¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


sábado, 7 de noviembre de 2009

Un paseo con amigos (final)

¿Por qué será que nunca llueve a gusto de todos?
Eso es lo que ha pasado estos días. La pertinaz lluvia ha anegado las calles de Salamanca, embarrándolas para impedir que fuésemos fieles a la cita. Pues desde que el príncipe Juan mandase empedrar la de San Martín, pocos han sido los progresos habidos en estas calles. Han sido días de mirar tras los cristales cómo las pobres gentes se empapaban en su tránsito mientras el calor de la hoguera me retenía, en un abrazo invisible, impidiéndome salir siquiera al zaguán de casa.
Hoy, aun con un frío cortante, el sol apareció brillando sobre los cielos salmantinos, reflejándose en la dorada piedra franca, que dicen fregadera, de casas y palacios. Un día en el que ya desde las primeras horas, el ambiente invitaba a salir a la calle para deambular sin motivo. Inmediatamente, he mandado recado a mis compañeros de salidas para retomar lo pendiente.
Todos han aceptado la proposición y, casi de inmediato, nos hemos puesto en marcha.
Así, aunque bien entrada la mañana, comenzó la reunión en la Puerta del Sol, tal como quedó propuesto, junto a los portones de la Casa de los Maldonado y frente a la Iglesia de la Compañía de Jesús, la del Espíritu Santo. El doctor Zúñiga algo quejoso por unas fiebres que le entumecen, aunque los demás sospechemos, casi con certeza, que se trata más de mal de soledad, pues desde que murió su amada Pilar, hace más de veinte años ya, es la única enfermedad que le recurre periódicamente. Los demás, Carlos el Papón, Pelayo, ese hijo que le apareció a Zúñiga casi sin sospecharlo, y este servidor, mostramos el mejor de los ánimos y así se lo intentamos transmitir al Vizconde.
En esta mañana de sol, la riada de gentes nos empujó hacia el viejo Azogue. A pesar de que la actividad se trasladaba poco a poco al entorno de la gran plaza de San Martín, aún había mercado y el ambiente era espectacular. Las gentes del alfoz voceando sus productos. Niños y ancianos curiosos por entre los vendedores. Charlatanes y embaucadores haciendo gala de sus artes. Damas y criadas atentas a lo que se les ofrecía desde el otro lado de los tableros. Mendigos exprimiendo sus males en favor de mover a la cristiana caridad de los transeúntes. Olores mezclados embargando los sentidos. Vivos colores de exóticas hortalizas que, tras su novedosa venida de las Indias, comienzan a hacérsenos familiares. Gentes y más gentes que nos envuelven y distraen nuestra conversación mientras dirigimos nuestros pasos a la fábrica de la Catedral Nueva.
Las obras se muestran avanzadas a pesar de que desde hace años la escasez de capitales haya provocado la casi paralización de la actividad en las mismas. Las naves están prácticamente finalizadas y, desde que el cabildo dispusiese su traslado a ésta en 1560, tras ser completada por el maestro Gil de Hontañón hasta el crucero, el trasiego de gentes por su interior es constante. Iniciamos el recorrido por el interior atravesando la puerta de la torre y comenzamos a admirarnos con cada una de las capillas que vamos recorriendo. La capilla de San Lorenzo, la de San Pedro, a la que las gentes han dado en llamar "Dorada", la de la Madre de Dios, también llamada del Presidente Liévana. Al paso por la capilla ahora llamada de la Virgen del Desagravio, Zúñiga se detiene a observar el pequeño cuadro que preside su altar. -¡Magnífica obra pese a su tamaño!- dice acercándose para observarlo en detalle. -Pero... fíjense vuestras mercedes. ¡Su tela está remendada! Una lástima pues desmerece el resultado- vuelve a comentar dirigiéndose a quienes le acompañamos.
-¿¡Lástima!?- Exclamo interrogante. -¿No conocen ustedes la historia?- vuelvo a preguntar.
-¡Pues no!- me dice Pelayo quien, por su juventud, está menos al tanto.
-¡Ah! Excelente disculpa para recordar un hecho, leyenda para unos y real para el resto, que acaeció hace años.
