Inicio para que piedades y pasiones se conjuguen y recorran en comunión, desde aquí, las calles cofrades de Salamanca.
Final en que agonías y misericordias se recogen, par con par, en exaltado éxtasis que, saliendo del agotamiento, se convierte en paroxismo nada más atravesar la portada de la Sede. Satisfacción por lo cumplido.
Entretanto, en su sencillez, se ofrece al paso de imágenes y nazarenos para sorprender o sorprenderse en el tope de modernos muros universitarios o con la majestuosa presencia del templo de templos. Tapia de Capilla y Casa de Bedel. Rectorado deshabitado. Recodo o revuelta que exige temple y acierto. Maestría en un giro que impone su propio respeto. Y los que salen o los que entran, quienes vienen o quienes van, enfilan su esquina, su única esquina sabiéndose observados. Pericia en el gobierno y confianza de quienes sin más se dejan guiar.
Y allá arriba, una parra, la siempre presente parra rectoral, como cada Semana Santa, lanza sus zarcillos intentando tocar un palio, dosel de estrellas. Lanza sus zarcillos queriendo abrazar a quien jamás desespera, cuando el tintineo de esquilillas le anuncia su presencia. Pámpanos tiernos que se mecen al compás de una marcha cofrade marcando el ritmo de la Pasión. Y sus retorcidos tallos, añosos y resecos, recogen las titilantes luces que salen en su busca tras iluminar al Cristo sereno que nunca atravesó el claustro del saber en Viernes Santo.
Una esquina y una parra para hacer de ella calle nazarena en la que los escasos fieles que pueblan sus aceras, en la estrechez de la espalda contra la pared, reciben en recogido silencio la secular catequesis.
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