¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


domingo, 28 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XXVIII: Final

Se acabó.
Ha sido toda una cuaresma dedicada a recorrer con el alma, con la cana del alma, las calles cofrades de esta Salamanca que se me transforma para la Semana Santa. Han sido veintisiete calles y plazas de las setenta y dos que formarían el callejero nazareno salmantino. No todas han recibido el mismo tratamiento, aunque intenté dar el mismo trato a todas y cada una de ellas partiendo del cariño hacia la historia y la pasión de que hago gala. Algunas, más de las que hubiera querido, se quedaron en el fondo del cajón. Quedaron guardadas en la película de una cámara de la que no dio tiempo a sacar copias. En el complejo entramado que forma la siempre subjetiva selección de la que siempre queda la sensación de haber podido hacerlo mejor de lo que se hizo.
Por eso, no quisiera terminar sin, al menos, mencionarlas para dejar constancia de que ellas también sienten el paso de nazarenos. De que ellas también aguantan el peso de pasos y reciben como agua bendita los goterones de líquida cera que topan contra sus piedras y quedan ahí, por mucho tiempo, para que el mundo sepa que estas calles también se diplomaron en Semana Santa. Se irán los aromas de incienso y flores recién cortadas, pero estas calles lucirán con orgullo su carácter cofrade.
Las plazas del Poeta Iglesias, de Colón, del Concilio de Trento, de los Leones, de Juan XXIII, del Mercado y el Patio Chico; las calles de Cervantes, de Crespo Rascón, de Juan de la Fuente, del Rosario, de Serranos, de Tentenecio, Vera Cruz, Arcediano, Cañizal, El Expolio, de Fonseca, del Obispo Jarrín, de San Vicente Ferrer y Traviesa; El Arroyo de Santo Domingo, la Carretera de Madrid, la Cuesta de San Blas, el Rondín de las Edades del Hombre, el Puente Romano y su Ribera, se saben protagonistas, al menos por un momento, de la Semana Santa de Salamanca. Y todas ellas, anónimas en los otros días, se anclan, en estos que ahora comenzamos, a la cana de mi alma para que no las olvide.
Y ellas, desde hoy, se sienten renovadas porque serán transitadas por gentes e imágenes. Serán protagonistas en sus propios instantes y lucirán orgullosas como cada Semana Santa. Porque, ahora sí, estamos en Semana Santa.
Disfrutaré, como siempre, de la Semana, de Salamanca y de sus calles nazarenas.



sábado, 27 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XXVII: Plaza Mayor

Serás la última. No sé si por importante o por confianza, que siendo como eres el cuarto de estar de todos los salmantinos, es más sencillo saltarse los protocolos.
Serás la última pero sabes que eres el centro de todo. Sabes que la Semana gira en torno a ti y te dejas querer como una novia. Engalanas tus balconadas y abres tus arcos, esos ojos siempre pendientes de que todos los que te paseen estén a gusto, para dejar que cofrades y cofradías luzcan sus galas mientras te rodean. Explosión dorada en estos días de Pasión en los que todas las cofradías te tienen como vértice de sus desfiles. Bueno,...no todas. Hay quienes, en su austeridad, jamás osaron llegar a penetrarte. Pudorosas, las penitenciales hermandades sólo se atreven a mirarte desde fuera, atravesando tus puertas con sus miradas, pero sin alcanzarte con sus cruces y faroles. Y tú, en esos momentos en que ves cómo te dejan a un lado, te entristeces. Pero sabes, porque lo sientes, que estos que pasan por tus afueras también se entristecen al verte desde la distancia. Amor,  Paz, Luz, Sabiduría... conscientemente resignados te rozan para seguir su camino.
¿Y las demás? ¡Ay, las demás! De Domingo a Domingo te unen a ellas para hacerte la más nazarena de las plazas. La más cofrade de las calles nazarenas. Y se esmeran a su paso por todos y cada uno de tus pabellones. Se colocan cirios y capirotes. Se entonan marchas en las que el redoblar de tambores y el sonar de cornetas se aúnan en perfección. Y los cofrades, sabios por viejos, ensanchan su corazón sabiéndose mirados. Sabiéndose admirados en su liturgia popular. ¡Qué mejor sitio que la Plaza Mayor para predicar con el ejemplo!
Medallones que vuelven sus ojos a las imágenes de pasión. Barroco en barroco. Conjunción de perfecciones que extasían a cuantos gustan de esta apacibilidad. Propios y extraños se sentirán conocidos y hablarán, de esto o aquello, mientras disfrutan del paso de nazarenos, cirios, flores, bandas, incienso e incensarios... como si estuvieran en casa. Sólo un momento de respeto cortará conversaciones: ¡Está pasando el Señor! Y algunas manos, en gesto aprendido, llevarán sus dedos índice y corazón a la frente, el pecho y los hombros. La señal de la cruz.
Borriquillas, flagelados, yacentes, crucificados, eccehomos, rescatados, nazarenos, resucitados,... y vírgenes, muchas vírgenes, pasarán por tí dejándose ver. Dejando ver a los fieles, creyentes o no, que hay quienes son capaces de sacar a la calle su credo sin pudor. Y tú, orgullosa de ser parte de ello, te inundas de sol, te llenas de luna, te luces completa para que cofrades y cofradías estén en tí como en el salón de su casa.
Semana intensa que llega a su fin. Cristo y su Madre cara a cara. Alegría en los rostros mientras el sol se cuela por todas tus rendijas. Te animas, sabiendo que todo llega a su fin, y dices bajito: ¡Felicidad hermanos! ¡Es Pascua de Resurrección! Y todos te oímos, pero nos perdemos en la alegría bulliciosa y no nos atrevemos a responderte.
¡Feliz Pascua, hermana Plaza!


