¡Nunca confiaré en los tintes!
Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.


martes, 8 de abril de 2008

Francisco y Guillermo

En el siglo XIV, el fraile franciscano inglés Guillermo de Ockham, fiel seguidor de su fundador San Francisco, deja para la posteridad un principio asentado en una frase: Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem, o lo que es lo mismo: En igualdad de condiciones, lo más sencillo será probablemente lo más correcto. Esta es la famosa Navaja de Occam, aplicada frecuentemente por la lógica popular aun desconociendo que se trata de todo un tratado filosófico acerca de la parsimonia. ¿Qué es más lógico que lo sencillo?

San Francisco buscó y defendió la sencillez. Él quería que cada uno de sus hermanos alcanzase esa «santa sencillez, hija de la gracia, hermana de la sabiduría y madre de la justicia». Y conforme a estos sencillos principios organizó su vida de santidad.

Guillermo dió cuerpo a lo que doscientos años antes su fundador había puesto en práctica. Y práctica fácil. ¿Qué más fácil que lo sencillo?

Muchos han sido, a través de los tiempos, los seguidores de Francisco y Guillermo, aun no llegando a saberse como tales seguidores. Pues existe una tendencia natural hacia la sencillez, hacia lo simple, no por elaboración sino por concepto. Porque además, la sencillez aporta sabiduría. Esa sabiduría popular de la que, con el tratamiento adecuado, los pensadores hacen que adquiera estado de ciencia y pase a formar parte de los cuerpos de doctrina.

Pero... hay un mundo al que no se ha asomado aún el filo de esta navaja. Hay un mundo enrevesado y barroco en el que cuanto más elaboradamente retorcida sea la idea más gusta a muchos. Hay un mundo en el que la sencillez es dejada de lado en favor de estéticas recargadas de dudoso gusto.

En este mundo nuestro, en el que todo gira alrededor de una semana, aun siendo la más santa de todas las semanas, el fraile franciscano tendría poco que hacer a no ser que nos pusiera la navaja en el pescuezo de manera amenazadora. Porque lo que más nos gusta es buscar la complejidad, el barroquismo, la inmensidad de las curvas en conjunción con cuestas y pendientes. Porque, ¿para qué hacer algo sencillo si se puede complicar para que sea más llamativo?

Podría poner abundantes ejemplos, pero creo que quien esto lea sabrá encontrarlos de la forma más sencilla. Porque creo que en casi todas y cada una de nuestras cofradías de Semana Santa podríamos encontrar un ejemplo de cómo la navaja de Occam tiene el filo mellado.

Volvamos a lo sencillamente popular. Hagamos que San Francisco se enorgullezca de nosotros.

5 comentarios:

Lucano dijo...

También es verdad. Que en rizar el rizo no encontramos rival, pero allanar los senderos nos cuesta horrores... Miremos a Francisco, uno de los padres de la criatura. Y a Guillermo.

Félix dijo...

Más que mirar, admirar. Lucidez de mentes cuyas ideas perduraron por los siglos. Seguramente quienes consiguieron permanecer durante más de quinientos años emplearon con profusión esta navaja.
Cordialmente,
Félix

Alberto dijo...

Buscar la belleza de lo sencillo, de aquello que basta con mirarlo para entenderlo y amarlo. Eso es Semana Santa en un arte, pero se puede conseguir.

Un abrazo.

Alberto dijo...

Eso en Semana Santa es un arte, pero se puede conseguir.

Félix dijo...

Belleza de lo sencillo o sencillez de la belleza, sin recovecos que distraigan de lo verdaderamente importante. Siempre el recto es el más corto de los caminos. Entonces,¿por qué nos empeñamos en complicarnos y complicar?
Cordialmente,
Félix