Lo único que consiguen es engañarme mientras los demás siguen viendo mi interior.
miércoles, 31 de diciembre de 2008
Argonauta
lunes, 29 de diciembre de 2008
Buenas intenciones
viernes, 19 de diciembre de 2008
Es Navidad
sábado, 13 de diciembre de 2008
Volviendo atrás
viernes, 12 de diciembre de 2008
12 de diciembre
No es que no haya nada que decir, sino que hay momentos o periodos en los que se me contraen los dedos, se me agarrota el entendimiento y no soy capaz de dejar aquí todo lo que, en un momento u otro, me anda rondando la cana en los lugares más imprevistos.
En los últimos tiempos ha habido multitud de temas con posibilidad de generar un comentario. Sin ir más lejos, aunque hubiese pecado de falta de originalidad, lo último que me anduvo por los adentros mentales fue la urgencia fisiológica de evacuación vesical o, lo que es lo mismo, las prisas imperiosas para correr hacia algún lugar en el que desalojar la vejiga sin tener que mearse encima, y cómo el cañón de un arma en la cabeza relaja esfínteres haciendo de este proceso algo incontrolable en valientes que, cuando están del otro lado de la pistola, no permiten a su victima ni orinarse encima, pues acaban con ella a traición y por la espalda. Y no sería original porque ya ha sido tema tratado por distintos analistas en diferentes medios, escritos y hablados, en los últimos días. Pero, además, debo recordar que en mi primera contribución a este irregular "diario", ya tenía en mente la presión que la glándula prostática ejerce sobre su entorno y cómo esto obliga a la búsqueda de mingitorio de forma precipitada. Y esto, sólo por poner un ejemplo, pero había más. La muerte en la búsqueda del amor. El adoctrinamiento por la eliminación de la doctrina. La sesgada memoria en la histórica mente de algunos... y tantos más. Aún así, ninguno de ellos ha tenido fuerza suficiente como para que dejase aquí mis impresiones.
Pero hoy, 12 de diciembre, no podía dejarlo pasar. Aunque la escasez de tiempo o de ganas, que en el fondo viene a ser lo mismo, me mantengan alejado de esta bitácora más de lo deseado. No. Hoy, 12 de diciembre, debo cumplir un compromiso que, en lo más íntimo de mi virtualidad, adquirí hace un año. Bueno, algo menos, pues mi compromiso nace el mismo día en que muere el año. En todo caso, semana arriba semana abajo, el compromiso existe y no renuncio a cumplir con él.
Un día como hoy, 12 de diciembre de hace ya un largo año, dejó este mundo y toda su parafernalia mi amigo Luis. Seguramente el mejor amigo que jamás soñé, aunque no quisiera con esto rebajar el valor de aquellas otras amistades que a lo largo de mi vida he compartido, comparto y seguro compartiré. Pero ninguna como la suya.
Y, en este último año, han sido muchos los momentos en que su espíritu me ha rondado para acompañarme. Han sido muchas las ocasiones en las que mi recuerdo ha sido para él y para su ideal. Han sido numerosas las actividades que, si hubiera seguido aquí, sé que habría comentado en su interés por mantener viva la Semana Santa salmantina. Porque, aunque en algún momento me comprometí a ser la voz que continuara su labor, no he sabido mantener el estandarte suficientemente elevado y me he dispersado por otros caminos que, frecuentemente, han discurrido de forma completamente divergente con el que él tenía planteado.
Durante este año sé que han sido muchos los asuntos cofrades que Luis hubiera gustado plasmar en su bitácora y que yo, como compromisario, debiera haber materializado. Pero seguramente un mal entendido pudor me atenazaba cada vez que intentaba tomar su pluma y tocar cualquier tema que él hubiera manejado con habilidad.
Sé que él habría hablado de cofradías y cofrades; de actos y procesiones; de juntas y bases; de ilusiones y decepciones; de tallas y pasos; de pasión y gloria; de nuevos y viejos... Pero cada vez que yo intentaba recuperar su memoria, el nudo corredizo de una áspera soga se cerraba alrededor de mi blanca cana, impidiéndome cualquier actividad más allá del cariñoso recuerdo.