Calles Nazarenas de Salamanca XXVI: Calles de Silencio

Es Sábado y la Resurrección está próxima. Todos lo sienten. No hay silencio en el barrio. Los vecinos se echan a las calles para ver su cofradía, para participar en su cofradía, para ser cofradía. Y la Hermandad sale a las calles alegre. En silencio pero con la alegría de volver a pisar estas calles que, humildes, abren puertas y balcones para que salga el espíritu solidario de sus moradores. Gentes que supieron hacer vecindad para levantar casas, que aunaron esfuerzos para sacar un barrio de la más absoluta de las nadas y que hoy, cuando su identidad está consolidada y se sienten orgullosos de lo alcanzado, vuelven a unir sus fuerzas para llevarlas en procesión recorriendo alegres sus propias calles.
Cofrades de silencio que se acercan en pacífica manifestación hasta viejas plazas y rúas para llevar un poco de su alegría. Una alegría que explota desbordante, seña de identidad, nada más atravesar el arco que les franquea la entrada al Ágora. Alegría nazarena para kilómetros de pasión. Escaleras imposibles para acercar su fe a la ciudad que un día, hace ya tanto que apenas queda el recuerdo, les volvía su espalda indiferente. Pero ellos, los cofrades, lo olvidan todo para darse a sus calles. A las calles de su barrio. Y su barrio, en este Sábado glorioso, son todas las calles de la ciudad. Y por un día, Sábado de Gloria, toda la ciudad se hace Pizarrales.


viernes, 26 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XXV: Calles para un Via Crucis

Sonido de campanas en la lejanía. Se escuchan murmullos que atraviesan las cristaleras de una iglesia. Va a dar comienzo el rezo del Via Crucis pasional y San Bernardo, el barrio que acoge a los nazarenos más jóvenes de los que caminan las calles salmantinas, como en tiempos hiciera con quienes se acercaban cada tarde de domingo a disfrutar con las jugadas de su equipo en el viejo Calvario o con aquellos otros que visitaban la que pomposamente vino a ser llamada Feria de Muestras, se hace vía sacra y pone sus cruces para que los cofrades hagan estación.
Catorce paradas. Catorce momentos para la reflexión. Catorce visitas a los desfavorecidos, a los enfermos, a los que se aferran a la imagen de ese Ecce Homo para sanar su alma. Los nazarenos lo saben y se animan unos a otros para alcanzar su misión, mientras van dejando atrás calles de barrio, de su barrio, para llevar su mensaje hasta el mismo centro de la ciudad. Calles que recorren en su propia soledad aun sabiéndose mirados por quienes ocupan las aceras. Carrera procesional que completarán paso a paso, estación a estación, acompañando a su Cristo. Acompañados por su Cristo.
Ida y vuelta nazarena con aromas de ropa recién planchada. Ida y vuelta cofrade para cerrar el círculo de su propia pasión envuelta entre las notas de una marcha costalera. Ida, sí, pero ellos saben que todo está en su vuelta. Se saben esperados en la más deseada de sus estaciones.
El hospital, el viejo Hospital de la Trinidad, heredero de aquellos otros mucho más viejos aún, saca a sus gentes hasta la escalerilla de acceso para recibir la oración que cada uno de los que cargan con el peso de su pasión, que cada hermano penitente, lleva en el reverso de su negro escapulario. Oraciones para los demás, que no propias. Pues para cada enfermo habrá una mirada, un gesto, un compromiso, que será recompensado por una sonrisa agradecida. Una simple sonrisa en rostros doloridos. Y Él, el del mayor dolor, dejará allí, cubriendo alas y galerías, su clámide púrpura misericordiosa para arropar a los desvalidos. La estación del dolor.
Después, satisfechos, los nazarenos caminarán livianos. Olvidarán el peso y el cansancio para retornar de nuevo a la iglesia que les vió partir.
Y los susurros se transformarán en alegres frases entre hermanos. En abrazos satisfechos por haber alcanzado su meta. En lágrimas alborozadas que quedarán prendidas a hábitos y capuchones como testimonio de que todo termina su ciclo. Despedidas hasta un próximo año de quienes se volverán a ver mañana. Pero mañana no será lo mismo. Porque nunca es igual.

jueves, 25 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XXIV: Calles de perdón

La pasión se acerca al río. Empieza la Semana y la ciudad cofrade se acerca a las orillas de ese Tormes que la abraza. El perdón se busca entre casas de ladrillos recién cocidos y jardines que huelen a ribera. Los nazarenos recorren su barrio y las gentes bajan a su encuentro.

Recuerdos. Muchos recuerdos de vieja carcel con muros desconchados y verjas oxidadas en las que el via crucis se hacía realidad convirtiéndola en una estación más de esta vía dolorosa. Imágenes guardadas de chavales expectantes observando entre los huecos dejados por piernas y muros, intentando adivinar quién podría ser el agraciado. Quién sería liberado de su pena. Quién obtendría su perdón. Evocación de mayores, con sensación de estar nadando fuera de sus aguas, saboreando en sus conversaciones el principio de la Semana. Y, siempre, los ancianos cansados, recostados sobre árboles y paredones mientras mantienen su mirada fija en esos nietos que intentan adivinar dónde está el preso.







