¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


miércoles, 31 de diciembre de 2008

Argonauta

Recorro la calle, mi calle, en soledad.
Hoy, último día de este año que, como todos los que le precedieron, ha merecido la pena a pesar de todo, transito por la Compañía en soledad. Es media mañana y la calle más salmantina y cofrade se muestra esplendorosamente solitaria bajo amenazantes nubarrones. La paseo y la disfruto. Pero, ¿no es extraño? ¿dónde se ocultan quienes a diario la recorren?
Así, en el inverso del recorrido tradicional, alcanzo a ver su final, o su principio pues es calle que se anuda en sí misma. Plaza de Monterrey. Calle de Bordadores. Mi mejor recuerdo para el más admirado. Pienso en sus diarios paseos, mirando lo mismo que él admiró, queriendo sentir como él sintió, y don Miguel recibe la oración callada que quiere llegar hasta ese misterioso hogar en el que reposa desde que, un día como hoy, durmiese el descanso del bregar más duro.
Oigo música. Veo gente. Todos los que vaciaban la Calle se encuentran reunidos a la espera de que Jasón les muestre el Vellocino de oro. Atentos a las súplicas de éste hacia Medea encaramada espectralmente en la fachada de su vivienda. Me acerco y me uno a ellos. Seguro de que me aceptarán aunque no me echasen de menos. Me siento como un argonauta más y disfruto. Disfruto de la compañía de Jasón, de los odios de Medea, de las bravuconadas de los argonautas y, sobre todo, de la presencia del Rector Unamuno. Atento él, seguro, a la fiel interpretación de los textos. ¡Yo no dimito de la vida aunque me duela España!
Aguardo en silencio, respetuoso, a que el tumulto desaparezca poco a poco. Y, cuando se queda solo, cuando nos quedamos solos, me acerco a él y le saludo. Y me despido. ¿No sé si sabrá quién soy? Bueno. Al fin y al cabo, yo sí sé quién es él y eso es lo único que me importa.
Volveré a pasar, como siempre, y miraré no hacia él, en su frío bronce, sino hacia la ventana a ver si le encuentro asomado, aguardando la llegada de esa muerte que le cesó en esta vida de la que él nunca dimitió.
Ahora, cuando todo ha acabado, comienza a llover.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Buenas intenciones


Estoy haciendo repaso rápido, a vuelapluma, de todos los compromisos que adquirí al término del pasado año. Intento recordar todo aquello que no cumplí, a pesar de haber hecho firme compromiso, para poder retomarlo ahora, como si nunca me lo hubiese propuesto y, así, poder hacer la rotunda promesa de llevarlo a cabo este año que ahora comienza.
Son tantas las cosas que a lo largo de mi vida he intentado comprometer cada comienzo de año, que seguramente me deje un montón en el olvido. Sobre todo aquellas buenas intenciones que, por juventud más que nada, hacía sin tener en cuenta el riesgo que corría cuando las escribía en el imaginario calendario que caía, en blanco y negro, junto a la brillante bola del edificio de la Dirección General de Seguridad de la madrileña Puerta del Sol.
Cuando el color vino a inundar nuestras Nocheviejas y la luminosa bola pasó a ser parte de otras dependencias menos lóbregas, mis promesas seguían apareciendo firmemente con cada una de las campanadas del carillón. Tampoco me veo capaz de recordar esas buenas intenciones, la mayoría de las cuales se encuentran acompañando a las de la infancia en ese limbo al que van a parar las cosas que olvidamos o que queremos olvidar.
Y ahora, cuando mi cabeza y mi alma peinan más canas de lo que hubiera siquiera sospechado, vuelvo a caer en el error -por seguir la tradición-, y nuevos compromisos comienzan a rondarme la cabeza en estos momentos de debilidad sentimental, de transición entre fiestas. Así, después de que mi parte más íntima tuviese los deseos más altruistas y solidarios para acompañar el nacimiento del Niño Dios, aun a sabiendas de ser imposibles, es ahora mi parte más prosaicamente pagana la que comienza a celebrar el fin de un periodo o el comienzo de otro (es decir, nada de nada) con firmes promesas para que, ni siquiera intentándolas el primer día, se acumulen a todas las que he formulado en las últimas décadas.
Pero no deja de ser una tradición y, como tal, pienso cumplir con ella mientras engullo las uvas de la suerte. Doce compromisos, doce propósitos, doce intenciones... para olvidarlas en cuanto la última pepita recorra el primer tramo de esófago intentando, sin éxito, un atragantamiento que fuese motivo de chanzas familiares. Muchos no podría ni siquiera decirlos y el resto... me da vergüenza confesarlos. Pero seguro que habrá promesas y mi cana será escrupuloso e incorruptible notario de todas ellas para, cuando el año esté por terminar, echármelas en cara como siempre por estos días. ¡Algún día me la tiño!

viernes, 19 de diciembre de 2008

Es Navidad

Desde este mismo momento comienzan mis vacaciones de Navidad.