Él hubiera podido hacer un repaso de nuestra semana más querida y disfrutada. Hablar de nuevas tallas y de su calidad. Entrometerse en el diseño de recorridos absurdos. Alabar las mejoras que todos disfrutamos gracias al interés de algunas cofradías por superarse día a día. Recordar los siempre olvidados acuerdos para los actos y procesiones del Viernes. Proponer nuevos pregoneros aunque fuese gritar en el desierto. Y, sobre todo, volver a la carga con esa Junta de Cofradías que sigue igual que cuando él estaba. Nuevas y viejas caras, pero siempre su Semana Santa.
Yo he sido incapaz de hacer nada siquiera parecido. Me perdí por otros vericuetos. Pero, sin dudarlo ni un momento, he sido fiel a su recuerdo. Por eso, hoy tenía que decirlo. Hoy debía hacer presente la memoria de mi amigo. Por eso hoy dejo aquí este recuerdo que quiere ser homenaje a su memoria.
Descanse en paz.
martes, 25 de noviembre de 2008
Bicentenario
martes, 18 de noviembre de 2008
Empanada
Al tiempo, calladamente, robándole horas a lo nuestro, el sereno de la noche se encarga de limpiar la carne. De eliminar el exceso de sal para que caiga sobre la tierra y dé su fruto. Amistad en brasas alrededor de un puchero. Complicidad bullendo poco a poco, a fuego lento, con todo el cariño que permite el cansancio de unas agotadoras jornadas previas, junto a las llamas alimentadas por las charlas animadas sin más hilo conductor que el que el momento quiere poner.
Dulces casadiellas, de la España nunca conquistada, para endulzar mi cana, mi estómago y mi alma. Nuestras almas. Aromas de nuez también amasada. Dulce ambrosía que nos atrapa desde el momento en que asoma, obligándonos a olvidar la conversación y haciendo que se pierdan nuestros sentidos, buscando el arco iris con los ojos cerrados.
domingo, 9 de noviembre de 2008
Mala tarde
El fuerte retortijón que removía sus entrañas seguía haciéndole sudar mientras se había tumbado sobre la tierra, a la sombra de esa higuera que conocía de toda su vida; la única sombra que había en todo el pequeño arapil en el que estaba el huerto. Desde su posición buscaba, pero no fue capaz de encontrar el sentajo que siempre estuvo allí, junto al botijo y el bieldo. Ya habían vuelto los muchachos a rondar por allí y seguro que se lo habían llevado a la guareña grande donde, desde siempre, se habían pescado las mejores sardas de la comarca. ¡Esos chavales, siempre ciscando!
De repente, comenzó a pintinear. Suaves gotas que se mezclaban con el helado sudor de su cuerpo. Ya en ese momento, él sabía que no iba a quedar ahí la cosa, pues las ovejas estaban todas apeguñadas en el aprisco y la experiencia le decía que eso era señal de aguas recias.
No tardaron mucho las nubes en soltar mantas de agua que caían sobre la tierra sin que ésta tuviese tiempo de engullirla en sus entrañas. El cielo descargó una estruendosa tormenta y, en un momento, todo quedó enchaguazado y él, a pesar de haberse cubierto con un robusto capote portugués (¡menudo faldumento!) estaba completamente engarañado por el frío que le dejaba la humedad y por los dolores que aún punzaban todas sus tripas sin que pudiese poner remedio. Así, en medio de un barrizal, tirado en el suelo y envuelto en el sucio capote que no dejaba ver casi nada de su cuerpo, parecía como si una banda de maleantes le hubiese tangueado inmisericordemente. Apenas podía moverse, pero su cabeza no hacía más que dar vueltas. Se le mezclaban los recuerdos de la infancia, como si su vida estuviese escapándosele del cuerpo, con la realidad del momento. Tenía que moverse. Debía incorporarse y poner a salvo los pimientos y los tomates que había recogido, no fueran a empocharse con la humedad de las aguas caídas. Tenía que conseguir llevarlas al chicorzo que servía de resguardo a los aperos, en el que había levantado un pequeño estaribel donde podría poner las hortalizas a resguardo de las aguas.
