¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


viernes, 6 de agosto de 2010

La Cana al Sur: Grecia en Sanlúcar por palos flamencos

¡Mira por dónde! He tenido que venirme hasta Sanlúcar para degustar lo que hace no mucho tiempo rechacé en Salamanca. Bueno, no. No es que lo rechazase, así por que sí, sino que allí las horas me duran menos, los tiempos son distintos y la actividad debe ser seleccionada de manera diferente.
Aquí, en la tierra del descanso, donde la luz se filtra por cualquier rincón, los tiempos se pueden alargar sin que pese en la conciencia. El reloj se ralentiza y nos dejamos llevar por la magia, embrujo de patio recién regado para refresco del alma.
Anoche, cuando el sol se acostaba entre las dunas de Doñana, nos fuimos hasta el Auditorio de la Merced, exhuberante horno de bóvedas de cañón que en su día fuese capilla del Palacio de Orleáns, abarrotado de gentes para gustar de la Medea de Manolo Sanlúcar. Dos horas de sensaciones paseándose por la piel para hacer del sudor gotas de rocío. Sones de marcha, de hondura, de zambra; lentos y allegros de lo más flamenco y lo más sinfónico salido de las prodigiosas manos de quien hace magia con seis cuerdas. ¡Digo!

Fué un espectáculo ver al maestro disfrutar de cada momento. Verle dirigir, sin querer, los pasos de la orquesta, charlar con su guitarra o con David, su compañero de instrumento, como si estuviesen en la intimidad de un patio cordobés o en una cueva del Sacromonte. Sentirle disfrutar entre su gente mientras disfrutábamos como si fuéramos su gente. Porque el concierto de anoche, la Medea de Sanlúcar, fué mucho más que música. Fué todo un pueblo entregado a su hijo predilecto. Fué el sentir de Sanlúcar entre las notas de Sanlúcar. Fueron muchas sensaciones y recuerdos, seguro, sudados por todos y cada uno de los que allí estábamos. Fué magnífico, aunque hubiese necesitado más orquesta, otros metales que no hubieran caminado a su aire. Más orquesta para envolver con más magia a esas dos guitarras que, solistas, llegaban a apagar todas sus voces. Eso sí, de una orquesta local, en la que lo que más había era cariño y admiración por el maestro, a la que se le puede perdonar el bollo por el coscarrón, que hizo que por momentos olvidara a los protagonistas para dejarme llevar por las notas de una percusión que me atrapó. Cinco músicos que desde el fondo del escenario consiguieron envolver mi cana, atrapar mi alma, y hacerme perder con sus ritmos poderosos. Fué, sin duda, lo mejor de la orquesta.

Al final, palmas. Minutos y minutos de palmas agradecidas fueron el colofón de la noche. Palmas paisanas para quien se sabía querido y admirado desde antes de salir del camerino. Palmas y más palmas para que el maestro supiera que estaban allí, todos y cada uno de ellos, individualmente, para, entre todos, traerse hasta el auditorio el Picacho y desde él mirar juntos hasta donde el horizonte dejase. Palmas para palabras emocionadas de agradecida sinceridad.
Anoche, ¡mira por dónde!, me llené de Sanlúcar y para ello tuve que venir desde Salamanca. Ahora agradezco haber dejado pasar la Medea de aquel día.

4 comentarios:

Lucano dijo...

Así la has disfrutado de otra forma, en su ambiente. Providencial demora.

Félix dijo...

Cierto, Lucano. Como en casa en ningún sitio.
Cordialmente,
Félix

sentimientos y locuras dijo...

Que gozada me alegro mucho que disfrutarais.

Félix dijo...

Ahora os toca a vosotros. ¡A romper Sevilla!
Y mañana... ¡Morante en El Puerto!
Cordialmente,
Félix