Por fin acabé mi carta a los Reyes Magos y, ahora, cuando sólo me queda firmar, me doy cuenta. ¿Qué hace un republicano convencido escribiendo a la monarquía? ¡Vaya contrasentido!
Pues que quieres que te diga. No es que me incomode. En absoluto. Ante la alternativa de realizar la petición de deseos a Papá Noël (menos regio, bien cierto), creo que me merecen más confianza los Magos orientales. Son como... qué se yo, como más castizos. Son, a pesar de la lejanía de su origen, gentes de confianza, gentes de casa, buenas gentes. Y por eso, o quizá aprovechando esta disculpa, no tengo reparos en escribir mi carta a estos Reyes sabios, pues tengo la certeza de que son los que, desde que mi razón es consciente, han sido portadores de alegría y cariño, aunque no hubiese nada más.
Y sí. Sólo me queda firmarla, pues el texto está completo y, además, tan meditado que no me vería capaz de cambiar ni una sóla coma.
Humanamente egoísta, he pedido para mí. Porque a los Reyes hay que pedirles de forma personal, individualizada, aunque casi todas las peticiones se repitan. Porque esto va por modas. Y todos sucumbimos a la moda para igualarnos en nuestras cartas a los Magos. Aunque, hay cosas que, incluso siendo moda, no van a estar entre mis peticiones. No. Por supuesto que no he pedido la paz en el mundo, ni el fin de la pobreza, ni siquiera por la estabilización climática. Eso lo dejo para jovenes aspirantes a reinados más terrenales; a efímeras monarquías de la belleza en las que la reina es reemplazada cada año. Bellas mujeres cargadas de sentido común pero obligadas a ridiculizarse en beneficio de una estética mal entendida. Porque por tradición, una mujer bella debe ser imbécil. Y así será mientras nadie haga por cambiarlo.
Mi carta es más tradicional. Mis deseos son más de andar por casa. Mis peticiones son altruistamente egoistas. En estas solicitudes como siempre, y en primer lugar, los mios. Bueno, las mias. Expresivas cariátides que soportan, con esfuerzo, hercúleo esfuerzo, mi cotidianeidad. Mi día a día, mi monotonía, mi ausencia de grises. Para ellas no pido, sino que me las pido. Así, sin más. Pues no necesito más. Sólo que estén y sean.
También me acuerdo de los más cercanos. Amigos. Con los que comparto Pasión y esperanzas. Corazones cofrades durante todo el año. Amantes de una devota tradición secular. Mantenedores de un espíritu incomprensible si no vives el misterio. Para todos ellos, y son muchos, sólo he pedido rutina y monotonía. Sólo deseo que nuestros días sigan como hasta ahora. A pesar de los cambios. A costa de las renuncias. Sobre los enfrentamientos... Que nuestra amistad siga fuerte. Tan fuerte.
También me he acordado de mi Semana Santa. Vocación solitaria compartida con multitudes. He intentado pedir. He intentado desear. He intentado... Pero eso no son sino imposibles. Hasta para los Reyes Magos. ¿Por qué comprometerles sabiendo del fracaso de antemano?
Sólo me queda firmar. Lo demás ya está escrito. Ahora, mientras dedico estas últimas horas antes de su llegada a sacar brillo a mi mejor par de zapatos, me doy cuenta de por qué sigo fiel a esta tradición. Porque disfruto recordando. Porque disfruto viviendo estos momentos. Porque, sin la Epifanía, no tendrían sentido estas fiestas. Porque es rememorar todo lo que de niños nos queda. Y parece que todavía es mucho. A pesar de las canas.
Y habrá quienes, todavía, digan que no existen. O peor aún, que son los padres... ¡Si supieran!
¡Ah! Y ahora, corriendo a dársela a un paje.
1 comentario:
si esta foto no tiene 4 ó 5 años no tiene ninguno papá!!
.M
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