Como pudo, con un esfuerzo que para él pareció sobrehumano, consiguió incorporarse. Todavía sentía dolores por sus adentros, pero estos eran menores y ahora parecían soportables. Parecía que la cosa iba a menos, pero no olvidaba que hubo un momento en el que las punzadas eran tan intensas que llegó a creer que se le había estrumpido alguna tripa. Menudo engarrio hubiera sido si de verdad se le hubiera roto algo por dentro, sin nadie a quien acudir en busca de auxilio. Y así, con el poco espelde que le permitían los dolores, logró alcanzar la puerta del chamizo. Al intentar abrirla se dió cuenta de que estaba medio entoñada en la tierra y que no cedía a su impulso. Empujó una y otra vez, a pesar de estar casi desmayado por los dolores, hasta que la puerta cedió. Sólo consiguió que se abriese en parte, pues en ese momento quedó esguadramillada, fuera de sus goznes y completamente inválida para volver a ejercer su función. En cuanto se abrió, una bocanada de rancio aire salió del interior y se agarró a su olfato invadiéndolo con tanta vehemencia que se le vinieron a juntar con los retortijones unos fuertes vahídos que casi le llevan hasta el desmayo. -¡Menudo fato!, pensó-.
Nada más entrar, a tientas pues la tarde se había oscurecido como boca de lobo, agarró un cabo de vela y un chisquero que siempre estaban allí en previsión de estas situaciones. Prendió la mecha del codal y la luz que desprendía le dejó ver el interior. Las patas del estaribel sobre el que pensaba colocar las hortalizas habían cedido bajo el peso de todo lo que el tiempo había ido acumulando en su tablero. Tendría que hacer algún chaperón para que volviese a quedar medio asentado. Buscó y no encontró nada a lo que poder dar uso. Se tentó los bolsillos y comprobó algo que sabía de antemano: Sólo tenía una cheira de afilado borde. Sería ésta la herramienta que utilizaría.
Comenzó a trajinar con la navaja intentando aflojar uno de los tornillos de la pequeña tarima. Aquél, oxidado por el tiempo, no cedía a los movimientos de la navaja. Él insistía y el tornillo se obcecaba en no moverse. En un momento, sin apenas enterarse, la navaja había resbalado y, veloz, fué a encontrarse con la carne de su pierna. Atravesó el pantalón dejando marcada una profunda javetada de la que manaba la sangre profusamente. -¡Menuda jera me he preparado!- se dijo, mientras intentaba atajar la hemorragia haciendo presión con unos paños sucios que había cogido del suelo. Cada vez estaba peor. Dolorido por dentro, entumecido por el frío y, ahora, además, cubierto de sangrientos cuajarones. Pero no se iba a rilar. Él, charro lígrimo, jamás cedía ante las dificultades. Y esta vez no iba a ser menos.
Como pudo, abandonando todo y abandonándose a la inconsciencia que le hacía moverse sin sentir el dolor, consiguió salir al camino y esperar, con suerte, la llegada de algún viajero. No fue mucho lo que esperó. Un arriero con una pareja de mulas tordas acertó a pasar por allí y, al verlo hecho un verdadero ecce homo, se detuvo, se apiadó de Andrés cual buen samaritano, y se hizo cargo del moribundo izándolo sobre una de las mulas. La menos falsa.
En poco tiempo habían alcanzado las primeras casas del pueblo, entre las que estaba la de don Tomás. Era don Tomás el médico que había atendido a todos en el pueblo desde que se podía recordar. Partos y torceduras, panadizos y catarros, incluso mal de ojo y otros encantamientos. No había enfermedad que el bueno de don Tomás no acertase a diagnosticar y poner remedio. Y, en casos como éste, su intervención siempre era acertada. Limpió al herido, calmo sus dolores y cerró la grieta del muslo. -¡Vete a casa y descansa! Que ya no eres un niño y cada día estás más rorro- le dijo mientras una amable sonrisa asomaba a su cara.
