¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


viernes, 26 de junio de 2009

Soñar vacaciones

-Bueno... ¡y ahora de vacaciones! ¿eh? - Me dice mientras me guiña un ojo cómplice.

Todos los años me ocurre igual. Siempre hay alguien, cercano o lejano (que de todo hay), que por estas fechas me viene con este comentario. Y yo, como siempre, disculpando su ignorancia, justifico mi jornada laboral y lamento que esto no sea cierto. Lamento que aún no esté de vacaciones. Lamento que,  aun en periodo de vacaciones, muchos días me toque trabajar.

-¡Ah! Pero... Si ahora no hay clases... Si los alumnos están todos disfrutando de sus aprobados o suspensos en quién sabe dónde... Si ya todo se acabó...
-¿¡¡Cómo!!? ¿Es que no hay nada más que hacer?- 

Y me acuerdo de todos ellos. De esos que envidian mis vacaciones desde el aire acondicionado de sus despachos, mientras en las llanuras castellanas o en la montaña ibérica, con un sol de justicia clavándome sus garras en el cogote, con la lengua seca y la vista cada vez más cansada, me dedico a "eso otro" que los demás desconocen y que es parte esencial de mi labor profesional. 
Y me acuerdo de todos ellos. De esos que gastan sus tardes al borde del pilón por tener jornada reducida, mientras me dejo los ojos en el microscopio de un laboratorio en el que se podrían freír huevos (de codorniz, que tampoco hay que exagerar) sobre cualquiera de sus mesas.
Y me acuerdo de todos ellos. De esos que gastan su mañana en la atenta lectura de la prensa local, pues en esta época son pocos los papeles que hay que mover, mientras emborrono folios y folios preparando la bienvenida académica (otros lo llaman actualizar temarios) para mis compañeros estudiantes del próximo curso, descerrajándoles tiros idiomáticos a mis escasas neuronas con la lectura de voluminosos manuales escritos por sesudos investigadores, pues los idiomas nunca se me supusieron como de valor reconocible.
Y me acuerdo de que "pudiendo" estar de vacaciones, mi compromiso laboral me obliga a estar atado a un trabajo del que disfruto, aunque a veces necesite relajar la cana y vender mi alma al diablo. Oler el aire salado de las playas de ese Cái que me tiene atrapada el alma, dejando que ésta vague por lecturas sin trascendencia mientras no doy tiempo a que se caliente una cerveza. Oír el canto de la chicharra sin que éste me recuerde que el despertador sonará cuando despunte el alba. Abandonarme a las mías y dejar que la laxitud de los momentos sea acicate para recuperar lo que perdí durante el resto del año.
Ahora, mientras tengo la mente puesta en los ácidos nucléicos y en esas pequeñas bestias que me permiten saber algo más del pasado y del futuro, veo claramente que necesito unas vacaciones. Pero, a pesar de lo que piensen los demás, cercanos y lejanos (que de todo hay), todavía las veo en lontananza y me tengo que conformar con distracciones puntuales.

-¡Félix! ¿Tienes preparados ya esos análisis?- Acaban de decirme abriendo la puerta del despacho, haciendo que una fuerte corriente de aire, que viene de la única ventana que puedo abrir, se lleve los sueños.

¡Necesito vacaciones!

lunes, 22 de junio de 2009

Duelos y Quebrantos


Tenía que haber sido ya, pero, entre un estate quieto y un que no te muevas, todavía está pendiente una jornada (no doy más de mí como para hacerla en plural) de gastronomía popular a la que me comprometí hace tiempo.
Ahora sí que la inmediatez hace que ya ande dándole vueltas a la organización del evento para conseguir que sea no sólo atractivo, pues para eso estarán los baños posteriores si es que alguno logra realizar una adecuada digestión, sino algo temático con lo que enmascarar mis deficiencias culinarias. Y qué mejor que eso; algo popular con lo que cada errata de cocinero pueda ser vendida como una tradición antañona, ¿no?
Pues bien, la temática a la que me ceñiré rondará la gastronomía manchega, con una especial dedicatoria a su mejor representante, de la Mancha digo, desde el siglo diecisiete, que no es otro que el afamado hidalgo cervantino don Quijote. Hombre ficticio (no descubro nada desconocido), que en aquellas tierras es reverenciado de forma tal que ya quisieran muchos personajes de carne y hueso semejante consideración para sí.
La verdad es que intentar resumir en una sola jornada todo aquello que se consumía en casa de don Alonso durante la semana, sería no sólo pesado en cuanto a contenidos calóricos, sino imposible de ser por repetido en el uso de sobras y remiendos. Así, abusaré de la dedicatoria a tan insigne manchego, pero centraré la jornada  sólo  en algunos de los platos más conocidos de la gastronomía manchega, pobre por definición y pastoril o labriega por tradición. Son, por tanto, recetas sencillas que hasta un patán entre fogones como yo será capaz de sacar adelante sin necesidad de disimular errores. O eso creo...
Gachas de almorta y asadillo como entrantes, acompañados de sus correspondientes tropezones de entreverado tocino y costrones de aposentado pan, frito en el mejor de los aceites. Duelos y quebrantos en su versión más urbana o light, pues el uso de la tradicional casquería no sé si heriría estómagos pero seguro que sí alguna sensibilidad. Y es que ya no estamos acostumbrados a todo aquello que en tiempos fue manjar. ¡Lástima! Duelos y quebrantos, digo, con sus partes definidas, aunque nunca supe si el huevo era el duelo o si la chicha el quebranto. Posiblemente, para acompañar, un pisto de esos que, por sí solos, valen para no comer nada más. Plato único, decían en mi tierra, de los de cucharada y paso atrás. También esto se pierde y, por consideración a mis comensales, utilizaré vajilla; rústica, pero vajilla al fin y al cabo. De todas formas, ¿qué esencia quiero mantener si voy a poner la cazuela de barro sobre el calor de un elemento vitrocerámico? ¿Será esto lo que algunos denominan cocina fusión?
Por si acaso, tendré preparado un salmorejo, con su jamoncito y su huevo duro, que sé que será apreciado con seguridad por los comensales, y un poquito de queso que será manjar para otros.