Se fué el decrépito penal pero el perdón sigue anclado a estas calles. Se marcharon los alambres de espino pero los nazarenos mantienen la ilusión de un primer día. Y las calles, estas calles de perdón, calles de nombres apenas recordados, se engalanan discretas para dejarse ver. Se animan sabiendo que habrá gentes nuevas. Presumidas, se rocían de incienso para agradar en la cita. Orgullosas, se saben parte de la Pasión.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XXIII: Calle de San Pablo

El sol de la mañana cae sobre cirios apagados que descienden. Sobre nazarenos que regresan a ese atrio que es su casa, para despedir su procesión mientras se prepara el Viernes Santo.
La madrugá termina con el alborear y los cofrades avanzan con ritmo cansino y triste, sabedores de que todo se acaba y es la calle, esta calle, la que, virgen de ceras dominicanas no gastadas, se reestrena la festiva mañana central de la Pasión para arropar a los que bajan, mientras el rítmico sonido de campanillas anuncia que siempre hay Esperanza a su paso. Verde esperanza. 
¿Estrenarse? La calle ya lo hizo en la noche de Miércoles para abrirse a los cristos. A esas imágenes dolientes que apenas vienen de iniciar su camino, para alcanzar, allende la Plaza, una meta en forma de oración frente al convento de esas cofrades que ofrecen sus almas para procesionar junto a hachones de roja cera. Suave cuesta para un Yacente que se desliza por ella flotando inerte, etéreo, como dormido, mecido por el rítmico andar de amantes hermanos. Apenas un vaivén, un bamboleo sutil, al ritmo de melodías fabricadas por los instrumentos de una corte de músicos. Notas que se pegan a sus heridas como bálsamo sanador, pues llevan el amor que los músicos, que cada músico, pone en cada una de ellas. Y el Cristo que yace, el que duerme en la placidez de saberse resucitado, avanza quedo entre nubes de aromático incienso.
Se estrenará la calle en Oficio de Tinieblas, para dejarse pisar por pies benditos hasta la misma madrugada del día en que la Vigilia de la Pascua nos anuncie la alegría de su Resurrección. Pero será en el atardecer de Viernes cuando las gentes, aún recorriendo los últimos monumentos eucarísticos, detengan su camino al paso de cofrades y congregantes. Verdes capuchones y moradas túnicas acompañando al Jesús que se vió abandonado, voluntariamente abandonado para cumplir Su voluntad, con el cáliz de la pasión entre sus manos. Manos atadas por grilletes de oro. Manos redentoras de cautivos, de cristianos cautivos, de pecadores cautivos. Manos que se abren para darse al pueblo. A esos que al detener sus pasos, quedan cautivados por el mensaje nazareno.
Palacios y casonas de rancio abolengo abandonado al albur de los tiempos, se dejan acariciar por el humo de las velas, por las sombras de los cristos, por los aromas de la pasión, mientras los ecos de sus estancias son cambiados por las melodías nazarenas. Y se dejan querer.
Pero todos saben, la calle sabe, que el día es el Sábado. Madrugada de Sábado recién estrenado para que la Soledad de una Madre se vea acompañada por multitudes. Fieles y más fieles abarrotan los acerones de la calle para ver pasar, para dejarse ver por la Madre que se siente abandonada. Por la Mujer que llora la ausencia de un Hijo que muere. Por la Reina que luce el luto para manifestar su dolor. Dolor de madre. Dolor de mujer. Pero no está sola. Las gentes la siguen a su paso, haciendo camino junto a ella. Luminoso camino en el que los chorreones de la cera ardiente dejarán la memoria de que anduvo por ahí. Alumbrada y sola. Acompañada y triste, va la Madre en su Soledad. La calle lo sabe. Sus casonas lo saben. Los muros lo saben... y callan respetuosos con el cortejo mientras lo despiden para dejar que sea el silencio de otras calles, de otras plazas, el que recoja el testigo de su presencia.

martes, 23 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XXII: Calle Isabeles

Se hace la noche y la calle de las Isabeles, la calle de esas monjas que un día llenaron mi alma, abre sus brazos para recibir al que nunca debiera haber abandonado sus muros. Las santas mujeres que oran por Él día tras día, dejan que su emoción alcance las puertas de su capilla hasta abrirlas de par en par y engalanan sus almas para recibir, para encontrarse, como todos los años, con su Cristo, con el de la Agonía Redentora. Salen para decirle que jamás le olvidan y que aún tiene su hueco entre ellas. Y algo extraño, como todos los años, invade sus adentros sin más explicación que la del encuentro.
El silencio se adueña de la noche y la oración se eleva hasta encontrarse en lo más alto con notas salidas de gargantas entumecidas y versos que se hicieron para alivio del crucificado a sabiendas de que el único alivio está en nosotros. Tres actos, que no trilogía, para hacer de la pasión, de esta pasión, culto humano a lo divino. Alabanzas a Él desde la humildad de los cofrades.
Los muros franciscanos se iluminan para dejarse ver entre la penumbra. Se estremecen cuando el crucificado se encara con ellos y muestra su rostro cadavérico, de hombre atormentado hasta morir,  mientras la brisa mueve sus cabellos de los que nacen tenebrosas sombras. Y las clarisas, benditas mujeres, con el tierno espíritu de quienes abandonaron el siglo asomándose en sus sonrisas, miran embelesadas a ese hombre que se les muestra en desnudez. Arrobadas por este encuentro, cantan y oran para hacernos saber que ellas también son cofradía y que la calle, su calle, se dejará querer cada madrugada de Jueves por el pueblo fiel que se reúne bajo sus balconadas para escuchar emocionado, canto, oración y poesía.
Suenan roncas campanas. Todo termina y una lágrima surca un rostro. Él, que nunca debió salir, marcha de nuevo para seguir su camino. Para alcanzar su destino. Para cumplir su misión. Para dar testimonio desde su crucero al escuchar los ruegos de quienes buscan en Él alivio y respuesta. Y la calle se vacía de gentes y nazarenos. Pero el silencio quedará. Quedará presente aguardando hasta el próximo año. Hasta la próxima visita.
Mientras, el que yace, en su misericordia, observa discretamente atento. Callado. Tímidamente invisible, sabe que no es su momento. Que él nunca conocerá un hueco entre los muros isabelinos. Que nunca será parte protagonista de esta oración. Y a sus nazarenos, sobrios y pacientes, como cada año, una vez más, se les abre una pequeña grieta en el alma. Y bajo  el caperuz, una solitaria lágrima recorre oculta la mejilla del cofrade hasta fundirse con Su sereno rostro en el frío metal de una medalla.