Andrés, recostado en su cama, entre las limpias sábanas blanqueadas al oreo entre las zarzas de junto al regato, le contaba a don Alberto, el maestro zamorano recién llegado al pueblo, cómo había visto pasar su vida por delante de los ojos. Y lo hacía, inconscientemente por supuesto, con sus propias palabras. Con ese lenguaje que había utilizado toda su vida y que habían utilizado los suyos en todas sus vidas, sin caer en la cuenta de que Alberto, el joven maestro de escuela, venía de otras tierras en las que otras palabras eran las que contenían los significados de las cosas.
Y así, poco a poco, iba narrándole su peripecia. Cada vez más en un duermevela que, en el silencio de la alcoba, abrió su alma a la profundidad de los sueños que sólo dejaban ver, en su rostro, la placidez de tener mitigados sus dolores.
sábado, 8 de noviembre de 2008
De la A a la Z
lunes, 3 de noviembre de 2008
Martín
miércoles, 29 de octubre de 2008
Fieles a los difuntos
lunes, 27 de octubre de 2008
Un recuerdo perdido
Él siempre se consideró un hombre de ideas. Un hombre cargado de ideas, con una mente repleta de ideas. Y, por ello, desde siempre quiso compartirlas con el resto lanzándolas a los cuatro vientos a pesar de lo desconocido. Cada día amanecía con un bullicio interior que le obligaba a liberar todo lo que su cerebro había fabricado durante la noche para poder, siquiera, atenuar esa presión que sentía cómo le golpeaba intensamente las sienes nada más abrir los ojos. Todos sus sueños tenían que cobrar vida, en el papel, para poder dejar espacio a los que vendrían inexorablemente cada una de las noches del resto de sus días. Frases, palabras, imágenes, sonidos… Todo salía en estruendosa explosión a través de sus dedos y manchaba continuamente cientos de cuartillas que el tiempo, de forma casi inmediata, se encargaba de desparramar por todos los rincones visitados por Samuel. En cada lugar, en cada momento, siempre había una idea que quedaría como huella, seguramente deleble aunque él lo desconociera, de su paso por ese lugar y en ese momento. No había superficie a respetar. Paredes y muros, puertas de retretes, papeles de estraza con restos de haber rodeado algo que se compró, vagones de mercancías, folios y espacios electrónicos… todo servía para su propósito de darse a conocer, de dejar sus palabras a disposición de quienes quisieran recogerlas.
Así, poco a poco pero tumultuosamente, Samuel fue agotándose en sus sueños. Y cuando quiso darse cuenta, su mente se había agostado. Se quedó sin nada que decir. Dejó de regalar sus palabras a quienes ya se habían acostumbrado a recogerlas de forma inconscientemente habitual. Se buscó por dentro y vió que ya no le quedaba nada. Lo había dado todo y estaba hueco en su interior. No pudo encontrar la forma de recuperarlo. Todo estaba perdido. Regalado. Y quiso llorar, pero no recordaba cómo, pues también eso lo dejó en una servilleta de papel junto a un recuerdo.
Vacio, salió en busca de ayuda, pero sólo encontró muros pintados con frases, para él inconexas, cuyo significado conocía pero no recordaba.
Nunca más se volvió a ver un garabato en la pared del aseo en el que Samuel dejó su alma.
Nadie recordó a Samuel, a quien ya sólo acompañaba ese cartón de vino en el que nunca dejó impronta escrita. Ganó barba y perdió peso. Se cubrió de mugre y harapos que encontró junto a un carrito de supermercado en cuya barra alguna vez hubo algo escrito. Cruzó el camino y se perdió sin recordar lo que andaba buscando.
viernes, 17 de octubre de 2008
Recambio cofrade
martes, 7 de octubre de 2008
Rosario
No es que a mí me afecte demasiado. Es más, me gusta la lluvia. Sobre todo en estos días otoñales en los que aún no se ha instalado el frío invernal dentro de los cuerpos y el contacto del agua con la tierra da lugar a olores que sugieren mil y una estampas.
