¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


sábado, 24 de octubre de 2009

El Quiosco del Ochavo


Era una de esas cosas que nos rodean sin que reparemos en ella... hasta que, por no se sabe bien qué instinto, un día notamos su ausencia y nos damos cuenta de que llegamos a echarla de menos.
¡Me han quitado el quiosco de las escaleras del Ochavo! ¡Ya no está el quiosco de Ángel!
No sé bien cuándo ha sido, pero ahora, desde que soy consciente de su ausencia, no hay día que pase por allí, que no mire con nostalgia hacia lo que no es ya sino el hueco dejado por ese templete. O quizá lo que veo sea la ausencia en mi propia cana, que no quiere desprenderse de su habitualidad, como el niño que amarra ese peluche, ajado y sucio, que le ancla a lo cotidiano, a la seguridad de lo conocido, incapaz de cambiarlo por algo nuevo y limpio por más que le aseguren que el efecto anímico será el mismo. ¡Qué va a ser el mismo!


Pues así es mi último recuerdo. La imagen de un ajado y sucio quiosco, cerrado pero aún baluarte de lo tradicional. Garita abandonada sin vigilante que vele. ¿Será por eso que la ciudad cedió y lo que fue Gran Hotel son ahora pequeños apartamentos? Quizá. Pues también, en el mismo enclave, fue la desaparición del quiosco-panadería del bajo-escalera la que pudo coincidir con que el vetusto edificio de la Audiencia se transformase en hotel. ¿Es que ahí las cosas van por pares? O será que cuando desaparece el vigía, el entorno aprovecha para cambiar.
Pero esa caseta de chapa y madera era algo más. Era el lugar en el que, desde que fue puesto allí, la prensa llegaba puntual a su cita con la tertulia. Porque siempre había tertulia a su puerta, o esa es la imagen que mantengo. Charlas de taurinos y futboleros, con Ángel, el quiosquero, siempre en el quicio de una puerta que daba paso a su mundo. Y el carrito. Un carrito de mano. Siempre ese carrito que sirvió para recorrer Salamanca en uno de los primeros servicios a domicilio que recuerdo. Su padre, Ángel Castilla, fundador del negocio (eso creo), manejaba el carrito con soltura esquivando obstáculos en su recorrido mientras distribuía la prensa por casas y locales.

Jamás compré nada en él o quizá algún periódico que no recuerdo. Nunca hablé con Ángel, pero le conozco mejor que a muchos otros. No me conoce, pero sé quién es. Y sé que, como los otros, custodiando cada una de las entradas al ágora, siempre fue el responsable de un auténtico fielato del día a día, controlando el pulso ciudadano desde las primeras horas de cada jornada.
Desapareció la máquina de tren que asaba patatas y tenía pipas calientes. Se actualizó el quiosco de Fidela en el arco de la calle de Zamora. Desapareció el quiosco de "La Barazuela" de las escaleras de Pinto. Nos quitaron los urinarios-caseta de turismo de las escaleras del arco del Toro. El del Corrillo... ¿cómo está? Obras y andamios.
Sólo queda el de Fermín, aunque sea in memoriam, para guardar el interior del Templo. No sé qué será de nuestra Plaza cuando su viuda decida que se acabó el negocio. No sé que será de la Plaza sin vigilantes.


4 comentarios:

Lucano dijo...

¿Quién guardará sus puertas siempre abiertas? ¿Quién acompasará sus latidos que son los de Salamanca? ¿Qué diremos de la Plaza cuando la surquemos y sólo nos parezca una carrera de osbtáculos?

Félix dijo...

Nos quitaron al sereno y se nos van los quiosqueros. Los comerciantes miran más hacia dentro que hacia fuera. Los transeúntes pasan cada día más gachos y más en línea recta. Se acabaron los limpiabotas... ¿Quién guardará sus puertas?
Cordialmente,
Félix

sentimientos y locuras dijo...

Me ha hecho mucha ilusión esta entrada ya que me trae muchos recuerdos. Yo iba al quiosco de Angelito porque me dejaba leer el Aplausos y el 6toros6 gratis al igual que el de Fermín.

En la puerta se reunían toda clase de vaguetes que en animada tertulia no dejaban títere con cabeza. Parece que estoy viendo a El Duede, El Grabao, El Flecos y comparsa criticando y evaluando glúteos. Sobre la maquina del tren tengo mucho que contar. Allí estaba Maria, con su voz siempre ronca y su marido Pepe, sevillano con mucha gracia y desparpajo. Maria nos quería mucho y no hacia negocio con nosotros. Que ricas las patatas asadas y las pipas calentitas. jejejeje.
Ole Félix así así hacer que recordemos añoranzas pasadas tan

Félix dijo...

...y ahora es Ángel el que va por tu casa para seguir sus tertulias.
Jose, sabía que tu, porque esta parte la conoces mejor que yo, completarías la entrada con más datos. Gracias.
Cordialmente,
Félix