¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


viernes, 20 de mayo de 2011

Palabra

La capacidad analítica de mi cerebro, si es que en algún momento la tuve, es cada día menor. Quizá por eso necesito envolver mis escasas ideas de forma que queden tapadas por las palabras.
Estoy seguro de que tengo poco que decir, pero me gusta decirlo bien. O, al menos, como yo creo que está bien.
Aun así, la necesidad de hacer rápidamente todo lo que me propongo, el aquí y ahora, me obliga a improvisar todas y cada una de las entradas de este diario. Y seguramente ese sea el motivo de la impresión que se desprende de ellas. No repaso y no corrijo (quizá sí alguna falta de ortografía). Así, lo que sale... sale.
Posiblemente me ocurra igual cuando hablo. Las palabras salen por mi boca sin dar tiempo a decidir si cada una de ellas es la más adecuada en el momento, pero no se puede perder la frescura de la improvisación por buscar el término adecuado. No se debe interrumpir la frase para hacerla más correcta, si no más bonita.
Son pocas, muy pocas, las veces que he consultado un diccionario de sinónimos, aunque me reconozco asiduo del diccionario de la lengua de la Real Academia, ese DRAE que a veces ha llegado a ser mi libro de cabecera y que ahora, cuando la tecnología ha sido capaz de permitir su inmediatez, lo llevo en mi ADSL permanente como otros pueden llevar un bolígrafo... ¡Por si acaso!
Porque el uso correcto de las palabras, no sólo para una correcta sintaxis en la construcción de frases sino también para emplearlas conociendo su significado es algo imprescindible de lo que cada día se prescinde más. Esto, sintaxis y semántica, a veces, solo a veces, puede llegar a ser más absorbente que lo que se quiere decir propiamente. Lo suyo sería alcanzar un equilibrio. Inestable equilibrio.
No destaco por mi elocuencia, lo sé, aunque estaría encantado de que así fuera. Pero de ahí a sacar gusto por la pronunciación afectada en mis conversaciones o discursos va un trecho amplísimo. Es más, creo que, quizá por nacimiento, jamás llegaré a pronunciar correctamente, con afectación o sin ella, esta bendita lengua castellana.
Eso sí, lo que tengo más que claro es que a estas alturas, cuando las canas no solo salen en mi alma, me va costar mucho cambiar lo que ya tengo más que arraigado, por más que lo intente; aunque solo sea por costumbre (como el Diablo lo es por viejo).

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