¿Están los blogs en decadencia?
Las redes sociales suben y bajan, mostrando picos tan agudos como los del Ibex.
El Twitter ha pasado a ser la principal fuente de información y difusión de noticias para quienes hace tiempo dejaron de mancharse las manos con la tinta de un periódico diario.
El teléfono ha dado paso a la mensajería instantánea y quien no envía sus cosas mediante WhatsApp apenas es alguien en este nuevo mundo.
Sin embargo, a mí me sigue gustando escribir lo que me surge en cada momento. Aprovechar una libreta o un trozo de papel para dejar constancia de lo que seguramente a nadie mas que a mí interesará. Leer manoseando el papel de las hojas de un libro mientras aún huelen a imprenta y emborronarlas con un lapicero para recordar lo que en su momento me dijeron cada una de ellas.
Sí. Lo sé. No puedo decir que sea el más adecuado para decir lo que acabo de decir, sabiéndome deudor de esta bitácora en los últimos meses. Pero creo que tengo disculpa. Al menos para acallar mi propio malestar. Ese que me rasca el estómago de vez en cuando, mientras dedico mi tiempo a menesteres más prosaicos.
Hemos pasado, yo y los míos, por la odisea de construir y habitar nueva vivienda y estoy seguro de que si Homero hubiese programado para Ulises algo cercanamente similar, ¡le habrían sobrado los veintitrés cantos restantes de su poema!
Han sido meses con la cana metida en una caja de cartón almacenada en un sótano. Meses en los que la falta de aire la ha ido debilitando como aquellas plantas que se dejan de regar por olvido y al cabo del tiempo, aunque quisiéramos reparar el daño jarreándolas con más agua de la que hubieran necesitado, somos incapaces de sacar adelante. Ahora, cuando, por fin, saco a esta cana de mi alma de su encierro, a veces olvidado encierro, la veo amarillenta y quebradiza. Macilenta por falta de cuidados. Pero me resisto a verla agonizar aun sintiéndome único responsable de su estado. No quiero que ninguna angustia ahogue lo poco que todavía sigue vivo en ella y me veo llenando el cántaro con el que anegaré de las necesarias aguas hasta el más íntimo recoveco de la caja que la ha guardado, confiando en que aún haya remedio. Voy a revivirla aunque para ello tenga que darle un nuevo espíritu; un nuevo sentido menos amargo para volver a hacer de ella el baluarte que nunca debió dejar de ser.
Se me han gastado mis semanas santas; he perdido trenes a los que vi pasar mientras era incapaz de abandonar el andén; me hago viejo con nuevas agonías... pero quiero que la cana resurja y, ¡ahora sí!, el compromiso es real. Claramente real y por derroteros diferentes.
Han sido meses de ideas sin plasmar que acabaron por perderse, de una desidia indolente a la que, aunque lo intento, no soy capaz de encontrar una explicación que me convenza. Por ello, porque desconozco las razones, quiero dar un vuelco y renovar todo lo amarillento de mi cana, con la esperanza de que esta poda de invierno sirva para reforzarla a pesar de que, como si de mi primera entrada se tratase, la maldita próstata siga recordándome que habrá partes de mí que nunca podré rejuvenecer.
Y mientras, cuando aún guardo mis tesoros materiales más preciados en precintadas cajas de cartón, me paso cada vez que puedo a visitar a mis amigos de Facebook, me mantengo al día gracias a Twitter, visito páginas y más páginas recomendadas por búsquedas aleatorias en Google y sigo paseándome por los blogs de mis amigos. Blogs que se renuevan con la madura periodicidad que han conseguido a fuerza de días y días. Blogs cada día más lentos en su actualización pero mucho más profundos en sus contenidos. Blogs que se mantienen no a flote, sino pujantes como adolescentes de hormonas efervescentes, aunque hayan alcanzado una edad en la que lo que se dice es mucho menos pero mucho más intenso. Y sí, paseo por todos esos espacios personales que recomiendo, como desde siempre, en la izquierda de mi propia página. O en la derecha, que ya no alcanzo a recordar cómo la dejé tras la última reorganización, ya obsoleta. Y sí, a veces vago por los recuerdos de aquellos otros que sucumbieron a las personales hecatombes de sus dueños, pues mantengo dulces recuerdos de todos y cada uno de ellos. Y descubro nuevas bitácoras cada día. Páginas en las que sus amos analizan el mundo para mantenerme informado, me completan con nuevas exquisiteces culinarias, me mantienen al día en cualquier afición por inimaginable que esta sea, me abren su alma en la poesía de sus palabras, me animan a leer libros virtuales (¡esto sí que es un oxímoron!) recomendándome sus propias lecturas, me muestran la belleza de lo que nos rodea en sus fotografías, me conectan con lo más recóndito, me..., me...