sábado, 20 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XXI: Calle de Quintana

Eres calle de paso. Calle de enlace para entradas y salidas. Calle de encuentros y de saludos cofrades. Calle de Domingo de Ramos, repleta de gentes que huelen a nuevo. Estrenos de cada año para celebrar la Pascua con días de adelanto.
Te veo casi a diario, pero sólo te haces presente cuando te conviertes en via de entrada a Jerusalen. Cuando la borriquilla te recorre al amparo de sus niños cofrades para completar el camino hacia el resto de la Semana.
Estrenos para guardar pies y manos. Pies que se gastarán en las demás calles nazarenas luciendo el orgullo del cristiano. Manos con las que poder sujetar la palma que le rendirá homenaje en su entrada triunfal. Estrenos de infantes que te pisan por primera vez mostrando ufanos su sonrisa a los que poblamos las aceras. Primera vez que será el inicio de una vida cofrade. Que se hará eterna en el paso de los años. Y volverán a pisarte mientras soportan el peso, sagrado peso, de Cristo en su Pasión. Flagelado, Presentado, Sumiso, Agónico y Muerto en su cruz.
Eres la calle en la que el encuentro de Dios consigo mismo, atado de manos y soportando el peso del madero, se manifiesta al pueblo. Las gentes, en sobrio alborozo, agracederán esta unión, esta reunión. Y los aplausos romperán el silencio poético de tu noche, calle de Quintana.
Sigue oliendo a estreno cuando la Semana termina. Siguen las gentes luciendo galas dominicales para recibir, ahora sí con alegría no reprimida, a Jesús Resucitado. Te engalanas y abres al paso de la Majestad sabiendo que es tu último día. Que deberás esperar un nuevo ciclo para volver a hacerte presente entre las gentes de Salamanca.
Y mientras, volverás a ser calle de paso.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XX: Calles Prado y Juan del Rey

Si hay calles nombradas que casi no llegan a ser, esta pasa por ser una de las escasas, si no la única, que poseen dos denominaciones. Dos nombres para una unidad separada por una curva. Sólo una curva. 
Y curiosamente, al final, para muchos es... una parte de Iscar Peyra. ¡Caprichos del pueblo!
Pero, con uno, dos o tres apelativos, acoge entre sus casas a los que ya superaron ese ecuador que supone la mayor de las ágoras para quienes arrastran su pasión por esta Salamanca nazarena o a quienes la toman por derecho tras renunciar, voluntariamente en su rigor penitencial, a asomarse a la que fuera Plaza de San Martín por no impregnarse del lujo que se le supone y que, curiosa e involuntariamente, es motivo de cartel con flecha indicadora.
Mas no por renunciar se consiguen los objetivos. Porque un lujo es encontrar al frente la sencillez de los muros monacales tras los que se ocultan, en observancia, mujeres que, abandonando el siglo, se entregan a la oración mientras ven pasar a los penitentes en santas miradas de reojo. Y la Madre de Dios, del Dios niño que fue, se asoma a su hornacina para ver y dejarse ver, para unirse a ellos como una espectadora más desde la discreción que siempre tuvo.
Porque es un lujo saberse mirados por los vanos ojos de la cúpula de las Agustinas, que por un momento dejan de elevarse a los cielos para mirar orgullosos el discurrir de cristos y cristianos en su camino de testimonio.
Y a la vuelta, cuando sólo por cambiarle el sentido, y casi sin saberlo, le ponemos otro nombre, serán las barrocas torres jesuíticas las que guarden las espaldas de los cofrades mientras la otra cúpula, la de cobrizos reflejos, se empine sobre sus muros para asomarse al desfile. Que ella también se sabe partícipe.
Casas nuevas en las que la historia va penetrando poco a poco. En las que las fachadas comienzan a sentirse antañonas para, con lentitud, ir incorporándose al barrio al que llegaron como hijas tardías. Por eso, seguramente sólo por eso, la comunión con la marcha nazarena no alcanza aún esa sensación de unidad que se gusta en otras calles. Pero llegará el día en que sus aceras tengan el mismo sabor cofrade que las de sus hermanas. Habrá día en que la cera fundida caiga sobre ellas ya como añejas compañeras de camino de hábitos y capirotes y serán vistas con otros ojos.
Mientras, la Madre, desde su hornacina, seguirá mirando como siempre hizo mientras acoge al Hijo en su regazo y las cúpulas pugnarán por contemplar el paso de cruces y luces, bajando sus ojos al ras de la tierra.

martes, 16 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XIX: Calle Francisco de Vitoria

