¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


domingo, 21 de febrero de 2010

Calles Nazarenas de Salamanca V: Plaza de las Agustinas

Plaza de paso que no de estancia. Custodiada por la única torre viva del palacio de Monterrey a la que, como él en sus caminares, cuando paso siempre le digo: -¡Aquí estoy! Pero, si al rector le contestaba un -¡Aquí estoy!,  a mí nunca me contesta. Siempre espero su respuesta.
No es lugar de corro pero, todos lo sabemos, durante esa Semana, nuestra Semana, se abarrota de público expectante. Las gentes esperan el paso de los cortejos y cierran a cal y canto sus entradas. Bocas de calle en las que se agolpan los fieles en espera de los nazarenos. Y los pasos, como si fuera la primera vez, se remueven nerviosos haciendo de la misma plaza punto de partida.
Mientras la procesión sigue hacia delante, algunos curiosos, los menos, se mueven inquietos en busca del mejor lugar, de la mejor vista, del momento cofrade. Y se entremezclan con estandartes y cirios, amalgamándose en un todo que, en esta plaza, al menos, se vuelve indisoluble. Se ordenan los pasos y da comienzo el más Santo de los Entierros. El más antiguo de los ritos nazarenos se perpetúa en esta plaza para continuarse por esa Compañía que a todos envuelve mientras sorprende.
Los mármoles del convento se rasgan al paso de la Cruz y la más bella de las imágenes marianas se asoma por entre las rejas de la iglesia para, doliente, ver cómo el Hijo en su Agonía intenta volverle la cara. Y mientras Pedro recoge la espada, Él es prendido sin resistir. ¡Todo está escrito!
Teresa, la santa de Ávila, testigo de todo esto desde la celosía de una cualquiera de las ventanas del frontero palacio, nota que se le encoge el ánimo al ver cómo es azotado quien nada hizo para merecer tamaño castigo; al verle cargar con la cruz para cumplir su destino; al saber que se encamina al Gólgota sin ella poder hacer nada. Sólo mirar. Sólo verle pasar.
No es plaza de asiento y, sin embargo, todos esperan pacientes. Paciencia. Eso es lo que se ve en su divino rostro. Sereno, tras escuchar la peor de las sentencias, mientras camina exhausto por la calle de la Amargura. Resignado cuando empuña el cáliz del dolor. Tranquilo cuando, en su regreso, ha de ser llevado por sus discípulos pues yace inerte y exangüe.
Es plaza de paso, de muchos pasos, porque ahí se vive la Semana Santa y no hay quien, al pasar, no se quede esperando.
Después, cuando todo termina, el silencio sólo es roto por el sonido de una armónica. Notas destempladas, sin melodía, que un pobre hombre sonriente regala a todo el que pasa. Pero el transeúnte, sin detener siquiera la mirada, avanza rápidamente evitando pararse en la plaza.
Los bancos siempre vacíos. Plaza de paso...


2 comentarios:

Lucano dijo...

Al otro lado de los muros, más allá de las celosías, la Dolorosa de Carmona. ¿Algún día...?

Félix dijo...

Algún día, Lucano. Pero ahora, mejor hacerlo bien con lo que tenemos que no ampliar el desastre. ¿No?
Cordialmente,
Félix