

Viernes Santo. Se hace la mañana, pero la calle sigue oscura. Sigue angosta. Sigue en silencio.
Es la Madre que sube con el Hijo en su regazo. Sereno rostro de mujer dolida. Callada voz de la que apenas habló. Cuchicheos respetuosos a su alrededor mientras Ella se despide del Hijo con mirada ausente y el corazón atravesado. Del único Hijo. Dolor de Madre.
Sereno rostro de hombre muerto en la esperanza. Cáliz apurado. Vida eterna.
Arriba, en la luz, sigue el duelo mudo. Rojos nazarenos dejan volar sus capas junto a una oración cansada. Retorno. Y en el silencio, roto sólo por el despertar de gorriones ajenos al cortejo, retumba un susurro... -¡agua!, ¡un poco de agua!- pide el costalero para mitigar su esfuerzo, mientras reseco sudor de sangre resbala aún por Su cuerpo inerte y una lágrima surca solitaria la mejilla de la Madre. He ahí tu hijo.
¡En tus manos encomendamos nuestro espíritu!
2 comentarios:
Ninguna como esta calle, para que mi sentir penitente aflore.
Esparto que se funde con cantos desiguales, para que el descenso no suponga quebranto de su yacer. Y ascenso fatigado con
" Mi preciosa y dulce Madre Dolorosa" para acompañarla en su penar, hasta su capilla del Santisimo, donde año tras año con lagrimas de agradecimiento, despido a media mañana del Viernes Santo.
Ch.
Todas las calles guardan restos de esparto nazareno entre sus piedras, pero hay algunas que para cada uno de nosotros guardan siempre un algo más, un poco de nosotros, parte de nuestra alma. Tostado es una de ellas.
Cordialmente,
Félix
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