
De un tiempo acá, mi preocupación por temas que hasta hace no mucho me parecían importantísimos, ha disminuido hasta niveles que a mí mismo me dejan sorprendido. Son muchas las cosas a las que ahora miro con despreocupada indiferencia y creo que he alcanzado un estado de calma sosegada que me permite dormir sin marear mis cada vez más escasas neuronas.
Total placidez. Y, de verdad, lo recomiendo. Como sanación anímica y corporal.
Seguramente las varas de la camisa con la que pretendo vestirme pasen de once, pero hago esta recomendación porque últimamente me llegan comentarios de que algunos ríos bajan revueltos de aguas. De que algunos patios tienen a sus vecinas en pie de guerra, enfundadas en malla de boatiné, tocadas con yelmo de bigudíes y con el mocho en ristre cual adarga quijotesca. De que hay instrumentos que suenan desafinados en la banda y no son capaces de acoplarse ni a ritmo ni a tono.
Pues, a sabiendas de no ser quién, a todos ellos les recomiendo sólo una cosa: humildad. Porque cuando uno alcanza a saber de sus propias limitaciones, las acepta y convive con ellas, es capaz de conseguir un estado de relajación íntima que calma todas las bilis, renueva humores y construye una sonrisa donde antes hubo rictus. Pero, no sólo debe quedar ahí la cosa, y, haciendo caso a la definición académica, no basta con reconocer y reconocerse sino que se debe obrar conforme a ese conocimiento. Sé que es aquí a donde algunos no llegan y comienzan a fallar. Anclados en su prepotente ignorancia no ven más allá de sus propias narices y se quedan anidados en su soberbio orgullo. Desbordados por las circunstancias huyen hacia delante arrasando con todo lo que está a su paso. Sin darse cuenta, o sin querer dársela, de que pisan a quienes no deben y terminan por agigantar su inútil esfera, alejándose cada vez más de la sencillez de la que, en un principio, con seguridad, hicieron gala. Y, además, se alejan de quienes en otros tiempos estuvieron junto a ellos, volviéndoles la espalda sin explicación. Olvidan que están para servir y se sirven. De todo y de todos. Sordos a las voces que suenan atronadoras en su contra.
Practiquemos la humildad. Sin más. Sin ostentación. Sin necesidad de que nos lo recuerden.
Por intentarlo, que no quede. Humildad... y paciencia.
10 comentarios:
Me has hecho imaginar batas, bigudíes y mochos y no ceso de reir ;-) Menuda batalla de patio de vecindad. Como dices, paciencia, hasta que se amansen las aguas, no por desidia sino por feliz encauzamiento.
Un baño de humildad viene bien, para bajar los humos, para diferenciar prioridades, para saber qué es lo importante y qué no lo es, pero normalmente (lo sé por experiencia) viene acompañado o mejor dicho, provocado, por algo importante que te hace recapacitar....
Pues imagínatelas, Lucano, calvas, barrigonas o con bigote, que es como las veo yo. Seguro que la risa se incrementa hasta la hilaridad.
Marisol, no sé si es algo importante lo que te hace pensar. No sé si el tiempo es algo importante. Lo que sí sé es que cuando se consigue, se ve el mundo de otra manera. Por eso lo recomiendo y, es más, podría poner de ejemplo (para seguirlo) a mi santo favorito, a San Martín de Porres, "el santito", máxima expresión de la humildad, como espejo en que mirarse.
Cordialmente,
Félix
Para que uno se forje como persona es fundamental ser humilde. La prepotencia, la soberbia, no son plato de mi gusto. Uno pude ser un fenómeno en su carrera, trabajo, o como persona pero lo primero, lo primerísimo es la humildad. Pero esta bien, porque nosotros mismo tenemos que parar, recapacitar y hacernos un chequeo, y estoy seguro que nos pasamos. Que catearíamos el examen de humildad y aprobaríamos, con nota sin darnos cuenta muchas veces el de prepotencia y soberbia.
Un abraza muy grande y feliz San Fermín.
Cuánta razón tienes, Jose. Lo que pasa es que para hacerse el chequeo hay que querer. Y muchos no quieren hacérselo, seguramente porque no ven la necesidad. Y no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Cordialmente,
Félix.
Intuyo por dónde van los tiros, pero no sé exactamente de qué nuevo patio de vecinos hablas. Si es el que imagino, más que patio es un gallinero de vecinos que siempre andan sin plumas y cacareando. Inmensa la imagen de las batas de guatiné y los bigudíes.
En cualquier caso, Félix, una cura de humildad nunca le viene mal a nadie. Sabes que a mi la vida ahora me tiene medio castigada y empleo mucho tiempo en pensar en ello. Lo jodido del caso es que hay veces en que sólo el orgullo nos salva. Es, ya sabes, la eterna cuestión: encontrar la justa medida de las cosas.
Un beso.
Que,dificil la mesura, pero cuando la encuentras, que paz y serenidad te queda. No te alteras y ves un horizonte abierto y limpiio de nubarrones, y tu ALMA está tan serena, que levita en una atmosfera llena de color y perfume.
Berrendita, sé que a veces no queda más remedio que humillar. Pero eso no es humildad. Eso es esconder el orgullo porque no queda más remedio. Ciertamente hay que encontrar la medida de las cosas, pero con humildad es más acertada esa medida.
Amigo anónimo, ¡uf! Bonitas palabras para mostrar una sensación. Gracias.
Cordialmente,
Félix
Las sensaciones son dificiles de expresar con palabras, pero es así como lo puedo definir yo.
Anónimo, sigue sintiendo sensaciones. Aunque las palabras no sean capaces de expresarlas siempre te quedarán en el interior. Sin necesidad de contarlas. Y eso es lo que cuenta.
Cordialmente,
Félix
Publicar un comentario