¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


viernes, 23 de septiembre de 2011

Recuerdos de un verano: La Cana en la playa (I)

Sé que llego tarde. Que ahora que termina el verano casi no es momento de hacer la crónica de lo que disfruté para el recuerdo. Pero, fiel a un íntimo compromiso, abriré mi libreta, esa en la que dejé para ahora mis impresiones, y las traeré aquí, a esta alacena en la que todo queda ordenado y sus puertas están siempre entreabiertas para dejar vislumbrar sus anaqueles y lo que en ellos hay. Y haré una transcripción literal, con puntos y comas en el mismo sitio en que quedaron sobre la cuadrícula, en un presente que ahora parecerá añejo pero que me permitirá abrir de nuevo la ventana del recuerdo como si del mismo momento se tratase. Y lo haré por capítulos, uno por día, tal como tenía previsto si hubiese podido hacerlo en su momento virtual.


CHIPIONA =Verano 2011=
04-08-2011

Me va a costar adaptarme a escribir en cuaderno y con bolígrafo, pero esta vez las modernas tecnologías me han vuelto la espalda. Internet no llega hasta el hotel, que no es recóndito, y tendré que hacer mis crónicas de esta manera para transmitirlas en diferido una vez de regreso a casa.

Del viaje poco que contar. Como siempre, primer paso hacia el Sur, con tostada en Mirabel y fonda en Casa Robles, el establecimiento de Sevilla que nos rompe el viaje y nos da ánimos para completar la ruta.

Ahora, primer día chipionero, he salido a explorar. Gente. Mucha gente por las calles. Por las dos calles que ejercen de centro comercial. Tiendas y tienducas rellenan los laterales y, además de sombra, ofrecen sus mercancías a las puertas para hacer parada quienes por allí pasamos.
Vida. Mucha vida. Diferente a la de Sanlúcar. Más pueblo y más vida.
He recorrido calles y plazas intentando fijar en la retina de mi memoria todo aquello que repasaré en los próximos días. Iglesias y mercado. Playa y paseo. Calles y callejones que recorreré con calma veraniega. Observaré y fijaré cada detalle para traerlos a este cuaderno, que desde su principio será de viajes, intentando no perderlos por el camino. Así, al final, quedará un gran poso que pasará a las páginas de un diario que por ahora está cerrado por vacaciones.

Y... ¡niños! Muchos niños inundando las calles de Chipiona. Como en cualquier otro pueblo de Cádiz. Aquí la supervivencia de la población está asegurada.

Leo a don Miguel, sus cuentos, y solo se me ocurre que cada día me envuelve más; que cada día me gustaría más ser como él.
Ahora, cuando la tarde casi se agota, siento que he estado recuperando el tiempo perdido. El ser ocioso se adueña de mí y me recreo en ello. Me preparo para lo que se vendrá, apurando el no hacer nada.
Mientras, imagino la playa atiborrada de ociosos como yo. Pero ociosos dorados tras exponer casi toda su superficie a los penetrantes rayos del Sol. En familia casi todos.
Echaré de menos el galopar de los caballos sobre las arenas atardecidas frente a la marisma.


05-08-2011

Playa. He roto con mi "principio" y he pasado la mañana pisando arena mientras intentaba ponerme en el mundo con la lectura de la prensa diaria. Me he remojado en las aguas que bañan esta playa de Regla superando la aversión que este hecho suele provocarme. Lo cierto es que la brisa, que refrescaba el ambiente, ha hecho llevadera la mañana y así, en la butaquita y a la sombra de una sombrilla, he intercambiado miradas, ora prensa con insignificantes novedades, ora gentes que iban, venían o se quedaban por las cercanías. Gentes locales, de nevera y litro de cerveza, o gentes que, como nosotros, se han llegado hasta aquí con el ánimo cargado y el cuerpo necesitado; deseosos de mar y descanso, de retiro rutinario para dejar aparcada la rutina del día a día. Compañeros de necesidades, porque a todos se nos refleja en el rostro. En una cara que se enrojece por momentos para, así, dar testimonio de nuestro paso por este paraiso, de nuestro descanso.
Reconozco que no echo de menos la cita virtual que me ha marcado cada uno de los días de otros agostos. Que el tacto del bolígrafo, al que nunca llegaré a acostumbrarme, se hace suficiente y que la escritura reposada, sin la necesidad de la inmediatez, relaja las necesidades de lo que, en el fondo y sin llegar a reconocer, solo es algo que quiero para poder recordar en días que sé que perderé la memoria de lo que ahora es fresco por recién hecho.


