Hemos vuelto al fin de la Tierra.
Improvisadamente, sin anuncio previo, volvimos a recorrer parajes idílicos para recordar que algún día estuvimos allí. Para descubrir que la naturaleza es capaz de sobreponerse a la irresponsabilidad del hombre.
Playas de Carnota, Ézaro, Muros... que un día de no hace mucho vieron cómo el chapapote cubría su esplendor, inundando de negra marea hasta el más pequeño hueco entre sus imponentes rocas, ahora lucen arenas radiantes en las que muchos de quienes en aquellos días mancharon sus blancos monos del aceitoso alquitrán, ahora remojan sus cuerpos como si nada hubiera pasado. Sólo como si nada hubiera pasado.
Playas en las que sólo quedan limpias aguas bañando arenas inmaculadas para que quienes las visitamos dejemos escondida en el fondo del almacén de los recuerdos la desolación que las cubrió.
No sé si la vida ha sido capaz de recuperarse. No sé si en las rocas que ahora se muestran completamente desnudas, hubo tiempos en que anémonas y lapas compartían su espacio con pulpos y cangrejos; si las lechugas de mar, desplazadas cada día más por los sargazos, albergaban pequeños cangrejos en su ahora desnuda superficie; si las navajas y berberechos de sus arenas han emigrado a la bondad de las otras rías o es que nunca llegaron a ocupar estas playas de aguas bravías. No lo sé y quisiera creer que la ausencia de vida en estas costas de la muerte es algo que no viene de aquellos lodos sino que siempre fue así. Quisiera creer que la vida bajo las aguas, allí donde para mí es inaccesible, sigue bullendo como si nada hubiera pasado. Compartiéndose ignorante con los que no alcanzamos sino a remojar los pies en las moribundas olas que alcanzan la arena.
Porque el fin de la Tierra, esa Fisterra que atrae con sus cantos de sirena tanto a peregrinos agotados tras un esfuerzo casi inhumano como a visitantes descansados, no es el fin de la vida. Porque ahora sabemos que no es ahí donde se acaba el Mundo y que hay un más allá que nos permite cerrar el círculo para volver al punto de partida. Porque esta Finis Terrae nos hace empequeñecer ante la inmensa magnitud de lo que nos rodea, obligándonos a recogernos en nosotros mismos a pesar de estar inmersos en un marasmo de gentes. Punta del Mundo que nos empuja a disfrutar de nuestro interior, de esa cana que todos llevamos prendida al alma.
Pero la Tierra no acaba aquí, sino que comienza. Comienza desde el mismo punto en que somos conscientes de que hemos de retomar nuestros pasos para volver sobre ellos, aceptando el final como punto de partida. Origen desde el que todo será visto con otros ojos. Nuevos paisajes que recorrimos ayer; nuevos amigos que nos trajeron hasta aquí para compartir sorprendidos el camino de vuelta; nuevas esperanzas que surgen con el humo de lo que trajimos y prendimos en su hoguera. Así, después de pasar por él, por ese Finisterre que no es sino el extremo de lo que cada uno quiera, comienza una vida nueva. Comienza el principio de lo que se recupera tras quedar anegado por los petróleos de la vida sin que apenas se puedan apreciar sus restos.
Nuevas playas y nuevos espíritus fundiéndose al calor de un inusual sol septembrino. Verde puro y verde esmeralda mezclados para nuestro deleite. Sol Mediterráneo en ese Atlántico que nos ofrece lo mejor de sí mismo, de sus gentes y de sus tierras, para dejarnos compartir el tiempo y permitir que se escape por entre nuestros dedos sin que nuestra conciencia nos recuerde que ha comenzado el periodo en el que será la luz blanca de un tubo fluorescente la única luz que veremos durante los próximos meses.
Sin rastro de negro chapapote.
5 comentarios:
Oleeeee, no se puede recordar mejor lo que sucedió, y copartir lo visto a día de hoy. ¿Y mi Centollo?
Joooo.... Pillamos una mala lonja y no pudimos coger ni una centolla.... Bueno, la verdad es que las cigalitas, las navajas, las almejas, los berberechos, el pulpo... nos los trajimos puestos. Pero aquí hay centollos tan buenos como aquellos, así que, en cuanto tengamos un momento, nos damos un homenaje, ¿vale?
Cordialmente,
Félix
Bueno aceptare eso mejor que nada.
Jejejejeje
Venga pon fecha!!!!
¿Paricipará Chocolate de esa fiesta?
No sé, Anónimo, si a Chocolate le gustan los centollos pero, en cualquier caso, siempre estará a nuestro alrededor mendigando un trozo de pan o pidiendo una caricia. Él es parte de la familia.
Cordialmente,
Félix
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