Como todo lo que comienza en algún momento tiene su fin, este corto periplo sanluqueño termina casi en estos momentos. Aún nos queda el paso por Sevilla para hacer jornada mañana, pero de lo que se dice Sanlúcar, andamos ahora metiendo en los sacos del recuerdo todo lo que hemos recogido en estos días de playa y paseo, de cervecita y tinto-verano, de tapas y otras delicias. Porque, a diferencia de otros recuerdos, de estas jornadas nos llevamos, entre otras muchas cosas, haber podido disfrutar de lugares en los que la comida se hace arte por mor del tan conocido tapeo andaluz.
Quiero dejar, en estos últimos instantes, memoria de comidas y lugares para poderlos recuperar en cualquier momento de tiempos venideros. ¡Que nunca se sabe!
Sinceramente, en lo gastronómico nos hemos movido por el tipismo, sin apenas salir de las rutas en las que el trasiego de infinidad de pies han dejado una profunda huella para que pueda ser seguida por los noveles visitantes. Así, en Sanlúcar, podemos diferenciar dos zonas (por su separación geográfica más que nada) por las que los visitantes acabamos moviéndonos como auténticos peces por las aguas de la desembocadura del Guadalquivir: El centro y el Bajo de Guía.
Comenzaré por el segundo por ser el que menos hemos visitado y, por tanto, el que menos juego puede dar, aunque puede der mucho juego, vaya que sí. En este antiguo barrio de pescadores (que no sé muy bien lo de antiguo, pues sigue habitado por hombres de mar), es típica la sucesión de terrazas, con sus correspondientes comedores de interior, dispuestas mirando a las dunas de Doñana como si de un mirador se tratase. En todas ellas se pueden gustar los mejores pescados de la zona, excelentes frituras y, cómo no, los exquisitos langostinos de Sanlúcar. De entre todas, es Casa Bigote la que se lleva casi todo el peso de la fama, aunque, como digo, en cualquiera el trato es magnífico y los productos soberbios. Nosotros visitamos una de ellas, Poma es su nombre, y de todo lo que nos sirvieron, el rape fue lo que marcó al restaurante, aunque las gambas, finísimas, y almejas a la marinera, tampoco desmerecieron lo más mínimo. Pero aquí concluye nuestra visita gastronómica al Bajo de Guía, pues a Casa Bigote ni lo quisimos intentar sabiendo cómo está la demanda y los días en que nos encontramos.
De los bares y tabernas del centro, no voy a decir que los hemos visitado todos pues mentiría, pero no han sido pocos los que hemos probado, unos con más éxito que otros. En esta zona, hay dos plazas que marcan las opciones, al menos para turistas como es nuestro caso: la Plaza del Cabildo y la Plaza de San Roque. En ambas, la oferta de terrazas y locales en los que degustar las famosas tapas es más que suficiente. De la primera de ellas destacan dos sobre el resto. En primer lugar, y llevándose todos nuestros parabienes: Casa Balbino. Las mejores tortillas de camarones que he comido en mi vida. Excelente combinación de masa y crustáceos que más que tortilla parece un encaje en el que todo es armonioso. Tampoco se quedan atrás los langostinos, excelentes al paladar, ni la fritura de cazón, con el mejor adobo que he degustado, suave y sin ese regusto a exceso de vinagre típico de otros adobos, dejando que el pescado sepa a lo que tiene que saber. Excelente Casa Balbino.
Tampoco está mal Taberna Juan, con gran surtido de tapas aunque no con la exquisitez de la anterior. Es recomendable sobre todo cuando en Balbino todas las mesas están ocupadas (cosa harto frecuente) y uno quiere degustar sus tapas sentado, pues la oferta de la barra del primero, agradeciéndose en ocasiones el aire acondicionado, es digna de reyes. De Juan, lo que más me llamó la atención fue la insistente oferta, en varias ocasiones, por parte del camarero para que probásemos el "arrón-paella", cosa que, por supuesto, no hicimos y menos a la vista de los platos que salían de cocina para paladar de incautos.
Por último, aunque la oferta es mayor, visitamos La Barbiana en la que, quizá por el agobiante calor producto del ardiente sol de mediodía que caía a plomo sobre la terraza, no soy capaz de mencionar ninguna tapa destacable. No obstante, La Barbiana es un local recomendado por guías y famosos, por lo que algo tendrá que no supimos ver.
En la Plaza de San Roque, quizá la más tradicional y donde más gentes del lugar hemos visto compartiendo espacio con nosotros, está Casa Juanito, en la que las chacinas y quesos son muy buenos aunque lo más demandado, típico de la casa y de magnífica factura, es lo que llaman "solomillo". Sencilla pero muy agradable combinación de medallones de solomillo de cerdo a la plancha sobre una rebanada de pan y cubiertos por una loncha de jamón, que si fuera ibérico sería un placer, y acompañados por una fritura de pimientos verdes, cebolla y patatas con huevo frito para rematar. Ya digo, sencillo pero contundente y de muy agradable paladar.
En las cercanías, pues se encuentra en una placita lateral a la del Cabildo, estuvimos en el denominado La Pipiola. Local de corte moderno, nada que ver en su decoración con los anteriores, pero con una extensa carta de excelentes tapas. Tostas y montaditos, calientes y fríos, ensaladas y otras ofertas hacen de este lugar un recurso recomendable cuando uno está cansado de frituras y demás platos típicos.
El único restaurante que visitamos, tal como nosotros entendemos un restaurante, fue El Fogón de Mariana, en la calle Ancha esquina a Ruiz de Somavia, al que fuimos atraidos por la decoración, visible a través de los ventanales de lo que es un caserón-palacete típico sanluqueño reconvertido en restaurante y que, hasta hace no mucho, estaba ocupado por una tienda de muebles. Una vez dentro, tuve la sensación de estar comiendo en uno de esos locales franquiciados en los que el envoltorio es precioso pero lo importante, la comida, nada del otro mundo. Así que, si se quiere algo de interior, con decoración más o menos atractiva, se puede visitar, pero nada más. ¡Ah! y el aire acondicionado brillando por su ausencia.
Poco más a destacar en estos días de tortillas de camarón, gambitas y langostinos, choco frito, pescaítos varios y salmorejos. Espero, con esto, poder recordar dónde estuve y a dónde puedo volver. Y si a alguien más le sirve, pues mejor.
¡Ah! También estuvimos en una pizzería. Sí, en Sanlucar. Y no es mala. Da Francesco es su nombre.
Por último, sólo me queda decir que no hay ninguna fotografía pues intento no mezclar aficiones ya que, además, la grasa sale muy mal de las lentes de los objetivos.
Así termina este periodo agosteño en el que me traje la cana al sur para volver a disfrutar de lo que, por conocido, cada día es más atractivo. A partir de ahora, con el alma cargada de las más positivas energías, volveré a lo mío y a los míos... que también se les va echando de menos.
¡Fue un placer!
2 comentarios:
Hoy he leído en tiempo y forma, con posibilidades de saciar el apetito que despiertan tus descripciones. ¡Hasta pronto!
La verdad. Lucano, es que el apetito se sacia. Es más, a veces hasta se sobrepasa el límite, pero debe ser así.
Cordialmente,
Félix
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