¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


martes, 10 de febrero de 2009

Atentado

Hace unos días, muchos españoles nos enorgullecíamos de que, por fin, el Tribunal Supremo hubiera conseguido que la bandera nacional ondease a las puertas del Parlamento Vasco. Se alcanzaba algo que se venía persiguiendo desde los más tempranos años ochenta en los que, con claras intenciones, se eliminó de allí no sólo la bandera sino hasta el mástil que la sustentaba. Era un claro desafío al resto de la nación. Ese desafío creció y se hizo patente en ayuntamientos y diputaciones. En muchos aún no luce la enseña y otros han tenido que ser forzados de alguna manera para que su balcón la luzca. Incluso tuvo que llegar una mujer para obligar al resto del municipio a que la bandera, su bandera, fuese colocada en el mismo balcón en el que hasta ese momento lucieron orgullosas las fotografías de asesinos encarcelados o muertos. Macabro tributo del que gustan los más primitivos de aquellas tierras.
Y, todo esto ¿por qué? ¿tan importante es una bandera?
Pues sí.
La bandera es el reflejo de un espíritu. La bandera muestra a los demás el orgullo de sus gentes y éstas la lucen orgullosas. Y la muestran en público y en privado. En balcones y despachos. En glorietas y edificios. Porque la bandera es el continente de toda una historia. Porque la bandera es siempre lo primero en ser utilizado como símbolo del resto. Porque una bandera es mucho más que un simple pedazo de tela de mejor o peor calidad. Porque lo que menos importa es la calidad de la tela. Porque lo verdaderamente importante es lo que ese trozo de tela significa para quienes creen en ella.
Pues bien. Ayer, mientras la bandera lucía el orgullo de toda una hermandad en su capilla. Cuando una bandera mostraba la historia de toda una hermandad. Cuando una bandera era seña de identidad, algún desalmado, talibán de cualquier demencia, roció la bandera de la Hermandad Dominicana, de mi Hermandad, con pintura y disolvente.
La bandera, nuestro querido "bacalao", que lucimos orgullosos en todas nuestras manifestaciones, ha quedado dañado de forma casi irrecuperable. Pero, más que eso, quien haya sido ha sabido hacer daño en lo más íntimo de la Hermandad atentando contra su símbolo.
Me da igual quién lo haya hecho. Me da igual saber cuáles pueden ser sus motivos. Porque, en el fondo, esto sólo puede ser resultado de un desequilibrio que, seguramente, deba ser tratado médicamente aunque el demente lo desconozca.
Eso sí. Que no piense que con esto consigue objetivo alguno. Que no crea que, cual aberchale de poca monta, nos va a intimidar. Que no imagine siquiera que esto retrasará en lo más mínimo la marcha de la Hermandad.
¡Estoy indignado!

lunes, 9 de febrero de 2009

¿"Cofrados" o "cofradas"? ¡Cofrades!

Últimamente, no sé si porque al estar ya cerca la Cuaresma el incienso comienza a hacer mella en mis zonas sensibles o por el cansancio que provoca el tener que trabajar más de lo que quisiera careciendo, además, de la costumbre para ello, se mezclan las ideas alrededor de mi cana y algunas pugnan por salir, incluso coincidiendo en fondo o en forma con las que salieron hace poco. Esto me hace pecar de falta de originalidad, pero es algo para lo que me veo incapaz de mantener un cierto control.
De un tiempo a esta parte, no sólo en ese micromundo en el que andamos inmersos voluntariamente, sino en los más variopintos medios, se oye hablar de cofradías, de mujeres, de hombres, de cofrades... que en algunas partes de nuestra adusta región están adquiriendo gran protagonismo. Una relevancia quizá excesiva por mezclar sexos y cofrades, cuando debajo del capirote deja de existir aquél, el sexo, y todos pasamos a ser nazarenos-penitentes sin ninguna particularidad que nos identifique sexualmente. O así debería ser.
Y yo me pregunto, ¿tanto problema causa esto? ¿No se estará confundiendo tradición con inmovilismo? ¿No sería bueno estudiar objetivamente las circunstancias y, en función de ellas, decidir?
Ahora que, después de tantos años, he conseguido la igualdad. Ahora que muchos hemos conseguido la igualdad, aún quedan quienes piensan que todo esto puede afectar a su situación de mal entendido privilegio y optan por seguir anclados en un pasado que, por ultramontano, hace que sean vistos como retrógrados personajes en defensa de no se sabe bien qué. Porque, ¿es que la piedad popular tiene más peso en función de los atributos? o ¿es que sólo los hombres son capaces de desfilar en procesión como manifestación de religiosidad? o ¿es que aún queda algún gremio plenamente masculino que se pueda constituir en cofradía?
Ahora, que he conseguido alcanzar la misma categoría que una mujer. Ahora que he aprendido lo que es trabajar en casa (terreno tradicionalmente acotado a las hembras, salvo el hueco del sofá) y casi soy capaz de hacer lo que hacía mi madre. Ahora que sé lo que es una lavadora, no sólo para cambiarle los tornillos sino para conocer el principio de su funcionamiento, atreviéndome a discernir entre ropa clara y oscura y sus necesidades de tiempos y temperaturas. Ahora que sé lo que significa estirar unas sábanas para dejar la cama como si fuera de estreno. Ahora que soy capaz de freírme un huevo sin dejar la cocina como si hubiera tenido lugar la Batalla de Brunete. Ahora que no me avergüenzo de enfundarme el chándal y empujar el carrito en los pasillos del supermercado a la búsqueda de las ofertas y marcas blancas. Ahora que, cuando voy a animar al equipo de mis amores, las voces más fuertes, para bien y para mal, salen siempre de gargantas femeninas. Ahora que al pasar por las obras son ellas, las obreras, las que me ruborizan con sus requiebros. Ahora que el número de excelentes profesionales que salen de nuestras aulas se insertan en la vida sin tener que mostrar su condición. Ahora que casi hemos eliminado la discriminación, positiva y negativa. Ahora... Resulta que, como lo único que queda es ese reducto malinterpretadamente masculino que son algunas cofradías, éstas deben ser defendidas cual bastión sacrosanto.
¿Qué sería de la Semana Santa sin mujeres? ¿Podemos hacer de nuestras cofradías centro de discriminación en algo tan genérico?
Dejémonos de seguir queriendo mirar hacia atrás y hagamos que el camino siga hacia el futuro. Porque, aunque algunos lo nieguen, el futuro pasa por hacer de todos un solo cofrade. Sin sexos, sin categorías, sin clases. Porque bastante tenemos ya con lo que nos viene de fuera como para cismar desde los interiores.
Y todo esto, sin que me haya puesto a pensar, siquiera, en que la autoridad eclesiástica está de parte de la concordia.
Sólo sé que en casa, igual que freímos huevos mantenemos el sentimiento cofrade participando todos por igual.
¡Y nos va mejor que bien!