Entonces, ¿están los blogs en decadencia?
Rotundamente, no. Pasarán crisis, físicas o de identidad, pero todos ellos mantienen la llama de sus inicios y se conservan como cuadernos en los que el paso del tiempo lo único que hace es rellenar nuevas páginas. Páginas que siempre tendrán algo que decir.
Seguiré fiel, entonces, a los blogs y a sus autores, mis amigos. Seguiré fiel, entonces, a este blog aunque evolucione, aunque no sea capaz de blanquear completamente lo que un día fue fresco. Porque siempre habrá algo que decir.
Han sido meses con la cana metida en una caja de cartón almacenada en un sótano. Meses en los que la falta de aire la ha ido debilitando como aquellas plantas que se dejan de regar por olvido y al cabo del tiempo, aunque quisiéramos reparar el daño jarreándolas con más agua de la que hubieran necesitado, somos incapaces de sacar adelante. Ahora, cuando, por fin, saco a esta cana de mi alma de su encierro, a veces olvidado encierro, la veo amarillenta y quebradiza. Macilenta por falta de cuidados. Pero me resisto a verla agonizar aun sintiéndome único responsable de su estado. No quiero que ninguna angustia ahogue lo poco que todavía sigue vivo en ella y me veo llenando el cántaro con el que anegaré de las necesarias aguas hasta el más íntimo recoveco de la caja que la ha guardado, confiando en que aún haya remedio. Voy a revivirla aunque para ello tenga que darle un nuevo espíritu; un nuevo sentido menos amargo para volver a hacer de ella el baluarte que nunca debió dejar de ser.
Se me han gastado mis semanas santas; he perdido trenes a los que vi pasar mientras era incapaz de abandonar el andén; me hago viejo con nuevas agonías... pero quiero que la cana resurja y, ¡ahora sí!, el compromiso es real. Claramente real y por derroteros diferentes.
Han sido meses de ideas sin plasmar que acabaron por perderse, de una desidia indolente a la que, aunque lo intento, no soy capaz de encontrar una explicación que me convenza. Por ello, porque desconozco las razones, quiero dar un vuelco y renovar todo lo amarillento de mi cana, con la esperanza de que esta poda de invierno sirva para reforzarla a pesar de que, como si de mi primera entrada se tratase, la maldita próstata siga recordándome que habrá partes de mí que nunca podré rejuvenecer.
Y mientras, cuando aún guardo mis tesoros materiales más preciados en precintadas cajas de cartón, me paso cada vez que puedo a visitar a mis amigos de Facebook, me mantengo al día gracias a Twitter, visito páginas y más páginas recomendadas por búsquedas aleatorias en Google y sigo paseándome por los blogs de mis amigos. Blogs que se renuevan con la madura periodicidad que han conseguido a fuerza de días y días. Blogs cada día más lentos en su actualización pero mucho más profundos en sus contenidos. Blogs que se mantienen no a flote, sino pujantes como adolescentes de hormonas efervescentes, aunque hayan alcanzado una edad en la que lo que se dice es mucho menos pero mucho más intenso. Y sí, paseo por todos esos espacios personales que recomiendo, como desde siempre, en la izquierda de mi propia página. O en la derecha, que ya no alcanzo a recordar cómo la dejé tras la última reorganización, ya obsoleta. Y sí, a veces vago por los recuerdos de aquellos otros que sucumbieron a las personales hecatombes de sus dueños, pues mantengo dulces recuerdos de todos y cada uno de ellos. Y descubro nuevas bitácoras cada día. Páginas en las que sus amos analizan el mundo para mantenerme informado, me completan con nuevas exquisiteces culinarias, me mantienen al día en cualquier afición por inimaginable que esta sea, me abren su alma en la poesía de sus palabras, me animan a leer libros virtuales (¡esto sí que es un oxímoron!) recomendándome sus propias lecturas, me muestran la belleza de lo que nos rodea en sus fotografías, me conectan con lo más recóndito, me..., me...
Entonces, ¿están los blogs en decadencia?
Rotundamente, no. Pasarán crisis, físicas o de identidad, pero todos ellos mantienen la llama de sus inicios y se conservan como cuadernos en los que el paso del tiempo lo único que hace es rellenar nuevas páginas. Páginas que siempre tendrán algo que decir.
Seguiré fiel, entonces, a los blogs y a sus autores, mis amigos. Seguiré fiel, entonces, a este blog aunque evolucione, aunque no sea capaz de blanquear completamente lo que un día fue fresco. Porque siempre habrá algo que decir.
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