¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


miércoles, 17 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XX: Calles Prado y Juan del Rey

Si hay calles nombradas que casi no llegan a ser, esta pasa por ser una de las escasas, si no la única, que poseen dos denominaciones. Dos nombres para una unidad separada por una curva. Sólo una curva. 
Y curiosamente, al final, para muchos es... una parte de Iscar Peyra. ¡Caprichos del pueblo!
Pero, con uno, dos o tres apelativos, acoge entre sus casas a los que ya superaron ese ecuador que supone la mayor de las ágoras para quienes arrastran su pasión por esta Salamanca nazarena o a quienes la toman por derecho tras renunciar, voluntariamente en su rigor penitencial, a asomarse a la que fuera Plaza de San Martín por no impregnarse del lujo que se le supone y que, curiosa e involuntariamente, es motivo de cartel con flecha indicadora.
Mas no por renunciar se consiguen los objetivos. Porque un lujo es encontrar al frente la sencillez de los muros monacales tras los que se ocultan, en observancia, mujeres que, abandonando el siglo, se entregan a la oración mientras ven pasar a los penitentes en santas miradas de reojo. Y la Madre de Dios, del Dios niño que fue, se asoma a su hornacina para ver y dejarse ver, para unirse a ellos como una espectadora más desde la discreción que siempre tuvo.
Porque es un lujo saberse mirados por los vanos ojos de la cúpula de las Agustinas, que por un momento dejan de elevarse a los cielos para mirar orgullosos el discurrir de cristos y cristianos en su camino de testimonio.
Y a la vuelta, cuando sólo por cambiarle el sentido, y casi sin saberlo, le ponemos otro nombre, serán las barrocas torres jesuíticas las que guarden las espaldas de los cofrades mientras la otra cúpula, la de cobrizos reflejos, se empine sobre sus muros para asomarse al desfile. Que ella también se sabe partícipe.
Casas nuevas en las que la historia va penetrando poco a poco. En las que las fachadas comienzan a sentirse antañonas para, con lentitud, ir incorporándose al barrio al que llegaron como hijas tardías. Por eso, seguramente sólo por eso, la comunión con la marcha nazarena no alcanza aún esa sensación de unidad que se gusta en otras calles. Pero llegará el día en que sus aceras tengan el mismo sabor cofrade que las de sus hermanas. Habrá día en que la cera fundida caiga sobre ellas ya como añejas compañeras de camino de hábitos y capirotes y serán vistas con otros ojos.
Mientras, la Madre, desde su hornacina, seguirá mirando como siempre hizo mientras acoge al Hijo en su regazo y las cúpulas pugnarán por contemplar el paso de cruces y luces, bajando sus ojos al ras de la tierra.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta el primer párrafo, ya sabes............El Hno del Taurino

Félix dijo...

Ya sé, ya sé... Siempre tirando pa casa. Pues ya verás cuando llegue el final. ;-D
Cordialmente,
Félix