07-08-2011

Se me agolpa tanta actividad que no me deja un momento para agarrar el bolígrafo. Mañanas de arena, sobre la que ahora escribo, al amparo de un multicolor mar de parasoles. Sombrillas que unen sus copas unas con otras para hacer bosque de sombra que me impide ver el mar, aunque sé que está ahí por su relajante sonido.
Mañanas de relajo en mi butaquita (¡quién me lo iba a decir!) mientras veo y miro, oigo y escucho. Conversaciones para mi intrascendentes a pesar de la profundidad que en ellas ponen quienes las protagonizan. Tertulias de arena, de cervecita y papafritas, para entretener las horas de sol o arreglar el mundo. Que en este Sur que ahora me vive, nunca se sabe.
Y veo mientras miro. Y como ya dije entonces, en este sur familiar apenas hay tetas expuestas al rigor de los rayos solares. Por eso, aunque no sea igual, ahora me da por "calibrar" culos. Posaderas femeninas de variados tamaños y condiciones. Ligeras nalgas flotantes que casi se elevan por sobre las espaldas de sus dueñas o pesados glúteos que tienden a apoyarse sobre la trasera de muslos también amplios. Redondeces que continúan a generosas caderas en curvo recorrido para miradas disimuladas. Traseros solo sutilmente insinuados en la rectitud de cuerpos-estaca, tan apreciados por algunas féminas, básicamente inmaduras por edad, pero poco estimulantes para imaginaciones masculinas, esas que siempre se pierden en la generosidad de las formas aunque cueste hacer pública la confesión.
Culos de soltera y de matrona añosa, cada uno con su atractivo, capaces de sugerir formas y estímulos diferentes según sea el observador. Y yo observo también, aunque también calle.

Se me acumulan las tardes. Dedicadas a la lectura, reflexiva lectura, de los muchos cuentos que me dejó don Miguel, mi Rector, para descubrir una moraleja diferente con cada uno de ellos. Cuentos cortos en extensión pero con una carga de tenso dramatismo que apenas puede ser contenida en tan escasas páginas. Soledades, miserias humanas, conflictos íntimos... para, al final, llegar a feliz conclusión y dejar un poso en el lector, en mí, con el regusto de un buen Pedro Jiménez jerezano o un dulce chacolí, por lo de sus orígenes.
Tardes de visita para el recuerdo. ¡Esas tortillitas de camarón de Casa Balbino! En Sanlúcar la tarde-noche se nos echó encima cargada de salados sudores que habíamos olvidado. Agobio húmedo que se fundía con todos los que pisábamos sus calles. Pero esas tortillitas y el salmorejo de Balbino bien merecen el sudor en la camisa. Y los solomillitos, con sus papas fritas, cebollita pochá y su huevito frito. Y  volver a pasar por la puerta de la Capillita para quedarme "prendao"; y ver cómo la Cuesta de Belén sigue ahí, sin moverse, esperándonos para subirla; y el paseo por la calle y el ambiente veraniego y... Solo nos faltó la procesión de la Patrona. ¡Lástima de fechas!

Y después,... ¡Al Puerto! ¡A los toros! ¡Morante!
Una cita que no por sabida (hace días que teníamos aseguradas unas magníficas localidades) era menos esperada. Porque, como dijo Joselito, "el que no ha visto una corrida de toros en la Plaza del Puerto, nunca ha visto una corrida de toros". Pues allá que nos fuimos, pendientes de Salvador y mediados por Joaquín.
Salvador. El único torero cojo que he conocido, pues la polio no fue capaz de frustrar su ilusión. El único que torea con dos muletas, de las que solo una es de paño. Alguien del que solo puedo decir que es afable al trato y, por lo que me han contado, con una vida cargada no solo de anécdotas aunque estas, como casi siempre, sean lo que más trasciende. Pero sé que su muleta de palo está repleta de experiencia y de cultura, y que su otra muleta, la de percal, le ha permitido codearse con algunas de las mejores figuras del toreo, y eso es, cuando menos, envidiable.

