Hace unos años, para poder distinguir foráneos de locales en los paseos marítimos, sólo había que hacer un mínimo esfuerzo visual. Nada más había que fijarse en estrafalarias calzonas, camisetas deportivas, centradas casi en exclusiva en el deporte rey, tatuajes imposibles, calzados inimaginables y un inmenso vaso de cerveza en la mano. ¡Ese es guiri!
Hoy, en esta España inmersa en su propia globalización, hace falta esperar a que nuestro observado abra la boca, pronuncie unas frases (con una solo tampoco seríamos capaces de obtener resultado) y nos permita adjudicarle categoría de propio o extraño. Hemos copiado formas y hábitos que, como digo hasta hace poco, nos eran tan extraños que podíamos utilizar como criterio clasificador. Ahora, recorrer cualquier calle de una ciudad, costera o no, sólo sirve para apreciar una mezcolanza de razas, gentes, modas, hábitos... que parece hubiéramos deseado desde hace tiempo y que ahora, una vez rotas las barreras pudorosas que nos ataban, asumimos como si fueran nuestros de toda la vida.
Esto es lo que tiene la rutina. Uno se fija en todo y en todos, intentando sacar punta a cualquier observación fuera de lo que, para mí, se escapa de lo habitual.
Son sólo tres días y ya mi calendario se guía únicamente por las cápsulas de Nuclosina que van desapareciendo de su estéril alojamiento. Ya no sé en qué día vivo, pero conozco el número de los gastados por los huecos dejados en los aluminios protectores. Y me entretengo en observar y clasificar. Será que por mucho que quisiera jamás podré dejar a un lado ese espíritu científico que ha llegado a convertirse en profesión.
Por eso, hoy he tomado como punto de referencia las familias veraneantes. Y como puesto-observatorio elegí el comedor. Ese lugar de encuentro al que, como en los reportajes de fauna televisivos, todas las especies acuden para saciar sus necesidades, estableciendo un lugar de reunión único para el observador. Un lugar en el que todos nos espiamos subrepticiamente pero mantenemos la ilusión de que estamos como en casa, haciendo que salgan, generalmente, nuestros instintos más primarios.
Me fijé en la amplia diversidad de estructuras familiares que me rodeaban, admirándome de tanta variedad (uniéndola, inconscientemente, a la globalización de vestuario que protagoniza el primero de mis párrafos).
Hay familias numerosas constituidas únicamente por el matrimonio (o pareja, quizá mas científicamente aséptico). Estas parejas se comportan como si anduvieran aún rodeadas de cachorros, preocupadas constantemente por el resto del clan: recogen alimento como si de una tropa se tratase, continuamente contactan telefónicamente con el resto de los miembros elevando el tono de su voz para que el observador aprecie con claridad la composición de la familia...
En otros casos, lo que me sorprende es la propia composición del núcleo. Y, en este caso, se podrían establecer varias subdivisiones. En algunas, llama la atención la perfecta comunión (al menos aparente) que se establece entre generaciones. Junto a unos padres que podría catalogar como clásicos, con apariencia de mantener un status elevado (podrían ser ejecutivos, médicos de prestigio, arquitectos o abogados de los de bufete rimbombante), se sientan en perfecta armonía unos hijos con estrafalarios peinados, ropas imposibles y cuerpos horadados en los lugares más insospechados. Otras sorprenden por las edades de sus miembros. Padres viejos con hijos apenas recién nacidos; padres jóvenes con hijos que podrían doblarles en edad; Hijos viejos que acompañan a padres más viejos aún; todas en una aparente armonía aunque, en muchos casos, se aprecie en sus caras una resignación perpetua.
Tampoco es extraña la presencia de macrofamilias. Esas que exceden el ámbito mononuclear, incluyendo a miembros de otros órdenes. Parejas jóvenes, con un presente más que asegurado y un par de pequeños vástagos, que aprovechando su posición, se hacen acompañar de los suegros (de el, de ella o de ambos). Ancianos progenitores que se muestran orgullosos de verse superados por sus descendientes y que no dudan en que este orgullo se refleje ampliamente en sus rostros. En otros casos ocurre todo lo contrario; son los padres los que alcanzaron el éxito en su vida y se ven abocados a tener que arrastrar a sus hijos y a los hijos de sus hijos, para que éstos puedan disfrutar de estos periodos vacacionales.
Por último, que no es cuestión de analíticas exhaustivas pues no me encuentro ejerciendo profesionalmente, queda mi propia familia. O las familias que, como la mía, están formadas por varios miembros aunque no lo parezca. Parejas que ven cómo sus hijos, con los espolones apuntando ya la madurez, se dispersan por el entorno, se unen a los hijos de otras parejas similares y se pierden para comenzar a ejercer en solitario. Familias que sólo se reúnen (si acaso) en ese comedor-puesto de observación, pues el resto de la jornada apenas se les puede observar ejerciendo como familia. Es lo que tiene esto de las relaciones. Y yo que me alegro.
A esto es a lo que dedico mis ratos, antes o después de haber acompañado a don Fernando de Zúñiga en su viaje desde Alaejos hasta Balmaseda. En sus visitas a Portugalete y a Bilbao, donde hemos descubierto un nuevo juego de naipes que han comenzado a denominar con el apelativo de "mus". Un juego de honor creado por un muslari tuerto en la taberna a la que le da nombre.
Y no sé que me tiene más absorbido, si la observación de mi entorno más cercano o la posibilidad de resolver crímenes junto a mi "casi" colega, el Vizconde del Castañar.
Es lo que tiene la holganza... que uno no sabe con qué dar.
¿O será que, extrañamente, aquí no hay Cruzcampo y comienzo a desvariar por su falta de consumo?
5 comentarios:
Ya sabes: "en la variedad está el disgusto". Menudo susto me has dado con la foto,a algún subrayante se le va a caer el ojo.
Besos para todos.
B
Y es que vaya foto: pretende acceder a la Sagrada Familia, creo advertir.
Lo del comedor-observatorio es entretenimiento del que hice uso hace poco más de un mes, llegando a parecidas apreciaciones. La fauna es mucha fauna.
¿Caérsele el ojo?, Beatriz. No creo que sea la expresión más correcta, al menos yo usaría otra. En todo caso, la foto está puesta sin intención de buscarle los tres pies al gato. De verdad.
Te devuelvo los besos para repartir entre todos.
Hay que ver lo que afináis, Lucano. Sí, por lo poco que se aprecia, parece la Sagrada Familia.
La fauna es mucha y la educación, buena o mala, también. Eso es lo que se ve.
Cordialmente,
Félix
Desde mi pequeño rincon de observador en esta playa que mi santa ha definido como de "turismo pachangero", buena definición si cabe de Benidorm, comienzo a leer la aventura de Don Fernando de Zuñiga y su acompañante Pelayo ya reconocido por su difunto padre.
Espero que no me desesmascares el final. Lamento que se terminen tan pronto tu merecido descanso.
Espero poder terminar de leer tu vitacora de las vacaiones.
Saludos iacobianos.
Bueno, Carlos, pues ahora te toca a ti. Coge el relevo del agua marina y entre baño y baño, disfruta de la Muerte Dulce.
Cordialmente,
Félix
Publicar un comentario