viernes, 12 de junio de 2009

Noche de primavera

Sevilla en primavera. Noche cerrada. Calles estrechas. Gente, mucha gente agolpándose sobre las aceras y desbordándose hasta el mismo centro de la calzada. A lo lejos suenan las notas de una marcha cofrade en plena primavera. Aumenta el revuelo. Se huele el incienso. El fervor popular, seguro que sincero, crece conforme se acerca el cortejo. Escaso cortejo formado únicamente por unos ciriales, un paso y una banda de música. El resto es gente, mucha gente arracimada en torno a un paso de Semana Santa en pleno mes de junio.
Todo esto es lo que esperaba, no lo niego. Ruido, gente, aglomeraciones,...


De repente suena una marcha. "Reina de Triana" creo que es su nombre. Un murmullo se nos acerca desde el paso. Sssshhh!!, sshhhh!!, ssshhhh!!. Alguien manda callar y lo que hace un momento era bullicio es ahora silencio sepulcral. Respeto máximo para oír. Para escuchar esa música dedicada para Ella, la auténtica protagonista de la noche. Las notas suenan en la pureza del silencio y yo, ahora, estoy en medio de algo que no esperaba, que no imaginaba. La marcha continúa y, de repente, instantes antes de que termine, como si fuese parte del mismo acto, una voz ruge desde el tumulto: -¡¡Viva la Esperanza de Triana!!- y el resto, haciendo coro improvisado, contesta emocionado con un ¡Viva! que sale del centro de muchos corazones. Así, ahora las conversaciones suben su tono pero con un respeto que se puede tocar mientras la imagen de la Virgen está en la cercanía.


De repente, de nuevo nos mandan callar. Ssshhh!! Sshhhh!! Y, en el silencio, en la distancia, se oye nítida la voz del capataz. Va a levantar el paso y todos oímos sus palabras de estímulo y dedicatoria. Levanta el paso y desaparece el silencio. Tampoco era esto lo que esperaba. Así toda una noche con su madrugada. Así es Sevilla.

Ahora, la mañana ya está casi dando paso a las cañitas y las tapas, cuando el paso llega a las puertas de su capilla al otro lado, a la no Sevilla, a Triana. La Esperanza se despide de todos los que la han acompañado durante la noche sin dejarla sola un instante, agradecida y cansada. De pronto, otra vez mandan callar. Sshh! Sshh!... Y el silencio da paso a la Salve; esa Salve Marinera que sale del alma de todo un barrio y que se escucha con un sentimiento que es la envidia de todos los que nunca podremos ser trianeros.

Y la Virgen dice adiós desde el dintel, como sin ganas de desaparecer. Pero en algún momento tiene que acabar. Los demás, los de fuera, mezclados con los del barrio, entramos a esa capilla marinera no sé muy bien a qué. ¿A ver el ambiente? ¿A verla de cerca? ¿A despedirnos de Ella?... Y nos sentimos como en casa.
De pronto, en un instante, veo a un costalero que se desprende de su preciada medalla para dársela a una señora. Ella simplemente preguntaba por cómo hacerse con una en la casa de hermandad. Él, sabiendo del imposible, agarra la suya y se la saca del cuello, con el cordón impregnado de sudor y consciente de que va a regalar ¡su medalla!; ésa que le ha acompañado toda la noche, enredada en su faja, junto a la Reina de Triana. -¡Tenga, señora! ¡Que no se puede marchar usted de aquí sin llevarse lo que viene a buscar desde tan lejos!- Y la señora, con los ojos emocionadamente enrojecidos, no encuentra palabras para agradecer el gesto. -¡La guardaré en el corazón!, ¡Se lo aseguro!- Ésta fue su despedida. Embargada por la emoción, sincera emoción, abandonó la capilla y se marchó orgullosa enfilando la calle Pureza.



Tampoco esto lo esperaba yo de Sevilla.

Ahora sé un poco más de ese "algo" que hace especial la algarabía sevillana cargada de respeto. Ahora comprendo un poco más ese salmantino respeto... cargado de algarabía.