¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


martes, 11 de agosto de 2009

Mi cana en una maleta (2)

DÍA 2: ASENTÁNDONOS
Ahora sí. Ahora, sacada ya la cana de la maleta, ya puedo decir que estamos instalados y dispuestos a disfrutar.
No sé bien qué sería. La pereza, la galbana o simplemente el cansancio del viaje se han hecho dueños de nosotros y las sábanas se nos han adherido tan íntimamente que han llegado a confundirse con la propia piel. De tal manera que casi llegamos a olvidar el suculento desayuno con que nos tienen obsequiados nuestros hospederos. Hemos llegado por los pelos y así, con calma precipitada, hemos empezado a disfrutar nuestro primer día completo. Seguro que será así a partir de ahora. Así que no podremos echar la culpa a perezas o galbanas. Digamos que, desde hoy, iremos con el reloj retrasado aquí, donde el sol de la tarde hace todo lo posible por no guardarse y se queda en el horizonte iluminándolo todo con su luz rojiza que, por espectacular, nos hace admirarlo con la boca de par en par.
¡Ya! Ya hemos pisado las blancas arenas que miran al sur, cumpliendo así ese compromiso cargado de contrasentido. Porque nunca me gustó el contacto con la arena, ni con el agua de este mar que, sin embargo, me atrae con sus cantos de sirena para que pueda volver a disfrutar de ese amor-odio que me subyuga hasta que puedo cumplirlo. Y ahora, amarrado a su cintura, le canto a la sombra de los pinos, disfruto de su inmensidad y... corro a refugiarme en la protección del chiringuito desde el que observar la gozosa alegría de los demás.
Primera jornada de reconocimiento, también. Vuelta a recorrer lugares recordados. Mirar las caras de los huéspedes buscando, creo que conscientemente, caras conocidas de otras veces, de otros sitios. Y no, no hemos visto costaleros (ni salmantinos, siquiera), que esto no es Rota. Pero, aún así, es como una especie de apuesta íntima por la cual miramos los "morrillos" de todo sospechoso para, en una tarea adivinatoria, adjudicarle su puesto debajo de una trabajadera. ¡Mecachis en estas pasiones!
No. Costaleros no, pero sí hemos visto caras conocidas. Caras que repiten, como nosotros, y nos hacen creer en que nada ha cambiado con el paso del tiempo. Pero nuevas canas, hijos mayores, kilos de felicidad y arrugas en la cara nos recuerdan que el tiempo no pasa en balde y que, aunque somos los mismos, todos tenemos un año más.
Después, como no queriendo olvidar de dónde vengo, me he vuelto a Salamanca. Sí. Pero a la Salamanca del XVII. Me he acomodado junto al doctor Zúñiga en su biblioteca a la sombra de la catedral y, desde allí, sin que él lo sepa, pienso acompañarle. A él y a Pelayo, Leonor, Isabel y otros miembros para, al tiempo que se resuelve el misterio, recordar mi época de jugador de mus. Volver a partidas en las que el engaño, en forma de farol, sea el protagonista de las jugadas. Volver a practicar la "Muerte Dulce" con la que todo jugador sueña como fin casi perfecto de una partida.
Espero que, tras nuestro periplo por las tierras del norte, sea el doctor Zúñiga quien me acompañe a mí por esa Salamanca que adoro y, así, poder redescubrir juntos la calle Desafiadero o poder decirle cuándo y cómo cambió de nombre la calle Sordolodo, pues a pesar de vivir entre ellas, parece que no lo recuerda. Pero también entrar a la catedral y contarnos las historias de la Virgen de la Verdad o de la del Desagravio. O recordar la riada de San Policarpo, o la trágica aventura de la Marquesa de Almarza o las más conocidas del Patrón, de ese santo varón que murió por amores. Pero eso será a nuestra vuelta, como digo.
Mientras, Charo disfruta de la soledad de esa playa llena de gente pero nunca abarrotada. Una playa que Dios puso aquí sólo para ella y para que la absorba por cada poro de su piel en todos y cada uno de los días en que la disfruta. Porque esta Barrosa chiclanera, aunque nadie lo sepa, está aquí para ella y sólo para ella. Por eso, la exprime gozosa en su agradable soledad, rodeada de otros para los que, en sus soledades, seguramente, también fue puesta la playa.
Ahora, sólo nos queda intentar ver llorar a San Lorenzo. Recorrer con los ojos esta noche estrellada de mares infinitos y sonreír. Sonreír mientras cerramos los ojos dejando que el sueño nos invada y apelmace el poso de este día.
Habrá más, pero todos serán únicos.

2 comentarios:

Lucano dijo...

Únicos e irrtepetibles. Y no porque se asemejen al anterior dejaréis de saborearlos, repitiendo ritos de año en año, y pisando la playa que os esperó y os despedirá para empezar a esperaros. Disfrutad.

Félix dijo...

Cierto, Lucano. Tan iguales y diferentes al tiempo. Costumbres que se hacen ritos y nos dejan en paz el alma.
Gracias por tus deseos.
Cordialmente,
Félix