Empedrado paseo en el que olmos centenarios, heridos hasta desaparecer, fueron mudos testigos de trasiegos cofrades, de Descendimientos y Via-Crucis. Calle o paseo, que nunca supe los porqués, en la que todo en ella es monumento que arropa el paso de cofradías invitando al recogimiento en la disciplina. Silencio que rompen los pajarillos, amigos pajarillos, que se posan sobre la humilde imagen del santo sencillo en el Campo de San Francisco.
Santa María de los Caballeros (¿serían veinticuatro?) se abre al paseo para ofrecer una bienvenida ecuménica a la creencia compartida y sus ancianos muros, hoy rejuvenecidos por el espíritu de nuevos corderos, se alegran cuando resuenan los ecos de marchas cofrades que anuncian la llegada de los peregrinos al final de la jornada. Caminantes penitentes que alegran su rostro, invisible bajo el capuz, cuando, al enfilarla, se saben satisfechos por la labor realizada a punto de culminar. Y las santas mujeres que, olvidando el siglo, entregan sus días a la sosegada oración, afinan el oído y ven en sus almas cómo esas imágenes que pasan ante sus portones, como cada año desde siglos, se unen, como una más, a la razón de su oración. Día a día, año a año, siglo a siglo, en el convento de la Anunciación, todas las monjas saben vivir la semana de Pasión como un cofrade más. Más que muchos cofrades.
Muros de iglesia haciendo una vía de la cruz, un camino de penitencia que conduce al dorado, al refulgente barroco pasional de la Vera Cruz. Surcos nazarenos marcados en su suelo durante siglos de expiación. Cruzados por Nazarenos y Crucificados para mostrarnos el camino hacia la Pascua. Sucesión de imágenes enlazadas en pasional secuencia para que entendamos el Misterio.
Y allí, al fondo, oteando el paseo hasta sus orígenes, la cruz. Humilladero de tradición para que cualquiera de nosotros pueda hacerse Nicodemo por un momento. Desenclavo secular en el que se vuelcan todas las tradiciones de la Salamanca pasional. Cruz de humilladero en la que limpiar el polvo de las almas para entrar sin mancha en la más cofrade de las capillas y dejarse invadir por el espíritu de quienes permanecen en vela perpetua.
Santa María de los Caballeros (¿serían veinticuatro?) se abre al paseo para ofrecer una bienvenida ecuménica a la creencia compartida y sus ancianos muros, hoy rejuvenecidos por el espíritu de nuevos corderos, se alegran cuando resuenan los ecos de marchas cofrades que anuncian la llegada de los peregrinos al final de la jornada. Caminantes penitentes que alegran su rostro, invisible bajo el capuz, cuando, al enfilarla, se saben satisfechos por la labor realizada a punto de culminar. Y las santas mujeres que, olvidando el siglo, entregan sus días a la sosegada oración, afinan el oído y ven en sus almas cómo esas imágenes que pasan ante sus portones, como cada año desde siglos, se unen, como una más, a la razón de su oración. Día a día, año a año, siglo a siglo, en el convento de la Anunciación, todas las monjas saben vivir la semana de Pasión como un cofrade más. Más que muchos cofrades.
Muros de iglesia haciendo una vía de la cruz, un camino de penitencia que conduce al dorado, al refulgente barroco pasional de la Vera Cruz. Surcos nazarenos marcados en su suelo durante siglos de expiación. Cruzados por Nazarenos y Crucificados para mostrarnos el camino hacia la Pascua. Sucesión de imágenes enlazadas en pasional secuencia para que entendamos el Misterio.
Y allí, al fondo, oteando el paseo hasta sus orígenes, la cruz. Humilladero de tradición para que cualquiera de nosotros pueda hacerse Nicodemo por un momento. Desenclavo secular en el que se vuelcan todas las tradiciones de la Salamanca pasional. Cruz de humilladero en la que limpiar el polvo de las almas para entrar sin mancha en la más cofrade de las capillas y dejarse invadir por el espíritu de quienes permanecen en vela perpetua.
6 comentarios:
He recorrido de tu mano las calles nazarenas de Salamanca, aquellas que conducían a la que sentía mi casa, aquellas donde aún resuenan mis pasos y donde pronto volverá la primavera a posarse sobre la piedra dorada.
Gracias, Félix, por sacar a pasear mi alma por la cana de la tuya.
Un abrazo, hermano.
¿Conducían? ¿Sentía? Pretéritos imperfectos que no llevan a nada. Déjate conducir, así, en presente, y siente, también en presente, la que siempre será tu casa. Disfruta de los paseos por estas calles cofrades llenas de luz y misterio y, al final, como siempre haces, recala al amparo de los pies del que duerme. Pero siempre en presente pensando en el futuro.
Cordialmente,
Félix
Paseo eterno, donde nunca nos cansamos de pasear pasos y de pasar Pasiones. Paseo de Pascua.
Pasar pasos y pasear paseos dejando a un lado todo lo demás para quedar envueltos por las sombras, aún tiernas, de tilos que seguirán viéndonos cuando vivamos de los recuerdos.
Cordialmente,
Félix
Y al fondo, el Humilladero, blanco de la diana a la que alguno dispara, cargado de irracionales razones.
Obcecación de unos pocos que arrastra, a base de fuerza bruta, a los demás. O te quitas o te quito. Y la razón de esta sinrazón es, en el fondo, cuestión de formas. Lo que no sé es qué forma tiene su sinrazón.
Cordialmente,
Félix
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