Sí. Durante las próximas semanas aunque tenga que ir por el despacho de cuando en vez, lo haré de forma relajada y sin tener que poner la luz a los días y podré aprovechar para zambullirme en la alegre vorágine ciudadana; para disfrutar de la fría calma que envuelve las calles de esta ciudad cuando, en las primeras horas, la bruma se adueña de todos los espacios y las antiguas calles apenas son transitadas.

Pero, en estos momentos, cuando la alegría debiera estar comenzando a inundar todo mi interior, mi alma está encogida y esa cana que otras veces se muestra orgullosa, ahora quisiera sentirse invisible y desaparecer entre sus pliegues y arrugas; esconderse en el gurruño que, poco a poco, se va formando y dejar de sentir. Porque, a pesar de comenzar las fiestas y los días de descanso, a pesar de que son los días más artificiosamente entrañables del año; a pesar de que celebramos el nacimiento del Niño Dios con el espíritu renovadamente puesto en un pequeño pesebre; a pesar de muchas cosas que podrían venirme ahora hasta el recuerdo pero que prefieren quedar anónimamente ocultas, no creo que estos días vayan a ser celebrados como yo quisiera desde la añoranza de mis días infantiles. Porque, y es lo malo de hacerse viejo, las ilusiones que fui ahorrando para gastar poco a poco, son cada vez más escasas. Tanto que ya comienzo a ver el oscuro hondón del saco.

Porque un día 22 de diciembre de hace ya cuatro años, cuando el alegre y machacón soniquete de los pequeños de San Ildefonso inundaba todas las salas de ese viejo hospital, sus ojos acabaron por cerrarse en busca del descanso que llevaba tiempo buscando y que, además, tenía completamente merecido. Su cuerpo exhausto descansó, pero para mí fue lo peor que como hijo me pudo ocurrir. Y, aunque felizmente concelebre con todos nosotros estos días en que la familia es lo más importante, no puedo evitar que una lágrima de cariñoso recuerdo se pierda por el interior de mi ahora empequeñecida alma.

Porque, a pesar de vanos intentos, las cosas siguen sin cambios. Las promesas e ilusiones siguen siendo el huero espacio dentro de una cáscara cada vez más amarga cuando se intenta atravesar desde fuera. Y ese amargor, o amargura -que sería peor- , impregna las paredes de mi alma y debilita su sentido. Seguramente aún estemos a tiempo de volver a ser lo que siempre quisimos. Sólo es voluntad y cariño, que lo demás, al final, siempre carece de lugar. Pongamos pues lo mejor de nosotros en ello.

Y así, a pesar de todo, quiero hacer de tripas corazón. Aunque, ahora que hace ya un año que me descubrí la primera, una nueva cana comience a despuntar desde lo más íntimo de mi alma, quiero sobreponerme a adversidades y celebrar el festivo Misterio de la Navidad como siempre. Celebrarla como me dictan mis recuerdos y me pide el cuerpo. Celebrarla en el bullicioso recogimiento que requiere el hecho de saber que nos nace el Mesías. Compartir y compartirme. Seguir a la estrella hasta donde me guíe, como un pastor sin rebaño. Volver atrás la mirada y verles, a él y a ella, sonriéndome. Sólo eso, sonriendo.
Celebremos la Navidad. ¡Feliz Navidad!

sábado, 13 de diciembre de 2008

Volviendo atrás


Ayer dí con lo que puede ser el motivo de la dejadez que arrastro en los últimos tiempos.

Ayer, alguien a quien aprecio y por quien me siento apreciado, comentaba que echaba de menos al "capitán pescanova". ¡Tate! ¡Eso es! ¡Y yo sin darme cuenta!

Una imagen, un simple cambio de imagen y puede ser el motivo de que se modifique todo lo que nos rodea, por dentro y por fuera. Pasé del llamativo amarillo al azul académico y, por lo que ahora creo, todo alrededor de mi cana sufrió un cambio. Imperceptible pero profundo. Porque... ¿será este simple gesto de cambiar una fotografía el que haya condicionado la decreciente frecuencia de mis escritos en este diario? ¿Será cierto el efecto mariposa en cuestiones intangibles? ¿Me habrá afectado la académica seriedad para que las frases y palabras salgan cada vez con menos fluidez? No lo sé. Pero, por si acaso... ¡Vuelve el "capitán pescanova"! Así, en unos días podré comprobar si el retorno al pasado, si la recuperación de imágenes que habíamos desechado, si la mirada retrospectiva hacia el interior del alma, hacen que regrese la ilusión a este blog en forma de entradas más frecuentes.

