¡Tantos años y no ha pasado ni un segundo!
Todo este tiempo compartido, día a día, y no desfallecemos. Jamás dudé de que sería así, porque todo se asienta sobre la firmeza de una convicción. Y, como siempre, como cuando me ronda un aniversario, tamborilean insistentes en mi mente las palabras de Pablo en su mensaje a los de Corinto: "El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites". Seguramente porque son palabras que me acompañan desde hace mucho tiempo. Tanto que no soy capaz de alcanzar a recordar si algún día fueron desconocidas para mí. O quizá porque sé que hay quienes también han hecho de estas palabras máxima en su vida y, de vez en cuando, al aflojar la tensión de la correa que anima su día a día, dudan de si, en el fondo, deben ser consideradas constantemente. Porque el amor es todo eso, pero a veces se nos muestra excesivamente exigente. A veces necesita una respuesta, quizá inmediata, para poder mantenerse. Porque cuando el ánimo decae, creemos que nuestra entrega a los demás es algo unívoco, sin retorno. Y nos vemos solos. Y esta sensación provoca desesperanza y sentimos la desazón de una falsa pérdida del amor.
Todo este tiempo compartido, día a día, y no desfallecemos. Jamás dudé de que sería así, porque todo se asienta sobre la firmeza de una convicción. Y, como siempre, como cuando me ronda un aniversario, tamborilean insistentes en mi mente las palabras de Pablo en su mensaje a los de Corinto: "El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites". Seguramente porque son palabras que me acompañan desde hace mucho tiempo. Tanto que no soy capaz de alcanzar a recordar si algún día fueron desconocidas para mí. O quizá porque sé que hay quienes también han hecho de estas palabras máxima en su vida y, de vez en cuando, al aflojar la tensión de la correa que anima su día a día, dudan de si, en el fondo, deben ser consideradas constantemente. Porque el amor es todo eso, pero a veces se nos muestra excesivamente exigente. A veces necesita una respuesta, quizá inmediata, para poder mantenerse. Porque cuando el ánimo decae, creemos que nuestra entrega a los demás es algo unívoco, sin retorno. Y nos vemos solos. Y esta sensación provoca desesperanza y sentimos la desazón de una falsa pérdida del amor.
Hubo momentos en que pude llegar a creer, ahora sé que equivocadamente, que lo que yo veia como amor no era sino altruismo. Darse sin esperar nada a cambio, como hace una madre con cualquiera de sus hijos o un soldado en el campo de batalla, con una entrega que, de forma inexplicable, alcanza límites irracionales. Pero esto no deja de ser algo simplemente animal. Algo que muchos seres vivos son capaces de ejecutar sin conocimiento y, por tanto, sin esperar nada a cambio. Únicamente por el bien general. ¿Y esto es lo que he llegado a confundir?
¡No! Amor, con mayúscula, es algo que nos distingue del resto de vivientes. El amor es humano, es algo nuestro. Y va más allá del puro altruismo. Porque tiene un sentido mucho más amplio que el propio beneficio natural. Porque va más allá de la satisfacción del grupo. Mucho más allá. Y se pierde la razón al no comprenderlo ni poder explicarlo.
El amor tiene ingredientes que, por espirituales, por caer del lado del alma, me hacen comprender con claridad esas palabras de san Pablo. ¡Y qué razón tienen!
Y hasta creo que soy capaz de entender la mística de Teresa, la santa carmelita, cuando deseaba muerte por amor.
¡No! Amor, con mayúscula, es algo que nos distingue del resto de vivientes. El amor es humano, es algo nuestro. Y va más allá del puro altruismo. Porque tiene un sentido mucho más amplio que el propio beneficio natural. Porque va más allá de la satisfacción del grupo. Mucho más allá. Y se pierde la razón al no comprenderlo ni poder explicarlo.
El amor tiene ingredientes que, por espirituales, por caer del lado del alma, me hacen comprender con claridad esas palabras de san Pablo. ¡Y qué razón tienen!
Y hasta creo que soy capaz de entender la mística de Teresa, la santa carmelita, cuando deseaba muerte por amor.
Vivo ya fuera de mí,
Después que muero de amor;
Porque vivo en el Señor,
Que me quiso para sí:
Cuando el corazón le di
Puso en él este letrero,
Que muero porque no muero.
Después que muero de amor;
Porque vivo en el Señor,
Que me quiso para sí:
Cuando el corazón le di
Puso en él este letrero,
Que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte;
Vida no me seas molesta,
Mira que sólo te resta,
Para ganarte, perderte;
Venga ya la dulce muerte,
El morir venga ligero
Que muero porque no muero.
Vida no me seas molesta,
Mira que sólo te resta,
Para ganarte, perderte;
Venga ya la dulce muerte,
El morir venga ligero
Que muero porque no muero.
¿Cómo se puede desear la muerte por amor?
La respuesta está en sus palabras. En esos versos cargados de auténtico amor. De amor auténtico. De amor extático y sufriente. De un amor que se me escapa. Porque el amor al que yo alcanzo, el que yo comprendo, el que yo comparto, se queda mucho más corto. Tiene otro aroma. Y es exigente, aunque san Pablo lo negara. Pero a mí me basta. Porque es una exigencia que, cuando es mutua hasta su respuesta, se transforma en placer. En una sensación de comunión con el otro que nos calma el ánimo y nos transforma. Que me calma y me transforma. Amar y sentirse amado.
Y es una mirada, un gesto, una sonrisa. Sólo eso. ¿Sólo? Suficiente para sentir la complicidad del amor.
Por eso siempre amaremos. Y no dolerá, aunque a veces parezca que nos duele. Porque, incluso sin saberlo, incluso sin quererlo, el amor siempre estará con nosotros. Siempre estará en nosotros. Y daremos testimonio de amor. Siempre, amor. Y, así, por más años que pasen, siempre amaremos. Siempre seremos amados.
Y es una mirada, un gesto, una sonrisa. Sólo eso. ¿Sólo? Suficiente para sentir la complicidad del amor.
Por eso siempre amaremos. Y no dolerá, aunque a veces parezca que nos duele. Porque, incluso sin saberlo, incluso sin quererlo, el amor siempre estará con nosotros. Siempre estará en nosotros. Y daremos testimonio de amor. Siempre, amor. Y, así, por más años que pasen, siempre amaremos. Siempre seremos amados.
6 comentarios:
Oleeeeeeeeeeeeee, Oleeeeeeeeeeeeee.
Félix lo has bordao.
Nadie como tu, para expresar sentimientos compartidos, nadie como tu para alegrarme la vida, nadie como tu para compartirla.Sin lugar a dudas me enorgullezco de tenerte a mi lado, por muchisisisimas razones.
Ch.
Bueno Félix pues de teseo y me deseo lo mismo: que amemos y que nos amen. Siempre.
Gracias Jose, aunque de bordar ando un poco pegado.
Ese orgullo mutuo por compartir, es lo que tira de nosotros para seguir siempre adelante. Algunos lo llaman amor.
Buenos deseos, Beatriz. Los mejores sin duda.
Cordialmente,
Félix
Ayyyy que bonito...
Oleeeeeeee otra vez
¡¡Ohuu!!, Joze...
Cordialmente,
Félix
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