Silencio. Sólo silencio en la calle. Apenas algún trasnochador espera para ver pasar, en silencio, a mujeres enlutadas y hombres salidos del lienzo de Zurbarán. "Mantillinas" pasionales y capuchas monásticas en penitencia para trasladar al que murió horas antes. Yacente que duerme sobre dura almohada. Y la calle sola enseña sus muros, desnudos como el cuerpo tendido del Cristo que pasa. Cantos litúrgicos rompen la oscuridad alzándose junto al incienso que ilumina los sentidos. Notas de misericordia que se pierden en la solitud de vacíos balcones.
Contrasentido en el Lunes. El crucificado que fuera rezado por niños de la doctrina se pasea en silencio por la calle que bulle de fieles. Muchedumbre en murmullo sordo que se deja oir mientras muñen las esquilas convocando a silencio. Y el silencio se hace a su paso, sólo a su paso, en esta calle ignota. Los nazarenos ven la torre de la mole catedral y animan su alma, en silencio, sabiéndose cercanos al encuentro. Estación de penitencia para ofrecer su silencio. Y las gentes se aprestan a acompañar, en corto trecho, al Cristo y a la Madre hasta el mismo dintel de la portada, abriéndose en la boca de calle a la plaza nazarena.
Al paso del Cristo, en el silencio, resuenan aún potentes las palabras del monarca: ¡Que callen esos frailes!... queriendo acallar las del maestro Vitoria. Lecciones y relecciones para defensa de la igualdad de los hombres. Cátedra de leyes, Derecho de Indias, Derecho de Gentes, derechos humanos. Y allá al fondo, donde la calle se abre, una pequeña mujer con el cabello recogido por colorido paño, ojos rasgados y piel morena, reza en imperceptible susurro con un acento que suena allende la mar y recuerda, en silencio, a sus indiecitos que quedaron esperando su vuelta. Y se confunde, en silencio, entre las gentes.

domingo, 14 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XVIII: Plaza de San Isidro

Puerta del Sol que fuera centro de la ciudad cuando San Martín estaba a las afueras. Barrio principal girando en su derredor siempre repleto de gentes. Compras y ventas, visitantes y visitados, nobles y vasallos, haciendo de ella epicentro. Amalgama de olores y colores para hacer crecer a la ciudad poco a poco.
Camino del sur, por los Libreros que fueron la Rúa Nueva, hacia nuevas fronteras. Camino del norte, por la Rúa de Francos hasta la Plaza de la Verdura, en busca de la seguridad de cristianos reinos. Encrucijada que se mantiene. Punto de encuentro. Despedida de viajeros.
Recoleta Plaza de San Isidro en la que se agolpan, en tarde de Martes, propios y visitantes para hacer de ella nueva puerta del Sol, crisol de gentes. Apócope para el santo sabio al que en ella hicieron descansar en su viaje hacia el reposo eterno. Punto de partida y llegada, alfa y omega, en el día en que el Alma Mater se hace a la calle para portar la cruz de la sabiduría. Luz de ciencia que ilumine al pueblo mientras la pasión se vuelve rostro de Cristo crucificado. Luz de Madre arrodillada sobre hirientes cantos en el Gólgota de la vida. Silencio mientras las lúgubres notas de un bombardino se anudan a pesadas cruces para compañía del nazareno.
Plazuela en la que el aire se hace fuerte y sopla sobre los cirios penitentes de quienes caminan a su través. Cofrades de paso que van o vienen a cualquier punto acompañando al que se prepara para su pasión aceptando resignado su cáliz. Penitentes que arrastran sandalias sobre duro granito para dar culto a crucificados y yacentes, nazarenos y ecce-homos que serán siempre Uno. El que la recorrerá glorioso en su Pascua, portado en majestad por hombros dolidos de hombres contentos.

jueves, 11 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XVII: Plaza de Anaya

Quisiera ser original, pero hubo quien se me adelantó. Vaya para él mi recuerdo. Sentido recuerdo.
Y es que esta plaza, la de Thiebault que fue cuando nació, aun siendo poco transitada por nuestras pasiones, está siempre presente, de una u otra forma, en cualquier alma nazarena. Porque Anaya, refugio de estudiantes ociosos y ociosos profesionales, se ofrece, siempre discreta, para que cofrades y cofradías la abracen silenciosamente. Se presta toda ella para que las capas penitentes, aun cargadas del esfuerzo de quienes las han llevado desde el alba, vuelen airosas por entre los rayos de un sol que despunta sobre los tejados de la misma historia salmantina. Dorados rayos que se filtran por entre las ramas de añosos árboles para fundirse con la plata de las estrellas que, en gracil diadema, juegan a enredarse en el cabello de la Madre Dolorosa. Piedad amada que se entretiene sobre sus costaleros antes de volver a casa, a su casa, a la casa de todos, mientras pasea con sobrio orgullo por el solitario corazón de la plaza. Rojo corazón cofrade que se funde con el suyo mientras escolta el retorno. Despedida que es hábito de año en año cuando Anaya se nos da por completo.
Atardece cuando romos capillos, azules capas, silenciosas cruces y negros escapularios se acercan. Pero ella, ahora tímida, se aparta. Se retira discreta para que sólo sea un roce lo que la estremezca. Y todos pasan por la calle que no es calle, mirándola de reojo sin atreverse a poseerla, aunque a su paso noten como tiembla, ruborizándose celosa. Porque quisiera darse más, ofrecer sus paseos para ellos, pero se queda a un lado, curiosa, viendo cómo todos pasan de puntillas, como si no quisieran mancharla con la cera de cirios y hachones. Y ella se olvida por momentos de su historia, de bartolómicos, de canónigos, de soldados y turistas, porque ahora es nazarena. Sólo una turbada nazarena que en días de Pasión se deja arropar por nubes de incienso mientras se agita su alma al sentir el roce de las túnicas recién planchadas de los penitentes. Y recordará cómo poco antes, sólo unos instantes en su medida del tiempo, el bullicio infantil de palmas agitadas alegremente, hizo que transformase timidez en ternura y se abriera a ellos maternalmente. Es la Plaza de Anaya.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XVI: Plaza del Corrillo