Cuenta la tradición que en la calle de la Nevería había uno de estos cuadros de Cristos, Vírgenes y Santos que ponen los vecinos en hornacinas y portales para la devoción popular. El dicho cuadro era la imagen de la Inmaculada Virgen María, Nuestra Señora y, por tratarse de lugar concurrido en paso de San Martín a los barrios nobles, gran cantidad de devotos era la que oraba ante la imagen, depositaba velas y lamparillas de aceite y alguna que otra flor aparecía en sus búcaros colocada por anónimas manos; que bien conocida es la devota defensa que los salmantinos hacen del dogma de la Concepción Inmaculada. Una mañana, la imagen amaneció destrozada. Algún desalmado, de propio o por encargo (que en estos tiempos se puede pensar cualquier cosa), amparado en la espesa oscuridad de la noche, rasgó con saña el lienzo, acuchillando el rostro de la Santísima Virgen y raspando la sagrada leyenda que la orlaba. Acto sacrílego que movió el sentir de devotos y vecinos en cuanto fue descubierta la fechoría. Inmediatamente, los consternados salmantinos comenzaron a pedir actos de desagravio hacia la sagrada imagen. Fueron muchos los que pidieron la inmediata construcción de una capilla en ese mismo lugar para poder seguir orando ante la desfigurada imagen. Los ánimos, encendidos, exigían la reparación del malicioso acto. Tal fue el clamor popular que al cabo, aprovechándose la construcción de la nueva Catedral, se decidió su traslado solemne hasta una de las nuevas capillas de ésta, en la que se construiría un retablo adecuado para albergar el lienzo y darle el debido culto. Esto se hizo ya va para veinte los años y aquí sigue, presidiendo la capilla que ahora admiramos.
-Curiosa historia- comentó el leonés. Y siguió, preguntándonos, -¿y conocen ustedes la historia de la Virgen de la Verdad?- Los demás nos miramos interrogándonos con las miradas. -Cuéntala, amigo, pues de seguro que alguno la desconocemos- le dije.
-Bien. Fíjense en la capilla frontera a la que ahora contemplamos. ¡Vayamos hacia ella!- nos dijo el papón mientras comenzamos a desandar nuestros pasos para pasar a la nave norte de la fábrica.
Llegados a la capilla, pudimos observar cómo su interior era presidido por una imagen de la Virgen con el Santo Niño en su regazo y nuestro amigo Carlos comenzó su narración.
-¿Conocen la leyenda del toledano Cristo de la Vega, que juró los amores de una dama para decir verdad? Pues aquí, en esta ciudad de la recia meseta, fue su Santa Madre la que hubo de intervenir en causa mundana-.
Cuenta la leyenda, o la historia que yo no lo sé, que un cristiano viejo, honrado y pobre cual asa de espuerta, se vió en la obligación de andarse a casa de un judío para solicitar un préstamo que aliviase sus deudas. Como bien sabéis, la usura es del carácter de los hebreos y aquél no había de ser distinto. El pobre cristiano asumió en su deuda los elevados intereses que el judío le pidió. Al cabo del tiempo juntó los dineros y, en cuanto pudo hacerle frente, saldó el préstamo llevando la bolsa con la cantidad de monedas acordada a la casa del judío. Pero al hebreo le pareció poca la cantidad que le traía el pobre hombre y exigió del cristiano más dineros de los pactados. El humilde hombre, que con infinito esfuerzo había sido capaz de reunir lo acordado, no tenía más con qué pagar. El judío acudió con su falsedad a la justicia, reclamando el pago de la deuda. El ladino prestamista convenció a los jueces de que decía verdad. ¿Qué podía hacer el pobre cristiano? Estaba perdido pues la razón se le daba al delincuente. Sin más alternativa, recurrió a la Santísima Virgen implorando su intercesión. Juró a la justicia decir verdad y pidió ser acompañado ante la imagen de Nuestra Señora para confirmarlo. Cedieron justicia y hebreo, acompañándole ante esta sagrada imagen. Allí, el cristiano viejo, en alta voz, preguntó a la Virgen: «¿Señora diríais vos que soy inocente?». Para asombro de todos, la figura movió la cabeza asintiendo firmemente con ella. Ante tan singular hecho, milagroso para quien esto narra, los magistrados libraron al cristiano de las falsas deudas y condenaron al prestamista por su delito.
-Esta es la leyenda, cierta para algunos, de la imagen de Nuestra Señora de la Verdad- finalizó el leonés.
Tras el relato, que nos tuvo en absorto silencio durante unos minutos, comenzamos a escuchar los rugidos de nuestras tripas. Se nos había llegado la hora de volver a casa y dar gusto al estómago. Así, en recatado silencio, pues era más fuerte el pensamiento en la olla que la gana de conversar, decidimos que era hora de despedir la compañía y volver cada cual a su hogar donde seguro había alguien esperando con los platos sobre el mantel y la comida dispuesta. Ya habría otros tiempos para visitar las traseras de esta obra, recorrer el Seminario de Carvajal y, por estar junto a él, entrar en la vieja iglesia de San Cipriano hasta alcanzar su cripta en busca de la sombra del Marqués de Villena.
Pero eso será en tiempos mejores. Estoy seguro de ello.


