¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


lunes, 23 de mayo de 2011

Elecciones

Hoy, como casi todo el mundo en España, podría escribir sobre esas elecciones municipales celebradas ayer y sobre cómo los resultados, esperados en la mayor parte de los casos, han servido para confirmar lo que muchos intuían. El batacazo de quienes han apostado por seguir manteniendo las siglas del partido que actualmente rige los destinos de este pais ha sido notorio, doloroso y, sobre todo, más que significativo.
El vuelco en ayuntamientos, diputaciones y comunidades gobernados hasta ahora por el partido socialista es quizá de los más violentos de los últimos tiempos. La reafirmación, incluso notoriamente ampliada, de aquellos gobiernos de municipios, provincias y comunidades que hasta ahora estaban bajo las siglas del Partido Popular es también significativa y así debe ser entendida por analistas y profanos (de entre los que me podría considerar abanderado).
Pues bien, todo esto lo dejo para quienes, como aficionados o profesionales, se dedican al análisis de estas situaciones, a su interpretación más o menos subjetiva y a la redacción de conclusiones que sentarán cátedra en los diferentes medios.
A mí, lo que de verdad me interesa de la jornada vivida ayer como colofón a un periodo intenso, y con su poso trasnochado en el día de hoy, es dejar constancia de cómo unas buenas gentes, vecinos preocupados por su municipio, compañeros y amigos, se han dado hasta la extenuación por una causa en la que han creído y, lo que es más importante, han confiado desde el primer momento hasta el final.
Han sido días de intensidad desconocida por quienes jamás pusimos empeño en ser como ellos. Idas y venidas. Charlas y reuniones. Exposiciones y debates. Dimes y diretes. Fair play contra juego sucio. Realidades frente a entelequias. Disgustos sobrevenidos. Desvelos en soledad. Desvelos en compañía. Defensa de argumentos contra aguijones malintencionados... Y ellos, sin desánimo o con él (que de todo hay, seguramente), han puesto casi más de lo que podían para salir adelante con este empeño.
Y yo, desde fuera, desde esa atalaya que me gusta construirme cuando me da más miedo que respeto meter los pies en el charco, les he admirado desde el primer momento. Yo, desde mi plácida posición de torero de salón, he querido sentir con ellos todo su esfuerzo aunque fuera en la comodidad de mi distancia. Yo, sin querer más implicación que la que me deja en situación de ventaja, me he alegrado con ellos y he querido sentir su pesar casi como ellos, aun sabiendo que sería imposible.
Estos últimos días, en los que aquellos a quienes quiero y admiro por su capacidad y esfuerzo, han dado todo lo que tenían por defender una causa, su causa, sé que muchas almas estuvieron en vilo aun sabiendo que el resultado no defraudaría. Porque el trabajo bien hecho siempre tiene la mejor de las recompensas.
Y ahora, cuando el carro de los vencedores ha comenzado a marchar entre la euforia de muchos, habrá quienes intentarán subirse a él, diciéndose parte del éxito y arrogándose méritos que jamás obtuvieron.
No es mi intención agarrarme siquiera al rabo de los bueyes, sino que desde mi distancia prudente, con la serenidad que me transmiten quienes han logrado su objetivo y con el ánimo ya calmado después de todo, solo quiero darles un abrazo agradecido, una felicitación sincera y mi admiración completa. Por intentarlo y lograrlo sin más escudo que sus propias personas. En equipo, ¡siempre en equipo!
Sé, porque el tiempo me lo ha confirmado, que son capaces de lograr metas que para mí, y seguro que para muchos otros, quedan poco más cerca que el propio horizonte: inalcanzables.
Sé que para lo que ahora son retos, llegará el momento en que sean nuevas realidades, indiscutibles y tangibles (por más que algunos las quisieran ya para sí).
Sé que al final, superados los altibajos del nuevo periodo, que los habrá, se sabrán satisfechos por lo hecho y tendrán nuestro reconocido agradecimiento de nuevo. Aunque nos cueste. Aunque me cueste... a veces.
¡Contáis con muchos!
¡Felicidades!
¡Os admiro!




viernes, 20 de mayo de 2011

Palabra

La capacidad analítica de mi cerebro, si es que en algún momento la tuve, es cada día menor. Quizá por eso necesito envolver mis escasas ideas de forma que queden tapadas por las palabras.
Estoy seguro de que tengo poco que decir, pero me gusta decirlo bien. O, al menos, como yo creo que está bien.
Aun así, la necesidad de hacer rápidamente todo lo que me propongo, el aquí y ahora, me obliga a improvisar todas y cada una de las entradas de este diario. Y seguramente ese sea el motivo de la impresión que se desprende de ellas. No repaso y no corrijo (quizá sí alguna falta de ortografía). Así, lo que sale... sale.
Posiblemente me ocurra igual cuando hablo. Las palabras salen por mi boca sin dar tiempo a decidir si cada una de ellas es la más adecuada en el momento, pero no se puede perder la frescura de la improvisación por buscar el término adecuado. No se debe interrumpir la frase para hacerla más correcta, si no más bonita.
Son pocas, muy pocas, las veces que he consultado un diccionario de sinónimos, aunque me reconozco asiduo del diccionario de la lengua de la Real Academia, ese DRAE que a veces ha llegado a ser mi libro de cabecera y que ahora, cuando la tecnología ha sido capaz de permitir su inmediatez, lo llevo en mi ADSL permanente como otros pueden llevar un bolígrafo... ¡Por si acaso!
Porque el uso correcto de las palabras, no sólo para una correcta sintaxis en la construcción de frases sino también para emplearlas conociendo su significado es algo imprescindible de lo que cada día se prescinde más. Esto, sintaxis y semántica, a veces, solo a veces, puede llegar a ser más absorbente que lo que se quiere decir propiamente. Lo suyo sería alcanzar un equilibrio. Inestable equilibrio.
No destaco por mi elocuencia, lo sé, aunque estaría encantado de que así fuera. Pero de ahí a sacar gusto por la pronunciación afectada en mis conversaciones o discursos va un trecho amplísimo. Es más, creo que, quizá por nacimiento, jamás llegaré a pronunciar correctamente, con afectación o sin ella, esta bendita lengua castellana.
Eso sí, lo que tengo más que claro es que a estas alturas, cuando las canas no solo salen en mi alma, me va costar mucho cambiar lo que ya tengo más que arraigado, por más que lo intente; aunque solo sea por costumbre (como el Diablo lo es por viejo).

Maleducado

Cuando éramos niños, mi madre, momentos antes de comenzar algún periplo de visita a casa de amistades o familiares, pasaba revista y daba las últimas instrucciones a los que, colocados por edades, nos alineabamos junto a la puerta en el zaguán de casa. -Hablad sólo cuando se os pregunte; no hagáis ruido ni os movais sin necesidad...-
Son polvos que, y no quisiera pecar de inmodestia, han traído unos lodos que casi siempre me han hecho sentirme orgulloso, aunque a veces los eché de más y hubiera deseado no tener tanto reparo en reaccionar de forma tan airada como he visto en quienes "presumen" de una educación menos esmerada, si es que la mía lo fue. Porque hay veces en que se ven pasar los acontecimientos como mero espectador pero uno quisiera ser partícipe de ellos y la educación lo impide, haciendo que nos cubra una sensación de enrojecimiento que bien podría ser cobardía.
A veces siento que necesitaría ser más maleducado para poder hacer con descaro lo que el pudor me impide.