Amanece y el sol, aún tibio en Viernes Santo, se cuela por sus arcos para asentarse en las balconadas de la Plaza. Son días de trasiego. De gentes caminando de un lado para otro sin un rumbo concreto. De luces y sombras en soportales cuyas columnas se encargan de recordarnos el ritmo hebdomadario. Semana a semana, lunes tras domingo, sábado tras viernes, hasta que llega la Semana, la única semana que los cofrades apuntamos en nuestro calendario de un año para otro antes de arrancar la hoja: La Semana Santa.
Amanece y los vecinos despiertan al son de tambores y cornetas. ¡Ya está aquí la procesión! Y se pueblan gradas y aceras de trasnochadores penitentes que acompañan fielmente a las devotas imágenes desde que se abriera el portón de San Esteban. De madrugadores recién peinados, con el olor de las sábanas aún pegado a su piel, que se aprestan a seguir la marcha atentamente aunque sientan cómo el aroma de unos churros recién fritos hace aguas en sus tripas. De gentes, al fin, que cubrirán los huecos entre los paños de San Martín para que los que ocultan su rostro en penitencia no sientan la soledad del amanecer.
Anochece y el sol, cansado tras la intensa jornada, se retira poco a poco, desganado y dejándose enganchar por los tejados para retrasar su marcha. Las sombras se alargan y las gentes se agolpan en humana marea llenando todos sus huecos, haciéndo de este Corrillo plaza angosta cuando lo que quisiera es abrirse.
Anochece y la recoleta plazuela (que nunca alcanzó mayor categoría aunque lo pretenda el callejero), alumbra sus faroles para iluminar el paso de quienes la recorrerán en pasión apasionada. Y verá pasar cirios y hachones, cruces y varas, banderas y estandartes, cuero y esparto. Los pasos, retablos de fe en la calle, envueltos en nubes de aromático incienso mezcladas con aromas de exhuberantes flores recién cortadas, se dejan reflejar por entre cristaleras, enseñoreándose sabedores de que son el destino de todas las miradas. Y Cristos, Misterios y Vírgenes atravesarán la plazuela en su secular camino de penitencia y de gloria.
Y todos los nazarenos, de amanecer a anochecida, pisarán sus losas, Corrillo de la Yerba, en permanente paso para que no crezca verde alguno. Para que los Bandos, sempiternos bandos que siempre existen aunque cambien de nombre, mantengan la concordia que aquellos alcanzaron hace tantos años ya como vida cofrade hay en la ciudad y que estos de hoy consiguen en su día a día a duras penas, mientras haya vida cofrade en la ciudad. Pisarán su suelo para que, al menos en esta semana, el ambiente se inunde de aromas no de verde grama sino de hermandad sincera, mientras los nuevos buhoneros, herederos fieles de quienes siempre mercadearon a las puertas de su iglesia, venden sonrisas a bajo precio. Pasarán por ella para que el santo Martín eche una mirada abajo mientras parte su capa y sea testigo de que en Salamanca hay concordia. ¡Que es Semana Santa!

lunes, 8 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XV: Calle de Ramón y Cajal

Cuesta de Moneo que te abres a tu sur para que pasen los nazarenos, mientras las ruinas de San Francisco el Grande se alzan sobre si mismas, sobre las puntas de sus cimientos, para asomarse por encima de tejados y chimeneas hasta ver el discurrir de andas y hachones. Se elevan dejándose ver para recordar y hacernos recordar tiempos mejores, en los que en su espelendor, fueran testigo de primera fila del camino de barrocas imágenes en su regreso desde el Colegio del Arzobispo.
Viejos olmos custodiaron tus aceras haciendo dosel con sus ramas al paso del misterio, abriéndose a la noche estrellada en el mismo momento en que Pilato ofrece al pueblo enardecido la liberación de Cristo. Pero los ojos se ciegan y el murmullo tumultuoso pide que se cumpla lo escrito. Los muros de Monterrey serán mudos testigos del cruel pesar en las almas de quienes sólo unos metros arriba pidieron su vida. Y algunos harán la señal del cristiano, la señal de la cruz, arrepintiéndose por lo que otros hicieron. Por lo que todos hacemos.
Ahora son otros los que cubren la carrera de quienes siguen el camino de la cruz. Son jóvenes tilos los que se elevan frondosos, en pujante juventud, para dar sombra a quien, exhausto y llagado, baja la cuesta, suavizada a su paso, mostrándose como hombre. Humanamente vencido, dolorido, cansado,... agónicamente cansado. Y el pueblo asiste pávido pero creyente fiel. Rostros serenos y secos. Extrañas sensaciones del dolor ajeno en la flor de las pieles.
Abajo, al final, cuando la calle se rompe, sigue fiel en su espera la que nació sin pecado. Inmaculada entre mármoles atenta al paso del Hijo amado. Se hará la luz y todos verán con otros ojos.
Aprendida la lección, será olvidada para tener que recordarla año tras año. Para que, Semana Santa tras Semana Santa, la Cuesta de Moneo se convierta en via dolorosa en la que volver a aprender lo olvidado.

sábado, 6 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XIV: Calle de Domínguez Berrueta


Calle callada en la que el recogido silencio franciscano se respira a inmensas bocanadas para tranquilidad del alma. 
Gruesos paredones arropan al nazareno que, en salida o recogida, la enfila satisfecho. Orgulloso de darse en su día, el día cofrade, y la recorre como una más agarrado a su cirio, asido a su fe. Pero el amparo del santo sencillo, el amante de dóciles fieras, le llena el alma sin siquiera saberlo y, de forma inocente, se enorgullece de ser lo que es: Nazareno.
Aún resuenan entre sus aires los olés salidos de cientos de gargantas en el viejo coso taurino. Olés que se quedaron anclados a piedras y huecos para surgir como nuevos cada Semana Santa y acompañar al mismo Dios en paseo triunfal por la ciudad. Pero Él ya viene cansado de caminar, de ser fiel a su destino de hombre. Y con divina paciencia, deja que sea uno de los suyos el que le traicione, el que le prenda cobardemente. Pero todo está escrito. Dies illae.
El hijo de Dios será asomado al balcón que se abre a la calle, cetro en mano, para escarnio del pueblo. Y alineados contra los muros, hombres y niños esperan su paso. Escarnecido y humillado se ofrece como cordero pascual y recorrerá la calle, las calles, clámide al viento, en falsa majestad humana camino del calvario para mostrar a quienes allí están, la verdadera Majestad. Dies irae.
Las almas se ahuecan y encogen a su paso. Las gentes se humillan ante Él sabiéndose traidores y el santo de los pajarillos mira sorprendido. Porque él lo sabe. Él sabe que aún no todo está consumado. Que llegará el día en que el radiante sol quede ensombrecido por la luz de la Gloria. El que murió ha resucitado y recorre la calle para anunciar, para anunciarse, para que el pueblo incrédulo se atreva a meter los dedos en la llaga y crea. Para decir al mundo que es ahora cuando comienza la vida y abrir un ciclo que nunca se cerrará. Y resonarán olés centenarios y trinarán pajarillos sobre San Francisco en esta calle callada escoltada por paredones.

