DÍAS 10 Y 11: DOS EN UNO PARA REGRESAR AL FUTURO
Ya escribo estas líneas desde la hosquedad seca de un sofá recalentado en estos días en que nadie se ha ocupado de refrescarlo. Estoy en casa, en mi otra casa. De vuelta y con la esperanza de regresar.
Se acabaron los paseos por las ardientes arenas camino de las saladas aguas y la exposición a un sol justiciero bajo la débil sombra de unos carrizos. Regreso a este futuro que me espera aquí, al norte de mi sur, para comenzar una nueva vida que me recuerde todos los pasados. Vuelvo para esperar confiadamente en que allí me sigan esperando y volver antes de lo que pueda sospechar.
Vuelvo con la piel sin tostar, como queriendo disimular para que nadie se entere de que en aquellas playas está el paraíso. Sólo traigo unos cuantos granos de arena pegados a esta cana que ahora sale de la maleta, rejuvenecida y con ánimos. Dispuesta a afrontar lo que venga.
El día 10 fue el de la despedida. Un hasta pronto a todo lo que sabemos que nos aprecia y que nosotros, recíprocamente, queremos con un amor infantil. Últimos baños para empaparnos de sal y albero. Últimos paseos por entre gentes que sabemos volveremos a ver a nuestro regreso. Últimos momentos en esa noche en la que las estrellas brillan diferente. Últimas caricias de Levante en nuestros rostros.
Día 11: Vuelta a casa. Regreso a esta meseta que también nos espera siempre con los brazos abiertos. Kilómetros de paisajes dorados bajo un sol abrasador dejando que el cansancio de los días de atrás, el cansancio de no haberse cansado, salga poco a poco para restañar el rojizo escozor de pieles expuestas. Enrollar el camino que desenrollamos hace sólo diez días. Recoger y recogernos.
Sevilla nos esperaba, como siempre, con las puertas del cielo abiertas de par en par. Con el sol situado justo en su centro y con las calles rezumando un calor abrasador, un calor como sólo Sevilla sabe. Quizá por eso, porque eran las del cielo las que se abrían, Santa Ana nos cerraba las suyas, impidiéndonos saludar a la Señora de Triana. Pero Ella sabe que estuvimos allí, junto a su verja, llamándola en silencio para que nos mirase a través de una rendija. Seguro que lo hizo.
Lo demás tiene poco que contar. Devorar kilómetros mientras la noche se iba haciendo dueña de todo, para alcanzar el último objetivo. Para llegar a casa con la sensación agridulce de la vuelta. Para ser recibidos a bombo y platillo por quienes nos quieren, aunque a las estelas de colores del cielo se las tragara la oscura noche.
También la Mariseca quiso venir a recibirnos y nos saludaba, enhiesta en su mástil, desde el mayor de los Arapiles, que hasta allí se fue a nuestro encuentro. ¿Será que sabía lo del Giraldillo?
Ahora, a retomar el día a día, dejando que el alma vaya liberando poco a poco todo eso de lo que ahora viene empapada. ¡A ver si dura hasta las próximas vacaciones!
2 comentarios:
A mi me han mandado las fotos y el video del momento en el que sueltan los colorines y si parece que se quedo. Pero no tuvimos en cuenta que era de noche.
Se veían, pero mu malamente por la oscuridad. De todas formas se agradece el recibimiento.
Cordialmente,
Félix
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