¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


sábado, 12 de enero de 2008

En una mirada

Escribo esto porque sé que no vas a leerlo. Estoy seguro. Y me atrevo.

Porque la nuestra nunca ha sido ni será una relación epistolar y, por eso, jamás nos hemos escrito una palabra. Porque nos basta una mirada, en la que cruzar unos ojos llenos de futuro, incierto, pero futuro, con otros llenos de pasado, sin poesía, pero con pasado, para decirnoslo casi todo.

Pero, quizá porque la intimidad, nuestra intimidad del día a día, hace que perdamos parte de la confianza, nunca te he dicho, en esas miradas que cruzamos, lo que eres para mí. Es más, estoy seguro de que me va a costar, pues rudo y seco por naturaleza y educación mesetaria, cuesta arrancar del hondón del alma la maraña de ternura que la invade, que crece desordenada pero sin asomar al exterior.

Sé que tu cariño está ahí, y que tu corazón, esponja que recoge todo lo que de otros rezuma, también es fortaleza cuyos muros impiden su salida. Pero está ahí, creciendo. Desordenadamante, como en el mío. Lo sé.

Sé que eres así. Lo recuerdo desde siempre. Desde tu aún pequeño siempre. Caracter. Personalidad. Y así te acepto. Pero sé que desde siempre nos hemos querido. A nuestra manera. Como lo que somos. Y nos queremos.

Ahora son recuerdos que, agradablemente, invaden mi memoria para que una sonrisa que enturbiará mis ojos se refleje en mi boca y en mi canosa alma. Esperando que, poco a poco, el cofre de las cosas bonitas se vaya llenando y, cuando tú y yo tengamos más edad y más experiencia, podamos evocarlas y sonreir juntos.

No había quien hiciese unas coletas mejor que yo. No había manjares como los míos. El más listo y el más guapo. Y tú, orgullosa, lo aventabas a los cuatro puntos cardinales, a cualquier oído que estuviese por allí. Y yo, distraídamente, hinchaba el pecho para dejar crecer mi corazón y que así pudiera abarcar toda mi felicidad. Orgullo, diría yo.

Y yo, seguro de que, para mí, siempre serías la princesa de la fiesta, con tu sonrisa llena de desparpajo, comunicando a quienes te rodeaban toda la alegría que de ella salía. Dejando los negros nubarrones dentro de tu cuarto.

Y siempre así. Intentando quitar los plásticos a una innecesaria tirita que cubriese los arañazos de tus malos días. Porque tú, gatita altiva, te lames tus heridas y crees que no necesitas consuelo. Pero, al final, siempre recurres a quien siempre estará a tu lado buscando un amparo que otros nunca te dieron ni te darán. Una madre que, pendiente, preocupadamente pendiente, no dejará alejarse tu sombra más de lo necesario. Y yo, miraré. Miraré envidioso. Miraré orgulloso. Te querré y os querré. Como siempre y como nunca.

Indómita. Inquieta. Independiente. Capaz de todo y de nada. Ahora no te das cuenta, pero sé que llegarás hasta donde te propongas. Pues tú eres así. Y yo, orgulloso, diré que estuve allí. Que estuvimos allí, a tu lado, vigilantes, acompañando a tu ángel de la guarda en su misión.

Y todo eso me lo dicen tus ojos, sin necesidad de escribirnos ni una sola palabra.

Quisiera que los míos, algún día, también te lo digan. Sin más palabras.

4 comentarios:

Ana Pedrero dijo...

Pues es una pena que no lo lea. Que no lo lean, quizá.
Precioso, Félix. Tanto, que me ha dado cierto pudor dejarte este post, como si me colase en algo tan íntimo que mi sola presencia rompiese la magia, el calor y el amor que se desprenden en estas líneas hacia tu hija y tu mujer.

Un abrazo y que sigas escribiéndoles cosas tan hermosas por muchos años.

Félix dijo...

Gracias por tus palabras, de corazón. Especialmente en un día como éste en el que, por lo que te leo, las sensaciones están a flor de piel. Sirva este comentario como entrada a tu fábrica, pues, por prudencia o desconocimiento, no me he atrevido a abrir sus puertas y acompañar a Skunki, tu amiga, en su dolor.
Cordialmente,
Félix.

Anónimo dijo...

creo que eso de las miradas es genetico, pero de vez en cuando gustan las palabras, es más para algunos son necesarias, tanto el decirlas como el que te las digan, yo se que la adoras, ella sabe que la adoras y yo os quiero a los dos, yo soy más de expresar, aunque aprendi a mirar y a interpretar miradas y fijate ahora aquel que solo miraba empieza a expresar y se extraña si yo no lo expreso, tal vez sea que nos vamos haciendo viejos y que vamos teniendo canas en el alma y en la cabeza.
Me encanto encontrarte, bueno alguien me chivo que tenías este blog y decidí entrar en él, he leido todo e incluso me ha parecido verte hablar según lo leía.Besines

Félix dijo...

Perdona, amigo anónimo, si he tenido la descortesía de no contestarte antes, pero, la verdad, es que hacía tiempo que no me dedicaba a repasar viejas entradas y, así, no había visto que habías dejado tus palabras entre las mías. Gracias. Muchas gracias, pues se ve que me conoces y bien. Sabes cómo soy y cómo he sido, y eso sólo puede saberlo quien conmigo haya compartida algo más que mesa y mantel. Sí, es cierto que decir las cosas a veces ayuda, pero mirar, interpretar miradas y callar mientras se mira es también algo que todos necesitamos. Y que necesitamos compartir. ¿Será cosa de las canas? No lo sé, pero has de saber que, aunque a veces te parezca verme hablar a través de estas palabras, siempre necesitaré saber que hay alguien ahí, al otro lado, escuchándolas mientras las lee. Así que, sólo te pido, agradecido de antemano, que sigas leyéndome y, de vez en cuando, entres a decirme que has estado aquí.
Cordialmente,
Félix.