Pero, a pesar de todo, en un día como este, el que llueva no genera sino incertidumbres y disgustos a todos los que se han implicado en sacar adelante un compromiso. Aguas que arrastran tras de sí, aun cayendo suavemente, ilusiones y esfuerzos. Porque son muchos los que mantienen la ilusión de cubrir su cabeza con la arpillera y otros, quizá menos, quienes han dedicado tiempo y esfuerzo, aparte de ilusión, para que todo esté en perfecto orden.
Llueve, seguramente, para que todos ellos, al menos en esto, estén de acuerdo. Porque estas contrariedades consiguen lo que no logran las buenas intenciones: poner de acuerdo a todos los que participan del acontecimiento.
Llueve, seguramente, para que todos veamos que nada depende de nuestra decisión y que siempre se presentarán imponderables que se nos escapan de las manos. Y los que han dedicado su esfuerzo para tenerlo todo a punto, olvidarán las críticas, infundadas cuando se hacen desde la comodidad del exterior, y se lamentarán pensando que todo fue vano. Se preguntarán ¿por qué no salen las cosas como se habían previsto? Debiendo doblegarse ante lo irremediable. Pero, en el fondo, estarán orgullosos de haber cumplido. Se sentirán con ese bienestar interior con el que se recompensa su trabajo.
Llueve, seguramente, para que los que tenían que trabajar dando continuidad a los que ya han cumplido, acepten humildemente su condición costalera y, sencillamente, en la intimidad de un claustro que desborda belleza por cada una de sus cuatro calles, acepten mostrar su esfuerzo sólo a unos cuantos, porque no habrá sitio para más; sin ruidos ni excesos, porque aquí no serán necesarios.
Llueve, seguramente, para que todos, en nuestro interior intentemos ser capaces de apartar todo lo que nos separa y, unidos en la reflexión a través de la oración, reconozcamos nuestra insignificancia, olvidemos nuestras envidias y reconozcamos la valía de los que nos rodean. Seamos capaces de otorgar a cada cual lo que le corresponde.
Llueve. ¡Disfrutemos del rosario!
lunes, 29 de septiembre de 2008
29 de septiembre
Lo tenía todo preparado para que este día fuese algo especial desde el principio y este catarro traicionero del veranillo de San Miguel está intentando fastidiarnos el aniversario. ¡Pues no lo va a conseguir!
¡Muchas felicidades! Para tí. Para mí. Para nosotros.
Son tantos los años que hemos disfrutado en compañía que casi he olvidado desde cuándo. O, mejor dicho, es como si nunca hubiésemos estado alejados uno del otro. Tanto tiempo, que nos hemos hecho el uno al otro, fundiéndonos sin solución de continuidad. Tantas cosas juntos que no soy capaz de imaginar qué hubiera sido sin verte a mi lado día tras día.
Esos amores infantiles, por los que nadie da cuatro perras, fueron para nosotros la firme base de lo que hoy tenemos. ¡Eso sí que es suerte! Acertamos a la primera. Porque desde la primera, hemos ido haciendo nuestros días cada vez mayores y mejores. Hemos alcanzado un punto en el que me parece imposible pensar en el retorno. Porque sólo nos queda mirar hacia delante. Porque nuestro futuro es esta unión que acrecentamos cada día que pasa.
Y me veo jugando a la máquina de pin-ball, uno a cada lado, con mi brazo derecho cubriendo temerosamente tus hombros por primera vez. Abrigo largo y pelo corto. Y tu sonrisa. Siempre tu sonrisa. Conmigo y para mí. Me veo junto a tí, paseando, estudiando, acampando, cantando, bailando, desfilando,... Siempre junto a tí.
Estos amores maduros que nos sirven de apoyo para los reveses del momento y de alegría siempre. Y me veo contigo, educando, paseando, aprendiendo, enseñando, disfrutando,... Siempre junto a tí.
¿Y, qué nos queda? Mucho. Aún nos queda toda la vida. Y me veo al amor del brasero, apoyado en el bastón que necesito para este maldito reúma. Protestando, con un mal genio fingido, por todo lo que hay a nuestro alrededor. Intentando oir, a pesar de la dureza de oído, noticias que me permitan seguir unido a este mundo. Y allí, siempre a mi lado, en la camilla y soportando mi genio, junto al televisor y esperando noticias de nuestra hija, siempre tú. Cubriéndolo todo para no dejarme solo. Porque sabes que te necesito. Siempre.