viernes, 5 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XIII: Calle de Palominos

Calle alegre, siempre alegre, que, en singular o en plural (que da lo mismo), cada Madrugada te renuevas cuando por tu cuesta asoma la radiante luminosidad de una Madre. Porque sabes, como lo saben las esbeltas torres que te custodian desde el otero, que el esfuerzo de los costaleros va a ser pagado con creces cuando estos alcancen tu cima. Y, por ello, te preparas toda tú para acoger al cortejo. Te suavizas en tu áspera dureza para que los pétalos, aún palpitantes de vida, de flores recién cortadas, se hagan uno con el verde manto de la que jamás perdió su esperanza, en tapiz de inigualable tejido. Pétalos lanzados a un vacío que Ella hace desaparecer, pues todo lo llena, fundiéndose con la ardiente cera. Manos benditas de mujeres entregadas en las que se ve marcado el esfuerzo de su labor. Manos sin pulir que se abrazan a los pétalos para soltar, junto a cada uno de ellos, un pedazo de ellas mismas, un recuerdo para los que sufren y el amor que ponen en generosa entrega.
Suena una marcha y la Virgen sonríe.
Suena una marcha y los nazarenos sonríen. Sonrisas cubiertas por el caperuz del alma. Sonrisas invisibles.
Ascienden los pasos y los balcones se engalanan de fieles que, somnolientos pero atentos al paso del cortejo, dejan escapar su oración mientras las angarillas les lanzan sus brillos entrelazados con olorosas volutas del mejor de los inciensos.
Calle radiante que esperas paciente al regreso de la Dama. Que te mantienes atenta para verla descender, ahora de negro luto y triste sonrisa, en la más cruel de las soledades. El vacío del alma que deja el Hijo muerto. Luto sereno de mujer y madre. Negro azabache para decirle al pueblo que aun en Soledad, siempre hay Esperanza. Mientras, los costaleros recogen el sudor de sus rostros enjugándolo con el mejor de los sudarios, con el negro hábito de su pasión. Y nuevos pétalos, de nuevas flores redivivas, siguen cayendo sobre su manto mientras abajo, impasible, espera el más bello de los estandartes pétreos para contemplar en absoluta quietud su llegada.
Calle de Palomino o Palominos (que da lo mismo), que acoges el silencio más andaluz de quienes se ofrecen a pisarte para contigo rezar en penitencia.
¿Sevillana?... ¿Malagueña?... ¡Salmantina!

miércoles, 3 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XII: Calle del Prior

No sé si en aquellos tiempos, en los que los privilegios ostentados por algunos pesaban como plomo en buche de paloma, recorrería alguna procesión de penitencia esta antigua calle.
No sé si al paso de aquella procesión, que ahora mi cana tiene presente como si alguna vez hubiera sido tan real como lo es ahora, se debió apartar alguna vez el altanero prior del convento de San Vicente o fué la penitencia la que debió dejar sitio al paso de la cabalgadura prioral. De lo que estoy seguro, y más mi cana que yo, es de que si alguna vez se dió dicha circunstancia, la situación debió ser, como poco, embarazosa. Pues, que todo un prior, regidor perpetuo del municipio, con el privilegio de asistir a los Concejos armado y a lomos de brioso corcel barrocamente enjaezado, fuese detenido en su camino por flagelantes y penitentes, gentes llanas entresacadas de lo más popular, seguro que no sería de su agrado, que no digo cólera por hablar de hombre de iglesia.
Pero, como no hay mal que dure cien años, el único recuerdo que nos queda de aquellos encuentros, mantenidos únicamente en mi escasamente desbordada imaginación, es el nombre de la calle por la que aquel siervo de Dios llegaba hasta el Concejo desde su incompleto monasterio. Que ya nos lo recuerda el dicho popular de sus tiempos: "Media plaza, medio puente,... medio claustro de San Vicente".
Ahora, el trasiego de gentes, en ociosidad turística o en atareados menesteres, es lo que puede llegar a encontrarse cualquier desfile procesional que transite por esta calle. Pero el respeto y el silencio se adueñarán de ella y de cuantos la pasean en el mismo momento en que una cruz de guía asome por sus inicios. El bullicio será callado y el andar de pasos y cofrades será el único movimiento que recoja la calle entre sus paredes. Y comentarios en susurro, en mil y un idiomas, alcanzarán los oídos de los nazarenos para perderse etéreamente tan rápido como llegaron. Y toda la calle se iluminará con infinidad de deslumbrantes destellos, potentes luciérnagas en manos de quienes intentan capturar, sólo por un instante, a ese Cristo flagelado, nazareno, crucificado, muerto y resucitado o rescatado de tierra sarracena, que recorre la calle, la calle del Prior, para mostrarse majestuoso sin necesidad de cabalgadura. ¡Que el mismo Dios no necesita de prioratos!