Post Scriptum.
Seguro que habrá quien se interese por esto cuando el XXI cumpla sus primeros años. Para ellos, sólo dejar constancia de que ambas imágenes de la Virgen siguen pudiendo ser admiradas en sus correspondientes capillas de la Catedral Nueva. Es más, por los documentos se sabe que el retablo de la Capilla de la Virgen del Desagravio fue construido en 1665 por Francisco García, siendo el tallista Juan de Mondravilla.
También decir que aunque sus nombres hayan cambiado, siguen estando en los mismos lugares la Puerta del Sol (entre la Clerecía, casa de las Conchas y antiguas cocheras de San Isidro), el Azogue Viejo (junto a los muros traseros de la Catedral Vieja), la calle de Sordolodo (ahora de Meléndez Valdés), el callejón de las Velas (con el mismo nombre entre Meléndez y San Benito) y la calle de la Nevería (ahora de Sánchez Barbero).
Finalmente, pero no por ello menos importante, mi más sincera gratitud a don Félix González Modroño, escritor que me ha subyugado con su obra, creador de los personajes de Fernando de Zúñiga y Pelayo, con los que, por admiración a ellos y a su autor, he querido compartir este paseo por la Salamanca del XVII. Sin la cariñosa aquiescencia del padre de estos personajes, este paseo nunca hubiera sido el mismo.

5 comentarios:

Félix G. Modroño dijo...

Nada que agradecer, tocayo. Encantado de que mis personajes participaran en el magnífico paseo con el que nos has deleitado. Si todos amáramos igual que tú cuanto nos rodea, ¡cuánto mejor nos iría!
Un abrazo.

Félix dijo...

En todo caso, muchas gracias, Félix, por tu amabilidad, disposición y por pasarte por aquí. Es un placer leer tus palabras.
Cordialmente,
Félix

Lucano dijo...

De Félix a Félix: tu paseo me llevará a las novelas, seguro. Punto y seguido.

sentimientos y locuras dijo...

Oleeeeee la Sabiduría!!!

Asi da gusto Félix, Tanta cultura junta me supera.

Félix dijo...

Pásate por ellas, Lucano. Conocerás al auténtico Fernando de Zúñiga y su asentada perspicacia del XVII.

Jose, deja pasar unos días para asentar, que ahora tienes la neurona copada por coplas, costales, rebujitos, cruzcampos, montaditos, risas, amigos,...
¡Como para meter algo más! ;-))
Cordialmente,
Félix