Ayer, renunciando a mi principio de no pisar arenas ni mojarme con aguas que no sean de cañería, estuve en la playa de Sanlúcar, la Playa de la Calzada. Me sorprendí al ver que la arena, fina como la de las mejores, no quemaba. Una arena fresca que no obliga a incómodos equilibrios a cada paso cuando los pies descalzos se asientan sobre ella. Una arena que permite acercarse hasta la orilla plácidamente y sin disgusto. Bueno, no sin disgusto pues la piel sudorosa sigue siendo papel al que se adhieren todos y cada uno de sus granos para incomodidad mía. Y así, sin necesidad de protectoras chanclas, alcancé la orilla para zambullirme en las aguas mezcladas. ¿Zambullirme?... Metros y metros caminando mar adentro y el agua no alcanza más allá de las rodillas. Metros y metros de un agua calma y caliente, sobre todo caliente, como si al caño que la saca le hubieran puesto un puntito rojo equivocadamente. Agua que apenas refresca cuando la penetras. Sorpresa para quien, como yo, la prueba por primera (y última) vez.
El resto es abundar en un tópico. Familias y más familias, grandes o chicas, cargadas de aperos, comestibles o no, para pasar lo que para todos es una agradable jornada. Familias locales que ocupan sus espacios marcándolos con un fuerte ceceo que, a veces, se hace incomprensible para quienes pronunciamos cada una de nuestras palabras con la musical dureza de la meseta. Niños jugando con las arenas y padres sesteando arrullados por las palabras de cualquiera de los comunicadores que acompañan en las mañanas de la radio. Caras desconocidas para jugar a ponerles nombre. ¡Mira, ese se parece a Fulano! ¡Anda, uno clavadito a Mengano! Caras que se nos hacen familiares para con ello conseguir que nos sintamos como en casa, como si estuviésemos paseando por la Plaza o la Rúa, aunque aún no me atrevo a saludarlas y paso junto a ellas fijando la mirada mientras van quedando atrás. Quizá esperando un saludo que, en su cortesía, jamás llegará.
Y encamino mis pasos hacia la sombra protectora de un chiringuito que, ya lo sé, es para mí refugio de guerrero, solaz de cuerpo y descanso de cana entre cervezas fresquitas y más caras a las que seguir poniendo nombre. ¿Estaré desvariando?
2 comentarios:
Ayer terminé una novela que empecé a leer en la playa, sólo unas semanas atrás. Fui alargando la lectura, saboreándola en breves ratos, pero el caso es que sus páginas siguen oliendo a mar, y creo que los meses y años de estantería que le quedan no le robarán un ápice del aroma.
Yo también traigo novela, Lucano, pero esta mía guardará los olores de una habitación de hotel pues, como yo, no irá a la playa.
Cordialmente,
Félix
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