Aunque creo que voy a jugar con ventaja, porque estamos entrando en un periodo del ciclo anual en el que a todos se nos ablandan los callos en el corazón. Pero en el de verdad. En ese corazón que unos tenemos más arriba y otros más abajo, más o menos grande y más o menos duro, pero intangible a manos de cirujanos que no sean los del alma. Y cuando ese corazón ablanda sus durezas, parece que arrastra al resto de nuestro organismo en una vorágine exultante que se manifiesta en una mejoría de todo nuestro interior. Nos sentimos más jóvenes, alegres, felices,... y locuaces. Por eso pienso que voy a jugar con ventaja. Que el "capitán pescanova" va a jugar con ventaja.
En unos días lo veremos.

viernes, 12 de diciembre de 2008

12 de diciembre

No es que no haya nada que decir, sino que hay momentos o periodos en los que se me contraen los dedos, se me agarrota el entendimiento y no soy capaz de dejar aquí todo lo que, en un momento u otro, me anda rondando la cana en los lugares más imprevistos.


En los últimos tiempos ha habido multitud de temas con posibilidad de generar un comentario. Sin ir más lejos, aunque hubiese pecado de falta de originalidad, lo último que me anduvo por los adentros mentales fue la urgencia fisiológica de evacuación vesical o, lo que es lo mismo, las prisas imperiosas para correr hacia algún lugar en el que desalojar la vejiga sin tener que mearse encima, y cómo el cañón de un arma en la cabeza relaja esfínteres haciendo de este proceso algo incontrolable en valientes que, cuando están del otro lado de la pistola, no permiten a su victima ni orinarse encima, pues acaban con ella a traición y por la espalda. Y no sería original porque ya ha sido tema tratado por distintos analistas en diferentes medios, escritos y hablados, en los últimos días. Pero, además, debo recordar que en mi primera contribución a este irregular "diario", ya tenía en mente la presión que la glándula prostática ejerce sobre su entorno y cómo esto obliga a la búsqueda de mingitorio de forma precipitada. Y esto, sólo por poner un ejemplo, pero había más. La muerte en la búsqueda del amor. El adoctrinamiento por la eliminación de la doctrina. La sesgada memoria en la histórica mente de algunos... y tantos más. Aún así, ninguno de ellos ha tenido fuerza suficiente como para que dejase aquí mis impresiones.


Pero hoy, 12 de diciembre, no podía dejarlo pasar. Aunque la escasez de tiempo o de ganas, que en el fondo viene a ser lo mismo, me mantengan alejado de esta bitácora más de lo deseado. No. Hoy, 12 de diciembre, debo cumplir un compromiso que, en lo más íntimo de mi virtualidad, adquirí hace un año. Bueno, algo menos, pues mi compromiso nace el mismo día en que muere el año. En todo caso, semana arriba semana abajo, el compromiso existe y no renuncio a cumplir con él.


Un día como hoy, 12 de diciembre de hace ya un largo año, dejó este mundo y toda su parafernalia mi amigo Luis. Seguramente el mejor amigo que jamás soñé, aunque no quisiera con esto rebajar el valor de aquellas otras amistades que a lo largo de mi vida he compartido, comparto y seguro compartiré. Pero ninguna como la suya.


Y, en este último año, han sido muchos los momentos en que su espíritu me ha rondado para acompañarme. Han sido muchas las ocasiones en las que mi recuerdo ha sido para él y para su ideal. Han sido numerosas las actividades que, si hubiera seguido aquí, sé que habría comentado en su interés por mantener viva la Semana Santa salmantina. Porque, aunque en algún momento me comprometí a ser la voz que continuara su labor, no he sabido mantener el estandarte suficientemente elevado y me he dispersado por otros caminos que, frecuentemente, han discurrido de forma completamente divergente con el que él tenía planteado.


Durante este año sé que han sido muchos los asuntos cofrades que Luis hubiera gustado plasmar en su bitácora y que yo, como compromisario, debiera haber materializado. Pero seguramente un mal entendido pudor me atenazaba cada vez que intentaba tomar su pluma y tocar cualquier tema que él hubiera manejado con habilidad.


Sé que él habría hablado de cofradías y cofrades; de actos y procesiones; de juntas y bases; de ilusiones y decepciones; de tallas y pasos; de pasión y gloria; de nuevos y viejos... Pero cada vez que yo intentaba recuperar su memoria, el nudo corredizo de una áspera soga se cerraba alrededor de mi blanca cana, impidiéndome cualquier actividad más allá del cariñoso recuerdo.


Él hubiera podido hacer un repaso de nuestra semana más querida y disfrutada. Hablar de nuevas tallas y de su calidad. Entrometerse en el diseño de recorridos absurdos. Alabar las mejoras que todos disfrutamos gracias al interés de algunas cofradías por superarse día a día. Recordar los siempre olvidados acuerdos para los actos y procesiones del Viernes. Proponer nuevos pregoneros aunque fuese gritar en el desierto. Y, sobre todo, volver a la carga con esa Junta de Cofradías que sigue igual que cuando él estaba. Nuevas y viejas caras, pero siempre su Semana Santa.


Yo he sido incapaz de hacer nada siquiera parecido. Me perdí por otros vericuetos. Pero, sin dudarlo ni un momento, he sido fiel a su recuerdo. Por eso, hoy tenía que decirlo. Hoy debía hacer presente la memoria de mi amigo. Por eso hoy dejo aquí este recuerdo que quiere ser homenaje a su memoria.


Descanse en paz.