¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


sábado, 12 de diciembre de 2009

El siguiente al primero

¡Otro año más!
Normalmente, uno no se da cuenta de que ha pasado el tiempo hasta que no llega una fecha significada. Pero no es mi caso, pues creo que no hay día en que no recuerde la fecha que hoy conmemoro.
Ha pasado ya un año desde que pasó el primero; desde que publiqué mi primer recuerdo para, vuelvo a decirlo, el mejor de los amigos que llegué a tener. Porque me dejó ser su amigo y yo aproveché su generosidad.

Hace ya dos años que me dejó (no sé si decir nos dejó) Luis Santos de Dios y aunque su memoria siga viva en mi recuerdo cada día, siento como si fuese una eternidad la que ha pasado. La que he pasado sin su compañía. Y me siento mal. Hay algo que me atenaza por dentro y que, aunque mi cana esté ligada (seguro que de por vida) a su bitácora, hace que la desilusión se apodere de este interior. Porque creo que le he fallado. No, no lo creo: ¡estoy seguro! Sé que he dejado de cumplir esa obligación que adquirí el mismo día de su desaparición. Un compromiso laxo pero compromiso al fin, a pesar de saber que no podría ser capaz. Fueron mis palabras: "me veo en la obligación de, al menos como agradecimiento, rendido homenaje, mantener el espíritu. Aunque sé que no voy a ser capaz. Pero voy a intentarlo y, de vez en cuando, sólo de vez en cuando, recordaré a mi hospedero y comentaré algo de su Pasión. Pasión compartida pero que no es la mía, pues hace tiempo que perdí esa ilusión. Muchos lo saben. Pero, en su memoria, ya digo, intentaré, aunque esporádicamente, sostener firme ese estandarte." Y ahora, cuando el recuerdo es más nítido, veo que he renunciado a mis palabras. Que desde hace un tiempo y, lo que es peor, de forma voluntaria, me negué a defender el ideal dejándome ir por otros derroteros, menos atractivos seguramente para quienes me visitan pero mucho más cómodos para el devenir de este diario. He olvidado mis propias palabras para que mis propias aguas siguieran un cauce tranquilo y remansado, de estuario, sin remolinos que pudieran engullir a aquéllas y, con ello, atrapar a quien se quiso hacer estandarte de las mismas.
Veo que no soy el único que mantiene viva su memoria. Que su bitácora sigue abierta para que algunos despistados se pasen por ella de vez en cuando y así, al menos, compartir su sentir por unos momentos. Reconozco que yo lo hago a menudo y que, en más ocasiones de las que pudiera parecer, la nostalgia por sus palabras me sirve para mantener ese recuerdo que él siempre quiso.
Son más, muchas más, las canas que ahora acompañan a aquella que descubrí en mi alma hace ya casi dos años. Son más, muchos más, los avatares que han provocado su aparición. Son más, muchos más, los días en que, sabiendo de mi compromiso, me arrepiento de haberme vuelto atrás cobardemente. Tan atrás que casi no veo el futuro en el que anduve, prefiriendo pisar románicos a patear romanos, sorber el plateresco a soplar la plata, admirar cruceros a ver cruces. Pero el hachón sigue encendido, aunque sólo él lo vea y lo sepa. 
Porque siento que le echo de menos, con mi recuerdo, el mejor dadas las circunstancias: ¡Va por ti, Luis Santos!


P.S.
No me resisto, en esta señalada fecha, a recordar a Luis como se merece. Por eso y haciendo mezcla de lo suyo (la Semana Santa) y lo mío (las antigüedades de Salamanca), traigo aquí este documento (al que llegué desde las palabras de don Manuel Villar y Macías en su "Historia de Salamanca"), extraído de la obra "El Colegio Mayor del Arzobispo Fonseca en Salamanca" de la que es autor Manuel Sendín Calabuig. Trata éste de cómo tenía este Colegio, el del Arzobispo, de Fonseca o de Nobles Irlandeses, el privilegio de que las procesiones de Semana Santa, Pascua de Resurrección y de la Santa Cruz de mayo, se acercaran hasta sus muros y de cómo se organizaba toda la parafernalia colegial en los actos de los diferentes días.
Todas las procesiones entraban en la capilla del colegio y pasaban por delante de los bancos de terciopelo en los que estaba sentada la comunidad colegial. Incluso las que no podían entrar a la capilla, subían al atrio por un lado de sus escaleras y bajaban por el otro, a la vista de todo el Colegio. Allí, dentro o fuera, se practicaban ceremoniales semejantes a los celebrados en las audiencias del reino.
Así, descubro que no sólo fue mi querida rana de la fachada  principal de la Universidad salmantina la que tuvo el privilegio de ver el paso de las procesiones penitenciales desde la primera fila, sino que también Santiago Matamoros, desde su medallón de la fachada del Colegio, fue espectador de lujo del paso de cruces, hachas y nazarenos. Es éste un dato que desconocía (como muchísimos otros en la historia de esta ciudad que me atrapa) y que dejo aquí para memoria de quien vivió por y para la Semana Santa.





4 comentarios:

beatriz dijo...

Cierto es que no conocí a Luis Santos, pero he de decir que gracias a tí y a nuestras conversaciones siento como si estuviera entre nosotros.
No creas que le has fallado porque yo sé que no es así, simplemente el tiempo lo cura todo, hasta las terribles ausencias.
Un beso
B

Félix dijo...

Cierto es, Beatriz, pero sabes de él como si lo hubieras conocido. Es más, conoces de él más que muchos otros que le trataron en vida. Y por eso sabes que el compromiso sólo se ha roto por una parte, la mía y que será difícil volver a retomarlo por más que quiera.
Cordialmente,
Félix

Lucano dijo...

En cierto modo, Luis sigue saliendo en procesión, como anónimo hermano de fila, ese cofrade que marcha delante de uno, abriendo paso, mostrando el camino.

Félix dijo...

Es lo que le queda y lo que dejó. Penitencia dentro de la penitencia.
Cordialmente,
Félix