viernes, 6 de febrero de 2009

Eluana Englaro


Llevo unos días dándole vueltas y no encuentro respuesta que sosiegue mi cana. Y, la verdad, es que no entiendo bien por qué, pues nunca llegaré a conocer a Eluana y sólo he sabido de ella de unos días acá, merced a lo publicado por la prensa.
Eso sí, sé cómo es. He visto una fotografía de una mujer sonriente, en plenitud, con esa belleza oscura que sólo tienen las mujeres mediterráneas. Una italiana de ojos negros y larga cabellera. Pero hablo del pasado, de cuando la sonrisa poblaba su cara y la vida salía por cada uno de los poros de su piel. Y esa vida salió tanto, que hace diecisiete años se le escapó casi del todo. Del todo, diría yo, aunque la ciencia fue capaz de enganchársela por un hilito y ella quedó ahí, sin sonrisa, con los ojos inexpresivamente cerrados y con los poros de su piel vacíos pues la vida no salía ya por ellos, postrada en un lecho inmóvil, inerte. Porque desde entonces, la vida de Eluana no sale, sino que entra. Entra, artificial, todos los días gracias a los mecánicos impulsos que le envían complejos alimentos por un único orificio, que no poro. Eluana se mantiene así desde hace diecisiete años, pero hace diecisiete años que dejó de vivir. A su pesar, seguro. Porque el recuerdo nos la deja ver llena de vida. Porque por los ojos se le escapaban sus proyectos y, si se mira con atención, seguro que a través de esos ojos fotográficos se podría ver el futuro. Pero ahora esos ojos cerrados sólo permiten que se vea el pasado. Todo son recuerdos sin expectativa. Todo son ilusiones rotas. Y eso tiene que doler. Tiene que doler mucho. A Eluana, si es que puede, y a sus padres. Sobre todo a sus padres. Lo imagino. ¡Qué dolor!
Y así, día tras día, mes tras mes y año tras año. Sin futuro.
Y yo aquí, llevo unos días dándole vueltas. Porque no estoy seguro. Porque, en el fondo creo que no estoy de acuerdo con los argumentos de quienes dicen defender la vida. Porque son tantos los sinsentidos, que éste parece uno más. Porque creo que en los últimos diecisiete años, la artificialidad de la vida de Eluana ha tenido que estar en contra de lo que cualquier Dios pudiera tener previsto. Porque Dios, después de hacernos a su propia semejanza, nos dejó completa libertad. Y creo que algunos, con argumentos más o menos justificables, intentan utilizar estos privilegios para ocupar el sillón divino y decidir cómos, cuándos y porqués. Por eso hay quienes deciden que aún no ha llegado su momento y que será cuando ellos decidan; y la mantienen atada a la cama y al alimentador. Por eso hay quienes deciden que ya ha llegado su momento, que ellos ya han decidido; y le quitarán el alimentador y la cama. Y todos se creen en posesión de la verdad. Y todos se ven capacitados para decidir. Y todos nos vemos capacitados para decidir.
Cada día queremos parecernos más a Dios. Pero nunca seremos Él.
Y Orza, la ecuatoriana de Parla, ayer, con sólo veinticinco, muerta a manos de su hombre. ¡Otro que quiso ser dios!
Por eso, llevo unos días dándole vueltas. Me pongo en su lugar, en el de ellos, y no sabría qué hacer. Porque no quiero ser dios.
Es duro.