Todavía sigo aquí, recuperando el habitual ritmo tras los excesos navideños. Opulencia adventicia que, por un lado u otro, nos pasa factura aunque le volvamos la cara y le queramos enseñar lo más crudo de nuestra indiferencia.
Sigo aquí, confiado en poder superar los propósitos de comienzo de año, olvidarlos lo antes posible sin ansión y recuperar esa rutina que me ofrece completa seguridad por ser la que he comprobado, con la experiencia del día a día, como más conveniente para mí.
Todavía sigo aquí, visitándome a diario y con el remordimiento en mi conciencia de hacerlo tan de puntillas que apenas dejo rastro. Y aunque todos los días me diga lo mismo: -¡a ver si pones algo nuevo!-, cada vez me cuesta más mantener lo que debiera ser sencillo y, sin embargo, veo por momentos más empinado. O quizá no es que se agudice la cuesta arriba, sino que ha sido así desde el principio y soy yo el que ahora me hago consciente de ello. Porque me doy cuenta de que me quejo y me quejo de esta dificultad, de esta sarna que me horada el alma gustosamente, pero que, a pesar de todo, incido y reincido en ella, dejando de vez en cuando algo de mi interior. Y si desde el principio existía la pendiente, será porque debe ser así. Algo que no necesariamente deba renovarse con frecuencia pero que visitemos rutinariamente para poder comprobar que nada ha cambiado, que todo sigue establemente igual. Para qué buscar otra explicación. Y me asiento confiadamente en esa ausencia de cambios, curándome los temores de enfrentar algo nuevo. Pero de vez en cuando es agradable, si no conveniente, mover las cosas de sitio para sentirlas vivas. Y esto lo digo yo, alguien a quien la rutina acompaña soldada a su sombra. Alguien que cumple escrupulosamente horarios, repite actividades, realiza recorridos, ostenta gestos y mantiene amigos con tal fidelidad que se incomoda cuando algo altera el curso de lo habitual.
Por eso, de cuando en vez, me lío la manta a la cabeza (bueno,... me la lían), y cambio de aires. Me voy a otras tierras a vivirlas como mías y me empapo de acentos que me hacen sentir cómo se me vuelca el corazón. Acentos que, aunque para algunos de los que viven al septentrión del afilado Despeñaperros sólo sirvan para ser elemento consustancial de situaciones chistosas o como parte idiosincrásica de personajes forzadamente graciosos siempre de bajo estrato, me abren los sentidos al azahar que flota permanente en el aire, mientras mi mirada recorre calles y plazas que, por conocidas, siempre me sorprenden en su novedad. Lugares cuyo nombre se pierde entre las entretelas de mi recuerdo. Momentos que revivo en la distante lejanía, cuando los hielos se adueñan de la dorada piedra meseteña, perdiéndome imaginariamente entre Nazarenos y Dolorosas hasta que mis sentidos se embotan de incienso y cera quemada. Perdiendo mi mirada en el Cristo de la mirada perdida, mientras me observa su Madre, la de verdes ojos.
Es este sur que nos atrapa con cantos de sirena que son saetas. Que nos gana mientras nuestros pasos rachean hasta esas tabernas en las que nos sentimos como en casa propia. Que nos deja ser bulla en glorias y penitencias.
Que se nos acerca con una ramita de romero mientras suena de fondo el tintineo de las calesas. Que nos atrapa en su albero mientras los maestrantes se organizan en cofradía de barrio. Que nos acaricia con aromas de feria mientras la Inmaculada sonríe a los Seises.
Que nos alimenta con pringás y chacinas sin envidia de potajes cuaresmales. Que nos acoge en Pureza mientras nos mira curiosa desde la otra orilla. Que hace primavera desde septiembre hasta junio para nosotros. Que nos recorre por dentro mientras la gastamos por fuera.
Es este sur, que unos dicen Sevilla y otros Triana (...que no es igual), al que vuela mi cana cuando se cansa de la fría rutina castellana y al que me acerco cada vez que se me permite para vivirlo con mi gente aunque nuestro acento marque diferencias.
Ahora, todavía sigo aquí aunque envuelto en el sopor de un recuerdo que, por real, aún está ahumado por el salado vapor de los castañeros de Campana. Y me alivia en mi rutina recién recuperada.
6 comentarios:
¡Qué tendrá la dichosa Sevilla que cuando nos acordamos de ella nos ponemos nostálgicos!
Por mucho cansancio que tengamos en el costado nos hacemos ida y vuelta en 1.5 dias sin pensarlo y volvemos más cansados y más felices.
El caso es que me encanta ir a Sevilla aunque siempre esquivando en lo posible a los autoctonos.
¿Hace una escapada?
Felicidades a los placentitos por la festividad de nuestro patrón, San Fulgencio.
B
¡Claro que hace! Beatriz. ¡No me líes!
¿Qué tendrá? Algo inexplicable, que te acoge como si te esperase de toda la vida y consigue que te sientas como en tu propia casa. ¡Eso tiene!
¡Ah! y para oler el azul infinito no cambio mi Chiclana por nada del mundo. Y para toros en compañía, El Puerto. Y...
Cordialmente,
Félix
oleeeeeeeeeeeeee, oleeeeeeeeeeeee oleeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee tu.
Buffffffffff me has dejado las carnes abiertas. Los pelos como escarpias. Que no tendrá Sevilla que con solo recordarla se alegra uno.
No piquéis no piquéis, que me veo allí ya mismo. Félix tienes un lunes y un martes. Venga que nos vamos.
Ya lo veo por la mañana visita santera y a después cañitas, pringaita, chochitos, y toreras. Oleeeeeeeee
Venga sin pensar carretera y manta. Y pa`lante los toreros.
¿¡Cómo que!? Pues claro que sin pensar, Jose. En cuanto podamos nos vamos a respirar aromas de churro en San Lorenzo después de ver al Señor, que no hay que hacerle esperar. Y a pringaítas y lo que se nos tercie. Que nos sobra Sevilla y por eso volvemos.
Cordialmente,
Félix
Joder Félix pero no nos tiramos al ruedo.
Joder, Jose. ¡Pues nos tiramos!
Cordialmente,
Félix
Publicar un comentario