Ciertamente, el pregón que para presentar la Semana Santa salmantina acabo de escuchar, ha versado sobre Semana Santa. Cuatro miradas para los cuatro días centrales de la Pasión: Jueves, Viernes, Sábado y Domingo.
He intentado seguirlo con atención, aunque cada vez que giraba la cabeza para ver cómo don Pedro tomaba notas, me perdía y me costaba retomar el argumento o, al menos, la línea argumental. Vamos, que perdía el hilo.
Seguramente la canosidad de mi alma, el cansancio anímico, hayan sido causantes de la dificultad encontrada para fijar mi atención. Y de verdad que lo he intentado.
El pregonero ya lo advirtió. Iba a ser un discurso litúrgico. Lo que no dijo fue que sería una lección magistral para "profesionales". Ha sido una densa homilía en la que se ha dado un profundo repaso a la liturgia de los días centrales de la Pasión. Ha sido una lección que, lejos de catequizar, se ha perdido en hondas citas de sesudos pensadores. Textos difíciles que, a los que como yo carecemos de la formación adecuada, se nos perdían entre los huecos que iban dejando los dificultosamente disimulados bostezos.
Porque no ha sido, y me duele decirlo, un pregón cercano. No ha sido, y me duele decirlo, un pregón para esa Semana Santa popular a la que pertenecemos. No ha sido un pregón para los cofrades, para aquellos que en estos días viven pendientes de pasos, imágenes y procesiones.
Ha sido una reivindicación de la liturgia para un pueblo, dejando de lado al propio pueblo. Ha sido un discurso absolutista pensado para las gentes pero sin ellas, sobrevolándolas. Y las palabras han sido perfectas por su elaborada redacción y búsqueda de elementos, pero creo que no han sido pronunciadas en el lugar adecuado. Es más, incluso en la entonada lectura de los textos se me desfiguraba el pregonero.
Me duele porque esperaba algo diferente. Porque el pregonero, firme defensor de la piedad popular, de nuestra tradición, persona cercana a cofrades y cofradías, ha dado la impresión de desentenderse de esta porción de la Semana Santa para impresionar sólo a algunos asistentes de las primeras filas. Y no a todos ellos. Porque los cofrades, incluso los que hemos asistido a los cursos de formación, esperábamos otra cosa. Algo más cercano, más nuestro. Esperábamos que, al menos, en el discurso hubieran salido palabras tan usadas por nosotros como cofradía, procesión, paso, imagen, devoción o... Semana Santa. Y salvo estas últimas, pronunciadas en no más de media docena de ocasiones, las demás han quedado ocultas en las interlíneas de las dobladas cuartillas.
Y, para colmo de males, una deficiente organización, con una presentación del pregonero en la que, como siempre, el presidente de la Junta de Cofradías, salpicó sus orines fuera de la bacinilla. Porque, al igual que el pregonero (o quizá dándole pie), sus palabras han sido pronunciadas en lugar o momento poco adecuados. Seguramente en otros foros hubieran calado con mayor profundidad, pero en un pregón de Semana Santa, hablar de máquinas trituradoras de carne... ¡churras y merinas!
Si hasta el coro me ha parecido que cantaba habaneras.
Seguro que no era mi día y por eso se me ha escapado el pregón junto a la irritada voz del pregonero. Lo leeré y releeré. Y seguro que en el ambiente adecuado seré capaz de extraer de él lo que en el duro banco de la Clerecía he sido incapaz.