Y Joaquín. El intermediador. El amigo de Salvador. Mi amigo, por el que todo esto, ahora, viene al cuento de mis tardes. El que hizo que los perros danzaran para que nosotros disfrutásemos de una espléndida tarde en la Plaza Real. Hombre sencillo en su culta complejidad, en el que las tradiciones se convierten en hábito diario, haciendo que adquieran la importancia que muchos les hemos quitado. Familia y amigos son su única necesidad y eso hace que los demás aprendamos de él.
Pues sí. Gracias a ellos hemos podido celebrar una tarde de toros de las que cualquier aficionado, cualquiera que hubiese estado allí, recordaremos durante mucho mucho tiempo. Se abrió un tarro de esencias que, al menos para mí, llevaba tanto tiempo cerrado que no alcanzo ni a imaginar cómo eran sus aromas. La sublimación del barroco, sin costales ni parihuelas, anduvo cadenciosa por el albero portuense. Verónicas y medias, naturales de mano tan baja que se arañaban con la arena, derechazos de tan lánguida cadencia que llegaban a retrasar los relojes, ajustadas chicuelinas, banderillas de maestro, artes antiguas rescatadas de la literatura clásica, y sonrisas, muchas sonrisas cómplices con todos y cada uno de los que allí estuvimos. Se "salió" Morante, el de la Puebla del Río, y estuvimos allí para verlo.
También anduvo Manzanares, mano con mano junto al Maestro, pero esa harina es de costal que yo no molí y dejo su historia para cuando pierda la nube que vela los ojos de mi recuerdo. Porque lo de ayer, lo que vimos ayer, lo que vivimos ayer, tiene página propia para cualquier morantista.

Ahora, crecido ya el séptimo día de este agosto chipionero, meciéndome aún en el sueño del Puerto, sigo en mi realidad. Vuelvo a esa playa de arena tan fina que hace misión imposible desprenderla de los entresijos de la piel, de aguas batidas en las que los orines de quienes las disfrutan se diluyen homeopáticamente para entremezclarse con los míos (¡tenía que decirlo!) y formar unidad de lo ya indisoluble. Globalización uréica en las aguas atlánticas. Naturaleza pura.
Playa, digo, a la que voy cogiendo el gusto (¿o será la compañía?) haciendo que olvide otras actividades de las que siempre presumí. Calles e iglesias, tiendas y mercados, gentes y gentes aún esperan mi visita. Mañana saldré en su busca... si no me retienen los bajos del Santuario de la Virgen de Regla. La Virgen de Chipiona.

6 comentarios:

sentimientos y locuras dijo...

Amen!!!

Félix dijo...

Así fue y así lo cuento, Jose.
Cordialmente,
Félix

Lucano dijo...

A mí aún me espera la playa, el próximo domingo, así que gracias por este aperitivo que, ciertamente, estábamos esperando como agua de septiembre (que no llega).

Félix dijo...

Disfruta, Lucano, pues la playa de septiembre es quizá la de más agradable encanto. Por eso, aunque las hubieras estado esperando, olvida las aguas, deja que esto siga como hasta ahora y que sean días de soleada felicidad.
Cordialmente,
Félix

Anónimo dijo...

Qué bonito, venga playa, venga playa y viviendo de OCKUPA, sencillamente !PATÉTICO!

El Hno.del Taurino.

PD.Es pura envidia, con el nacimiento de Carmen, la playa sólo se dibujó en algún que otro sueño entre bibe y bibe.
Bsos

Félix dijo...

No, Hno. del Taurino, no lo veas patético. Lo que pasa es que, como tuvimos que abandonar la casa precipitadamente pues en lugar de elegir un ojo del puente nos fuimos hasta la playa. Pero solo para asentar las ideas, que lo necesitabamos.
Ahora, ya solo es un recuerdo y... hemos pasado a ser inquilinos.
De todas formas, yo que tu no cambiaría un buen bibe por una playa llena de asquerosa arena. JeJe.
Cordialmente,
Félix