Me veo y te veo. Juntos, porque no soy capaz de imaginarnos por separado. Porque se me pierde la memoria y no sé si algún día estuve solo. Porque no me alcanza la memoria y no veo ninguno de los días que me quedan en soledad. Sin tí.
Sabes que había más, pero eso quedará guardado en el cajón de los invisibles. Porque tú te mereces estrenar y eso ya llevaba demasiado tiempo en el armario como para oler a nuevo. Esto es más sencillo, pero de estreno.
Por eso, felicidades y un beso.
Nada más. Con esto me sobra.
jueves, 25 de septiembre de 2008
Una fábula
...
LA ALFORJA (Félix Mª de Samaniego. Libro quinto, fábula XX)
En una alforja al hombro
llevo los vicios,
los ajenos delante,
detrás los míos.
Esto hacen todos;
así ven los ajenos,
mas no los propios.
martes, 16 de septiembre de 2008
Primeros pasos
viernes, 5 de septiembre de 2008
A partir de hoy
miércoles, 27 de agosto de 2008
Hogar
lunes, 11 de agosto de 2008
Día de Arte
jueves, 7 de agosto de 2008
Vacaciones
lunes, 4 de agosto de 2008
De verano
¡Que no! ¡Que no es eso! Lo que pasa es que, mientras mi cana anda por los Mares del Sur raptada por embriagadores cantos de bellas sirenas y aprendiendo de negros corsarios las artes de la navegación para poder pasear con la cabeza alta por el pantalán del puerto mallorquín sin desmerecer a sus habitantes habituales, yo ando por aquí, aún por aquí, poniendo el cogote a favor de sol y recorriendo los secarrales del septentrión ibérico para recordarme que, aunque vago por principio, de cuando en vez tengo que justificar el salario que el estado dedica a mi manutención.
Esta disociación cana-cuerpo es la que está condicionando la falta de ideas para rellenar los huecos que cada jornada van siendo mayores en esta página de irregular trazado. O no encuentro argumentos para elaborar algo mínimamente digerible o, cuando el argumento existe, me provoca tal estado de irascibilidad que prefiero dejarlo para mí solo y no descargar mi furia ante quienes entran aquí a pasear plácidamente sin necesidad de tener que sortear cardos e improperios. Porque en estos últimos días lo único que me hubiera movido a lanzarme a esta arena habrían sido noticias como la de la liberación del diablo, la de las avestruces que hemos enviado a visitar el mayor país del planeta o, por aquello de la afectación local, el desprecio, secular diría yo, al que estamos sometidos por tierra, mar y aire. Porque nadie negará que el tal De Juana sea el diablo, o que estamos escondiendo la cabeza bajo el ala al no querer ver cómo en China llevan tiempo incontable riéndose de la Carta Olímpica y lo seguirán haciendo, o cómo en esta ciudad, a la que quiero irremediablemente, estamos perdiendo trenes, autovías y aviones con la pasividad de todo y de todos. ¡Ah! Y no me olvido de mi pasión, aunque ahora esté sesteando entre los muros calatraveños. ¿No es como para estar desganado?
Y entre las coles mesetarias una lechuga plácida en cada cambio de semana. Sábado de toros y domingo de Semana Santa. Lo de la Fiesta se entiende, pues es ahora su momento. Pero, lo de la Semana Santa… ¡En agosto! ¡Dios mío! ¡Qué locura! Pues sí, toros y nazarenos. Aunque sea en tardes agosteñas cargadas de grados acumulados por las losas de granito de esta Salamanca o al frescor de artilugios acondicionadores que desnaturalizan el aire. Taurinismo en estado esencial que paseará por El Puerto dándonos envidia a los que no podamos presenciarlo y tertulia de velador con la intimidad de un Nazareno puesta sobre el mármol, ¿no es envidiable?