; son los altibajos de siempre. No ha sido la tristeza de ver cómo sólo unos cuantos eran los que celebraban la Pascua en la noche alegre; seguro que los ausentes la celebraban con otros. No ha sido ver cómo hay quienes se obcecan en mantener posiciones pensando que son privilegios; humana es la soberbia. No ha sido asistir a actos paralitúrgicos y comprobar cómo parecían estar pensados para salir del paso; ya mejorarán. No fue, siquiera, ver cómo hay quienes, por andar pendientes de las miradas, dejaban desatendido su momento cofrade; seguro que la procesión iba por dentro. No ha sido por comprobar cómo la crítica fácil es arma empleada con escasez de criterio; nunca diré que de este agua no bebí. No ha sido por no  haber querido mancillar mis túnicas; son actos consecuentes. No ha sido...
Sigo sin saber por qué, pero la decepción se ha agarrado a mi cana, un nudo se cierra alrededor de mi alma, y no soy capaz de encontrar una explicación que me satisfaga. Y... ¡Aún queda un año para que vuelva la próxima Semana Santa a Salamanca!
Miedo me da.
Por eso, por no saber las razones, tenía pensado no escribir. ¡Y menos de Semana Santa!
¿Serán cosas mías?

miércoles, 8 de abril de 2009

Hermandad Universitaria

Ha pasado como un suspiro. Seguramente por lo improvisado, por inesperado, sólo haya sido consciente de ello después de que haya ocurrido. Pero, de cualquier manera, he cumplido un año más. He acompañado a la Hermandad Universitaria del Cristo de la Luz y de Nuestra Señora Madre de la Sabiduría, mi Hermandad Universitaria, por las calles salmantinas.
Hacía años que esta procesión no tenía un acompañamiento que representase al Alma Mater completando su recorrido y, por ello, me siento orgulloso de haber podido ser protagonista de ello. Por mí y por la Hermandad.
Ha sido todo un orgullo caminar detrás del paso en un lugar seguramente inmerecido por lo que de privilegio tiene. Porque, como además será la única salida penitencial que realice este año, me ha permitido manifestar mi sentir cofrade. He podido hacer ver que la Semana Santa sigue ahí y que, a pesar de muchos, no son momentos duros, ni mucho menos.
Gente, gente y más gente. Silenciosa y reverente, la gente se ha agolpado a ambos lados de la carrera para ver pasar nazarenos e imágenes. Unos con sentimiento y devoción, otros con expectación y algunos otros, cuyos rostros dejaban claro un origen foráneo, con sorpresa. Pero todos, sin excepción, con respeto. Es lo que más he apreciado de esos momentos. He sentido el respetuoso aprecio de los espectadores y lo agradezco.