martes, 2 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca XI: Calle del Tostado

Siempre oscura. Tenebrosa cuesta por la que se estrena el día, aún negro, cuando los cofrades,  en rítmico descenso, llevan sobre sus hombros al Hijo del Hombre muerto. Oscuros recodos para que los nazarenos avancen en la angostura iluminando al que yace. Titilar de llamas sin luz en noche de sepulcral silencio. Un sonido, un único sonido monocorde y sordo, se eleva tenue desde los rollos que forman la calzada. Rumor de esparto. Silencio de oración.
Viernes Santo. Se hace la mañana, pero la calle sigue oscura. Sigue angosta. Sigue en silencio.
Es la Madre que sube con el Hijo en su regazo. Sereno rostro de mujer dolida. Callada voz de la que apenas habló. Cuchicheos respetuosos a su alrededor mientras Ella se despide del Hijo con mirada ausente y el corazón atravesado. Del único Hijo. Dolor de Madre.
Sereno rostro de hombre muerto en la esperanza. Cáliz apurado. Vida eterna.
Arriba, en la luz, sigue el duelo mudo. Rojos nazarenos dejan volar sus capas junto a una oración cansada. Retorno. Y en el silencio, roto sólo por el despertar de gorriones ajenos al cortejo, retumba un susurro... -¡agua!, ¡un poco de agua!- pide el costalero para mitigar su esfuerzo, mientras reseco sudor de sangre resbala aún por Su cuerpo inerte y una lágrima surca solitaria la mejilla de la Madre. He ahí tu hijo.
¡En tus manos encomendamos nuestro espíritu!

Cofrades en la Red

Reconozco que soy observador de distintos foros de opinión y otros lugares de expresión cofrade (entre otros muchos) en este mundo global que es internet. Reconozco que leo esporádicamente aquellas noticias, opiniones, críticas y alabanzas que tengan alguna relación con la Semana Santa en cualquiera de sus aspectos y de forma particular, sobre la salmantina, a la que pertenezco (a veces muy a mi pesar) y en la que vivo durante casi todo el año.
Es cierto que mis vínculos cofrades son cada vez menos estrechos (o eso quiero creer) y que poco a poco mi oído se endurece y mi entendedera se marcha por otros derroteros, pero, aun así, me cuesta alejarme completamente de este mundo en el que la amalgama de personas y personajes hace de él un auténtico universo. Por ello, agradezco que haya quienes, imagino que con sus mejores intenciones, se encargan de difundir noticias y rumores para que lleguen a conocimiento de los demás amantes de la Semana Santa, para que estos, en su criterio y capacidad, filtren todo lo leído y alcancen a separar con juicio paja de grano.
Por todo esto, y seguramente por mucho más que ahora soy incapaz de concretar, pues anda mi cana en otros menesteres, creo que la existencia de foros, blogs, páginas varias y cualquier otro medio de expresión, personal o colectiva, deben ser aceptados y apoyados. Que se debe agradecer el interés de quienes en ellos participan por mantener la actividad, cofrade en este caso, aunque sea de forma virtual. Que se debe asumir que en estos lugares, como en cualquier otro corrillo o tertulia, quienes hablan lo hacen en su nombre y por su propio interés, pero asumiendo, quizá inconscientemente, el interés de otros muchos. Que el hacer de ellos lugares abiertos, en los que cada cual puede manifestar su opinión o parecer, permite la participación de quien así lo desee, lo que siempre es agradablemente positivo.
También es cierto que en este mundo virtual, accesible a cualquiera con un teclado a su alcance, puede haber quienes deban ser apartados por no saber aceptar las reglas del juego. Quienes, amparados en el anonimato, sobrepasan la barrera de la opinión crítica para lanzar ataques más frontales, muchas veces erróneos o infundados en su visceralidad, que pueden atentar contra personas o instituciones de forma indiscriminada. Pues a estos se les aparta sin más y así se sanea el espacio. Pero ello no debería ser motivo de acciones más drásticas en las que justos nobles deban pagar por los pecados que no cometieron.
Así, egoístamente, podré seguir al tanto de lo que ocurre tras mis paredes mientras preparo la próxima Semana Santa. Así, todos podremos seguir al tanto de lo que ocurre más allá de nuestras paredes.

lunes, 1 de marzo de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca X: Calle de Plá y Deniel

Eres un nombre sin calle. Calle que no eres calle. Calle ausente para que las cofradías dejen a sus espaldas la recortada silueta de la torre en anocheceres ventosos y Nazarenos de Pasión acudan a su encuentro con la Madre. Dualidad de hijos en la calle que no existe.
Sólo un paredón, traseros ventanales universitarios, para darte un nombre mientras te abres a la inmensidad de esa plaza que debería ser tuya, ser tú. Pero compartís todo salvo el nombre. Urbanismo caprichoso por el que nunca pasarás de ser media calle aunque te sientas toda tú unidad para el paso de nazarenos.
Porque, aun no siendo, te haces una para escoltar los primeros pasos de quien, en Soledad, recorrerá el resto de calles, todas con nombre, dejándonos ver a quienes nos acercamos, el dolor de una madre en sereno discurrir amparándose en la fría oscuridad de la noche. Y te transformarás en calle principal para esperar su regreso. Paciente y en compañía, te unirás a Ella y la acompañarás en sus últimos pasos, haciendo que se ilumine la negritud de sombras y capirotes, para sentirla como un ondulado manto protegido por recias cadenas.
El pueblo, fiel y expectante, en un trasnoche sin alba, se amparará en tus muros, impregnándose inconsciente del hechizo apacible que rebosa la Salamanca secular. Y todos gustarán de volver a ti para convertirse contigo en Via Sacra; en calle con nombre para cada Viernes Santo.